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1° de marzo

La grieta de la discriminación

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Tenemos la costumbre de discriminar. De abrir y agudizar una gran grieta entre unos y otros. La diferencia se entiende como separación. Se discrimina por aspecto físico, por edad, por orientación sexual e ideología. Pero, por sobre todas las cosas, se discrimina por desconocimiento y por prejuicio. Prejuicios y estereotipos tan antiguos como la Humanidad.

Hace seis años cada 1º de marzo se celebra el Día de la Cero Discriminación. Así lo estableció Naciones Unidas junto a Onusida. Esa idea de la cero discriminación no es otra cosa que una expresión de deseos y significa un gran desafío para la sociedad y los gobiernos.

Los estereotipos bloquean nuestra posibilidad de pensar críticamente y siempre nos llevan a ser prejuiciosos. El prejuicio nos conduce inexorablemente a la discriminación.   

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Un estereotipo es una construcción mental, una simplificación. Lo creamos para clasificar y comprender la complejidad de la vida. Es el blanco y el negro. Lo bueno y lo malo. Soy pro o soy contra. Es ponerse de un lado o del otro. Los valores cambian, según la cultura en la que nacimos y vivimos, pero siempre las personas construimos estereotipos, interpretaciones incompletas sobre quienes nos rodean, y lo hacemos para no morirnos de miedo, para poder encontrar una explicación a la diversa realidad.    

En los estereotipos se cimentan los prejuicios. Es a partir de esas construcciones mentales que prejuzgamos y emitimos opiniones, sin tener toda la información. Hacemos afirmaciones positivas o negativas sobre otros y, muchas veces, discriminamos al diferente solo porque no podemos comprenderlo.

La Argentina es una sociedad altamente discriminadora. Vivimos jugando el Boca-River. La denominada “grieta” que no termina de cerrarse tiene menos que ver con la política o con el Gobierno y más con la necesidad cultural de clasificar a las personas desde el prejuicio, ante una dificultad enorme para convivir en una sociedad cada día más diversa. Etiquetar al diferente pareciera que nos tranquiliza, al colocarlo en un casillero no hace falta comprenderlo, ni entender sus razones.     

El periodismo, la televisión y las redes sociales son espacios ultradiscriminadores, especialistas en etiquetar, máquinas de reproducción de estereotipos y prejuicios. Siempre lo fueron, pero el fenómeno se agudizó con la instantaneidad de la emisión de noticias posinternet. La muerte de las noticias trajo también consigo la difusión irreflexiva de lo que vemos y sentimos. Los mensajes circulan como si se trataran de producciones en serie que ordenan los hechos y las personas con etiquetas y hashtag.

Los medios no ayudan, las redes sociales destilan discursos de odio. ¿Y el Estado? Ningún Estado podrá garantizar los derechos humanos y la igualdad entre las personas sin una sociedad que custodie esos valores.

Cuando se discrimina a alguien por ser diferente, se lo destrata. Olvidamos que todas las personas deberíamos ser tratadas por igual. La no discriminación es un derecho humano, tal vez uno de los principales, porque tiene que ver con el trato digno.  

La discriminación más feroz y violenta suele ser hacia las personas pobres. Muy pocas veces alguien se anima a denunciar que se lo discrimina por ser pobre. Pero las empresas de electricidad, de cable o de telefonía no ingresan ni llevan sus servicios a las casas ni a los barrios humildes. La discriminación siempre se disfraza de múltiples excusas para ocultarse y naturalizarse.    

¿Cómo se llega entonces a la cero discriminación? Será cuando nos encontremos valorando y aprendiendo de las diferencias, respetándonos, creciendo como seres humanos, desafiándonos a vivir en la pluralidad de ideas y el respeto a las ideologías. Una sociedad sin etiquetas, más comprensiva, más solidaria. ¿Es ésta una utopía? ¿O la oportunidad para cerrar la tan mentada grieta que tanto sufrimos los argentinos en estos años?  

* Periodista y escritora. Autora de Mediatizados (Aique).