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La grieta vuelve a gritar

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Alberto y Cristina. El Presidente y una conductora. | captura TV

Dicen quienes lo conocen cotidianamente y desde hace mucho tiempo que Alberto Fernández no es en la intimidad el conciliador moderado que se percibe públicamente, especialmente desde la pandemia, sino que su carácter es impulsivo y temperamental.

Una emocionalidad fogosa, como la que se mostró en el video que durante la campaña electoral de 2019 difundió el macrismo, de aquel que de un pechazo envió al piso a quien lo insultaba en un bar.

La demanda porque Alberto Fernández sea jefe de Cristina Kirchner o se lo considere su títere comparte el equivoco 

A Gandhi le gustaba explicar de manera simple la relatividad de las percepciones. Usaba tres baldes de agua: en el centro uno con agua a temperatura ambiente y a cada lado uno con agua helada y otro con agua hirviendo. Les pedía a quienes quería convencer  que colocaran primero una mano en el balde del centro y la otra en alguno lateral, para después cambiar de posición y colocar la otra mano en el balde del centro y la restante en el otro lateral. De esta forma el agua a temperatura ambiente parecía muy fría o muy caliente dependiendo en qué balde estuviera introducida la otra mano.

Frente a la imagen pública que se construyó  de Cristina Kirchner, equivalente al agua hirviendo de Gandhi, cualquier carácter normal lucirá calmo o frío. Alberto Fernández, al ser percibido en comparación con su vicepresidenta, parece lo que no es.

Alfonsín, a quien Alberto Fernández le agrada emular, también era un gallego calentón e igualmente luciría pacifista frente al tono de Cristina Kirchner.

La imagen de conciliador moderado de Alberto Fernández no es solo resultado de la comparación con el imaginario kirchnerista. También es fruto de que en la lucha contra el coronavirus Alberto Fernández tuvo que compartir trinchera con opositores. Lo que quizás pudo haberle  hecho inferir que estaba demasiado ecuménico, perdiendo identidad política y la propuesta de expropiar Vicentin resultara funcional para volver a acercarse al kirchnerismo. Como si hubiera acumulado suficiente capital simbólico entre los votantes de Juntos por el Cambio y podía invertir (perder) una parte seduciendo (o apaciguando) al ala más radical de su coalición.

Tomando el ejemplo de Gandhi, aunque con el costo del derroche de energía que significa, también se puede lograr agua a temperatura normal mezclando agua hirviendo y congelada. La misma técnica aplican algunos medios de comunicación audiovisuales que, en lugar de construir un medio con los sectores moderados de ambos lados de la grieta, lo construyen mezclando lo que se acerca más a los polos. Como en la fisión nuclear que libera gran cantidad de energía al dividir en dos un núcleo, lo inverso en el caso de la grieta, al juntar lo dividido la fricción del choque genera una explosión que se traduce en aumento del rating. Hace una década la exitosa directora de Programación de América TV Liliana Parodi inventó un género que solo como significante lleva el nombre de Intratables y trascendió a gran parte de la televisión. El también exitoso gerente de Noticias de Telefe, Roberto Mayo, reelabora ese género en un canal con un presupuesto diez veces mayor haciendo “cool lo mismo que hacen los grasulines” y con elegancia disimula la ficcionalización de la narrativa periodística romantizando la relación entre conductores, alentando a una conductora a representar a la audiencia macrista y al principal columnista, a la kirchnerista, genuinamente en este caso.

Las preguntas con varios adjetivos en formulación asertiva son parte de la fórmula Intratables. Alberto Fernández fue sorprendido por una de ellas porque no imaginaba ese estilo en Telefe, pero la situación permitió que emerja la verdadera personalidad del Presidente, lo que Lacan llamaba palabra plena, cuando lo dicho brota sin el control del emisor (“ser hablado por el inconsciente”).

Si el inconsciente no miente, habría que poner en duda la idea de que Alberto Fernández es o será siempre un dominado de Cristina Kirchner, como dijo la diputada de Juntos por el Cambio Marcela Campagnoli: “A la única Cristina que se anima a enfrentar... es a la periodista Cristina Pérez”. Un ex gobernante con mucha experiencia opinó que “pedirle a Alberto Fernández que trate a Cristina Kirchner como una subordinada es no reconocer la realidad de las fuerzas políticas”.

La realidad disciplina a la consciencia, que sofoca los impulsos, pero el inconsciente no es disciplinable. No sería imposible que un día Alberto Fernández pueda terminar enviando a leer la Constitución a otra Cristina, tanto si cambiara la relación de fuerzas como si, frente a un exceso de presión, emergiera una insofocable exigencia pulsional del inconsciente.

Paralelamente, la grieta entre oficialismo y oposición retoma su impulso, camino a pasar la luna de mil de los cien días de la cuarentena, y aumenta el rating de los medios que siguen el modelo de asumir posiciones partisanas de la Fox News  de Estados Unidos. Al éxito de C5N en los años de decadencia de Macri se suma ahora el de A24, criticando al gobierno actual. Jonatan Viale a las 18, Eduardo Feinmann a las 20 y Baby Etchecopar  a las 23 obtienen picos de 5 puntos de rating, casi lo mismo que los noticieros de El Trece y en menor medida de Telefe Noticias. También obtiene picos de 5 puntos de rating el programa de Alfredo Leuco en TN, la mudanza de Luis Majul desde A24 multiplicó significativamente el rating de LN+ y desde su debut hace tres semanas en El Trece el programa de Jorge Lanata obtiene ratings por arriba de 10 puntos.

No sería imposible que un día Alberto Fernández pueda enviar a leer la Constitución a otra Cristina

Todas señales de que buena parte del electorado antiperonista que Alberto Fernández cautivó al comienzo de las cuarentenas se decepcionó a partir de Vicentin.

Probablemente esa querulancia no sea solo una estética comunicacional de los profesionales del discurso (políticos y periodistas), sino también una consecuencia del fracaso de nuestra sociedad, que recobra ímpetu ante cada crisis, sea 2002, 2009, 2015 o 2020. La sonoridad del grito de la grieta sería un termómetro del malestar social y una reacción frente a cada recaída de la esperanza.