Andrés Escobar salió de la disco rumbo al estacionamiento, y esos tipos que lo habían desafiado dentro del local reaparecieron como una ráfaga demente. Afuera ya era el día siguiente, el viernes; acaso haya pensando en lo poco que valía la vida de cualquiera en los suburbios de Medellín. Pero él había sido educado en el Colegio Conrado González, se lo conocía como “Calidad Andrés” y como “El Caballero”, las cosas no iban a pasar a mayores. O tal vez no haya pensado en nada, mientras cada uno de sus pasos –a medida que lo acercaban a su pasado– lo llevaban hacia su destino. “Un abrazo fuerte (...) porque la vida no termina aquí”, había escrito apenas unos días antes.
En su libro La distribución del ingreso en Colombia, Mauricio Cárdenas afirma que “cuando se comparan las mediciones de desigualdad colombianas con la evidencia internacional, Colombia emerge como uno de los países con mayor desigualdad en Latinoamérica; de hecho, ésta es la región con mayor desigualdad en el mundo”. También es la región del planeta donde se ha verificado la mayor tasa de crecimiento del delito. La globalización ha distribuido inequitativamente no sólo el ingreso sino también la criminalidad. La medición de homicidios en América Latina y el Caribe ha aumentado desde 12,5 hasta 25,1 cada 100 mil habitantes a partir del año 1980.
Bernardo Kliksberg destaca que “la combinación de jovenes excluidos, con dificultades para incorporarse a la vida laboral, baja educación y familias desarticuladas crea un inmenso universo vulnerable que constituye un mercado cautivo para las bandas criminales”. El saldo del siglo XX consiste en que ganó el capital y los trabajadores perdieron. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2007 las personas bajo el nivel de pobreza y en estado de necesidad constituían el 37% de la población regional, con diez países en lo que ese porcentaje iba del 40% al 60%. Aunque si no se resignifica el mercado, la inequidad social, sumada a la violencia y la contaminación inexorablemente lograrán que la palabra “ganancia” tenga que ser repensada.
“¡Gracias por el autogol!”, gritó en la madrugada del 2 de julio Humberto Muñoz Castro, guardaespaldas de los hermanos Pedro David y Juan Santiago Gallón Henao, supuestamente vinculados con las apuestas deportivas clandestinas. Acaso Andrés Escobar haya recordado el desdichado gol en contra del 22 de junio, cuando se arrojó sobre la pelota que había lanzado el norteamericano John Harkes desde la izquierda y la introdujo en su propia valla. Colombia perdió contra Estados Unidos y aquel fenomenal equipo cafetero terminó eliminado en la primera ronda del Mundial de Fútbol de 1994. O quizás no haya pensado en nada, cuando el reproche se transformó en una salva de insultos y él se dio vuelta para dar la cara a sus agresores. Santiago Escobar, su hermano, declararía más tarde que se trataba de “unos apostadores que tenían nexos con el narcotráfico”.
La ciencia ha desarrollado diversas maneras para curar a un adicto de los estupefacientes, pero no hay registro de un país infectado por la narcocriminalidad que se haya sanado. Como consecuencia de los drásticos cambios políticos y económicos que han tenido lugar en América Latina a partir de 1980, el “gomero” o “mariguano” mexicano de antaño se ha convertido en “narco”, las “federaciones” en “carteles”, y como dice Laurent Laniel “si se le pidiera hoy en día a un transeúnte en París (...) citar a un colombiano conocido, es probable que pensara en Pablo Escobar antes que en el premio Nobel Gabriel García Márquez”.
“Contrabando y Traición”, el famoso “narcocorrido”, es una canción más del repertorio de varios grupos de música ranchera del norte de México, como “Los Tigres del Norte” o los “Tucanes de Tijuana”, que han hecho fortuna glorificando a los grandes traficantes locales. Los corridos supieron inspirarse en los héroes de la Revolución Mexicana. Del mismo modo que cualquier hombre de negocios, los narcotraficantes se asociaron con los políticos, comenzando por la financiación de las campañas electorales y por la construcción de redes clientelares.
En algunos lugares los narcos se volvieron políticos luego de hacer que los políticos se volvieran narcos. Por eso es que estalla el diccionario de los nuevos vocablos: “narcomaná”, “narcosistema”, “narcopolíticos”, “narcodemocracia”, “narcodiplomacia”, “narcoviolencia”. De políticas económicas que concentran la riqueza y multiplican la pobreza, y de sistemas judiciales que reprimen selectivamente la criminalidad que genera la inequidad, resulta que los países sobre los que se ha cernido la narcocriminalidad no encuentran su antídoto.
Andrés Escobar se volvió sobre los que lo insultaban, la madrugada del 2 de julio de 1994, exigiéndoles respeto. Humberto Muñoz Castro sacó un revolver “Llama” calibre 38 largo, y le descerrajó una decena de disparos. Testigos presenciales refirieron que, mientras tiraba, gritaba “¡Gol!”, como un relator radial del más allá. “El Caballero” Escobar llegó muerto al hospital. Sus compañeros de la Selección Nacional René Higuita y Chicho Serna reconocieron discretamente el cadáver. No es ninguna indiscreción recordar que Higuita visitaba frecuentemente a Pablo Escobar en sus días de cautiverio.
Elías Carranza, director del Instituto Latinoamericano de las Naciones Unidas, para la Prevención del Delito y el Tratamiento del Delincuente (Ilanud) se apoya en las cifras: en la región, más población joven equivale a más delitos (en América Latina el 65% tiene entre 0 y 34 años); más tiempo fuera de la familia y de la escuela, a más delitos (los menores de edad bajo control penal suelen tener entre 3 y 5 años de retraso escolar); más desempleo, a más delito (según la Organización Internacional del Trabajo en 9 países de América Latina el desempleo de los jovenes duplica la tasa general de desocupación); más inequidad en la distribución del ingreso, a más delitos. Y, sucesivamente, a menor consumo per cápita = más delitos; mayor concentración humana = más delitos; menor puntaje en el índice de desarrollo humano = más delitos.
En el “narcolunfardo” mexicano se llama “la Balanza del Quinqui” al instante en que la persona que está al filo de la navaja sopesa sus posibilidades y se da cuenta de que no existen dos opciones, sino sólo una y mala. Acaso la “Balanza” se le haya aparecido a “Calidad Andrés” Escobar en la última fracción de segundo. O tal vez no, y haya experimentado lo que dicen los libros de medicina, no los de literatura.