La historia regala cada tanto procesos de radicalización. Están los obvios, que se llenan de muertes, los nuevos con líderes políticos absorbidos por la pasión de las redes sociales, y otros de decisiones ejercidas al calor de la furia de la coyuntura; pero no son los únicos posibles. En definitiva, el protagonista o la protagonista de estos actos está pensando menos en su contexto contemporáneo y más en sí mismo y su deseo enfurecido. Esta salida del todo, a un yo único, deja sin consideración al mundo exterior, como si solo importara la necesidad de ejercer el acto radical personal. Vale la pena preguntarse hasta qué punto la política actual tiene algunos síntomas de radicalización.
A Macri le suena el teléfono móvil en medio de un acto. De repente, quien lo llama ejecuta un instante para la posteridad y probablemente irrepetible para la historia de nuestro país. El episodio es muy interesante para comprender su estado de conexión con la vida cotidiana que le impone su trabajo después de las recientes elecciones. Los teléfonos nos suenan a todos los demás, a los adolescentes, a las trabajadoras, a los mecánicos, a los docentes, a las periodistas, a los corredores de autos y a todo el que tiene un teléfono, porque esos teléfonos suenan. Pero los presidentes de los países, en público, en actos, no revisan mensajes, y menos atienden llamados. Macri ya actúa en realidad como un ex presidente, como alguien a quien se lo puede llamar porque tiene un teléfono que suena, como los de la gente común. Las PASO lo dejaron fuera de su investidura y todo alrededor de él se va radicalizando.
Cambiemos vive actualmente un proceso de descentralización del discurso con consecuencias complejas.
Sus rivales dejaron de ser kirchneristas temibles para pasar a ser casi unos marxistas encubiertos con la fantasía de la amenaza a la propiedad privada como novedoso emblema de Pichetto. Su rol extremo, crudo y abierto, al que se le pueden sumar los cuestionamientos a los movimientos sociales y la inmigración, acciona como una semántica que acompaña en su estilo frontal al siempre existente método Carrió de jugar en libertad. Es más reveladora la ampliación de los grados de libertad para los jugadores del espacio gobernante, que el contenido de lo que dicen. Nunca Cambiemos tuvo tan poco control interno y todos insisten en lograr nuevos lugares en el mundo por venir.
Hay en este proceso una suerte de desanclaje. Quienes ejercieron el liderazgo total del proyecto político operan hoy en total soledad y cada día más alejados de las dos campañas que luchan por su sobrevivencia. Mientras Vidal y Larreta, con chances diferentes, buscan sus propios procesos individuales, Macri y Peña, amos absolutos del tiempo y las decisiones hasta el 11 de agosto, deciden hacer una gira por el país que parece más un tour de despedida de ambos que una acción colectiva para mejorar el desempeño electoral futuro. El fin del liderazgo de ambos dejará mucho por reconstituir.
No solo son Carrió, Pichetto, Larreta, Vidal y Macri con Peña de viaje, sino que la pregunta por el futuro debe comenzar a incluir la estructura de contención de los legisladores. Con la salida de Macri y su liderazgo, una cantidad considerable de diputados nacionales y provinciales se quedarán sin el centro de orientación. El trabajo de ellos en estos cuatro años se ordenó en función de acompañar las demandas de la gestión, algo que desaparecerá pronto, tanto en el Congreso de la Nación como en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. En esos diputados y diputadas se termina de expandir la ramificación que ya es evidente en las figuras centrales. Para muchos de Cambiemos esto se ha convertido en una elección provincial, en donde lo fundamental es comprender el modo en que se resolverá la continuidad y la suerte de cada uno en su propio territorio.
La unificación del peronismo generó una derrota de sus rivales estimulando su desintegración. Hay allí una diferencia importante. El peronismo se dividió con el kirchnerismo estando en el poder en el momento en que Sergio Massa decidió ser candidato; es decir que se trató de un proceso de estímulo interno. Cambiemos se desarma, no por una división interna, sino por un golpe desde el exterior que después produce la desarticulación de sus actores. El peronismo se rompe desde adentro y se reconstruye desde adentro, porque en definitiva sigue siendo un partido político. Cambiemos finalmente fue una prueba más de que para durar en el tiempo se necesita hacer política de verdad.
*Sociólogo.