Esta semana se realizó un homenaje por los sesenta años de la publicación de Rayuela, de Cortázar, en la Biblioteca Nacional. Yo estaba invitada a participar, y la noche anterior, mientras me debatía entre dormirme temprano para escribir mi ponencia y empezar a pensarla sin poder dormir, me adentré en un sueño intrigante. Soñé que aparecía La Maga (protagonista de la novela, musa inspiradora de su narrador) en la pantalla de mi celular. La sorpresa fue tal que inmediatamente, por temor a que fuera una historia pasajera, hice un screenshot con el fin de conservarla, e ilustrar novedosamente mi exposición del día siguiente. Al agradar la imagen, advertí que detrás de ella estaba su madre, y entonces, siempre soñando, me pregunté: ¿quién es la madre de La Maga? ¿Aparece en la novela?, y ya estaba viajando a Uruguay para averiguarlo cuando un atisbo de conciencia me sugirió: ¿y si lo escribo para mi charla de mañana? Podría transmitir algo que jamás se me ocurriría despierta, ya que no dispondría de la imagen que se me presentaba dormida… Eso significaba abrir los ojos, anotar lo que estaba viendo, casi como hacer un screenshot de mi sueño.
Me pareció que valía la pena, si lograba llevarles noticias de la madre de La Maga. Pero en ese mismo momento, me dije a mí misma que no, mejor era despertar por la mañana y ver qué quedaba del lado de allá en el de acá; levantar las migajas del sueño. Igualmente llegué a sostener un lápiz, queriendo anotar algunas incongruencias, porque finalmente, ¿qué se puede anotar en sueños? Lo debo haber soltado y seguí durmiendo, la noche boca arriba. Por la mañana, lo encontré tirado en el piso.
Cuando me levanté, no recordaba más que lo que acabo de escribir. Hice el vano esfuerzo de trasladarme. No hubo manera de llegar al otro cielo de mi vida, a la Rayuela soñada. Ningún rastro de la madre de La Maga. Me levanté entonces dispuesta a hallarla en la novela. Como suele ocurrir, lo inesperado le gana a cualquier búsqueda. No encontré ninguna línea sobre la madre de La Maga. Sin embargo, me detuve en un párrafo olvidado (las novelas suelen ser como sueños que revisitamos en cada lectura subrayando distintas escenas; no es el tiempo recobrado, a lo Proust, sino el tiempo permanente de lo parcialmente iluminado).
La escena que volví a leer –sin lograr recordar el sueño– fue la siguiente. Horacio, el protagonista de Rayuela, pensando en La Maga, dice: “Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino esos ríos. Ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente. Ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas”.
Y entonces me pareció ver que detrás de La Maga, en mi sueño, no era la madre la que estaba, sino Cortázar, dándole vida o haciéndola vivir como él quisiera. Abriendo de par en par las verdaderas puertas de la vida.