El fallo de la Corte Suprema que obliga a YPF a difundir el contrato, hasta ahora secreto, firmado con la empresa Chevron para la explotación conjunta de áreas de Vaca Muerta ha puesto en primer plano un problema de fondo en torno a las particulares características que presenta la petrolera con mayoría accionaria del Estado argentino.
En efecto, YPF es hoy una empresa muy particular. Por un lado, es una empresa con accionistas estatales, el gobierno nacional, y gobiernos provinciales. Pero, por el otro, es una empresa con accionistas privados locales y extranjeros.
Se mueve en un mercado relativamente competitivo, aunque con una posición dominante, donde su regulador forma parte de su directorio. A su vez, el regulador que forma parte de su directorio maneja información confidencial de esta empresa, mientras controla y regula el resto de las empresas del sector.
También recibe un tratamiento preferencial en varios temas que benefician a sus accionistas mayoritarios, pero también a los accionistas privados.
Es cierto que en otros países existen empresas petroleras con capital mixto. Pero en esos casos el Estado, que es accionista, designa un management profesional independiente, y no lo “contamina” formando parte de su directorio, o manejando información sensible, que puede ser utilizada, en su condición de Estado, a favor o en contra de la empresa o sus competidores. A favor o en contra de accionistas privados o acreedores. Los reguladores son unos. Los gerentes y directores son otros.
En otras palabras, las empresas petroleras con participación estatal que funcionan bien en el mundo son básicamente del Estado, y no del gobierno de turno. Y quienes representan al Estado en sus órganos de conducción son designados por consenso entre oficialismo y oposición, reuniendo las condiciones profesionales adecuadas y sin cargos en la administración pública incompatibles con el papel de managers que mantienen.
YPF tiene un management profesional que comparte sus decisiones con directores políticos, funcionarios públicos, reguladores del sector, etc. Es un animal muy raro.
El ciclo democrático que comienza el mes próximo deberá, entre otras cuestiones, revisar esta anomalía. Se puede tener una YPF de capital mixto con management profesional. Lo que no se puede es mezclar dentro de la empresa la política (no la energética, si no la política “a secas”), a los reguladores, darle condiciones extraordinarias para beneficio de los accionistas privados, sean locales o extranjeros, etc.
Como se aprecia, hay una gran diferencia entre YPF y Coca-Cola. Y esto me lleva al segundo tema que quiero comentar en estas líneas.
En la semana, Daniel Scioli ratificó que, de ser presidente, el dólar oficial valdría diez pesos en enero. Podría “chicanearlo” preguntando cuánto valdrá en febrero, pero no.
Lo que sí cabe preguntarse es cuál es la “fórmula de la Coca-Cola” que permitirá convertir un tipo de cambio de diez pesos de noviembre que no permite exportar con rentabilidad a las economías regionales, que obliga a racionar las pocas reservas que quedan en el Banco Central y que genera una brecha del 50% con el tipo de cambio libre, frenando toda operación de ingreso de capitales, en un tipo de cambio de diez pesos en enero, que recupere la rentabilidad de las exportaciones regionales, permita darles dólares a los importadores y atender el resto de la demanda y que baje la brecha lo suficiente como para alentar el ingreso de capitales.
La idea de bajar retenciones, subsidiar los fletes, mejorar la productividad (¿?) y conseguir más yuanes de China o más reales de Brasil para sumar a las reservas, que adelantó el propio Scioli, suena too little, too late.
Está claro que una devaluación sin programa no tiene sentido. Está claro que levantar el cepo sin haber resuelto qué hacer con el stock de presiones de demanda de dólares acumulado (giro de utilidades, pagos de importaciones, etc.) resulta absurdo. Está claro que sin incluir un programa fiscal, monetario y financiero que “convenza” al excedente de pesos de quedarse en pesos, levantar el cepo es muy peligroso.
Pero también es claro que endeudarse para sumar reservas y mantener el tipo de cambio bajo, eliminando algunas retenciones, no sirve.
En síntesis, YPF es un bicho muy particular, y el gradualismo sin programa de Scioli, también.