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La economía que desafía a Cristina

Unas horas antes que el ya renunciado Fernando de la Rúa abandonara definitivamente de la Casa de Gobierno, recibió una visita inesperada: la del ex presidente de Gobierno español, Felipe González.

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Unas horas antes que el ya renunciado Fernando de la Rúa abandonara definitivamente de la Casa de Gobierno, recibió una visita inesperada: la del ex presidente de Gobierno español, Felipe González. Además de la cortesía, el encuentro fue motivado por la preocupación de las grandes multinacionales de origen hispano por el país en el que habían concentrado sus mayores inversiones durante la década de expansión del capitalismo de la Península. Seis años más tarde, el número uno mundial de Telefónica, César Alierta, no precisó un súper lobbyista para entrevistarse con otro presidente que se iba. La entrevista es rica como símbolo de las oscilaciones de la política económica argentina. En particular, del itinerario en que Néstor Kirchner, además de Presidente, fue el verdadero ministro de Economía.
En el epílogo de su mandato, no quedaron dudas de que K participó activamente en el diseño de las últimas medidas. La línea directa con algunos funcionarios parecía reñida con la delegación. De Urquiza (Agricultura), Moreno (Comercio) o Mosse (Hacienda) ¿seguirán reportándose a su ex jefe que ya opera en las sombras, o volverán a las líneas formales?
Las fotos de distendidas conversaciones entre Kirchner, Peirano, Moreno y Lous- teau, significaron más un espaldarazo a la continuidad del singular secretario que a la de la política económica.
A Moreno se le enrostra su particular método de lucha antiinflacionaria: cansado de lidiar con listas de productos y empresarios tan sumisos en público como quejosos en privado, encontró más fácil controlar directamente el organismo que mide la inflación. También le recriminan su protagonismo en apagar el incendio de la política energética, entre desabastecimiento, cortes programados e incumplimiento de exportaciones. Y se le achacaron sus peculiares modales de bajo fondo en el trato con sus interlocutores, un aplazo en “clima pro-negocios”.
Al bombero oficial ya le encomendaron negociar con las compañías mineras por las retenciones y arbitrar el conflicto con los productores lácteos. En realidad, él como ningún otro vistió a un personaje a medida de su jefe K. La confrontación, la obsesión por tener todo en un puño y la mirada fija en el corto plazo son rasgos compartidos con Kirchner. Ante las luces de alerta, aparece la duda de si esos rasgos son los que se necesitan para evitar desajustes en esta nueva etapa.La Argentina pasó, en este cuatrienio K, de un desempleo del 20% a menos de 8%; de una caída sin precedentes en su ingreso por habitante a un alza del 9% anual 17 trimestres seguidos; alzas en la recaudación tributaria de 32% anual para el año 2007; superávit fiscal permanente durante 5 años; y nivel de exportaciones récord (US$ 53.000 millones).
En estas mismas cifras también se incrustan las bombas de tiempo instaladas para el futuro mediato. El plan K se basó en el sostenimiento de un tipo de cambio más alto que el de mercado, superávit fiscal recurrente, renegociación de la deuda externa, congelamiento de tarifas de los servicios públicos y utilización del excedente fiscal en subsidios y obra pública para compensaran desequilibrios.
La emergencia (hasta legislada) se transformó en permanente. Corregir las incongruencias ocasionadas por señales tan equívocas como alentar la demanda energética por las bajas tarifas al mismo tiempo que se desalienta la oferta está en la primera línea de los deberes del binomio Cristina-Lousteau.
No será fácil: el reajuste parcial del precio del transporte urbano trajo aparejadas quejas que auguran lo dificultoso de convencer a la población que no existe la cadena de la felicidad en economía. Que la inflación no se puede esconder bajo la alfombra; que mantener las cuentas fiscales en azul exige costos y que pretender crecer siempre a tasas chinas implica invertir (o dejar de consumir) 30% más de lo que hoy se destina a ese fin, que ya es mucho. Volver al principio de la ciencia de Xenofonte y Adam Smith: reconocer la escasez y administrar en consecuencia.