La catarata de información vinculada con el proceso preelectoral es tan intensa, con un volumen tal de datos, personajes, vaivenes, declaraciones, actos, sucesos y reuniones, que el lector puede sentir que es un espacio inabarcable, que mucho de lo que se escribe y dice quedará fuera de su registro, que la comprensión de lo que sucede se limita por el exceso y no por la carencia de material noticioso.
No es bueno que esto ocurra, aunque la práctica del periodismo nos lleve a pecar por demasía y no siempre por buena administración y correcta interpretación de los acontecimientos. En buena medida, esto se ve potenciado por el aluvión informativo que ocupa no solo los medios tradicionales (diarios, revistas, televisión, radio): los portales de noticias, redes sociales y otros recursos de internet colaboran con la saturación.
Es un fenómeno que los lectores deben tener en cuenta para hacer un buen análisis de lo que pasa y sacar sus conclusiones. No les resultará fácil; hace un par de décadas, cuando internet invadía las pantallas de las computadoras y los motores de búsqueda se hacían cada vez más eficaces y amplios, Umberto Eco advirtió que el creciente inventario de datos no serviría para una mejor información de los humanos sino, por el contrario, para sumirlos en un estado de desmemoria ante tal caudal de datos. Poco antes de morir, Eco le escribió a su nieto para advertirle sobre la necesidad de ejercitar la memoria: “La memoria es un músculo igual que los de las piernas. Si no lo ejercitas, se atrofia y te conviertes (desde un punto de vista mental) en un discapacitado. Es decir (hablemos claro), un idiota”.
Pensar es la llave, y se hace imprescindible cuidar de ella para enfrentar el desafío de identificar y descartar las informaciones falsas o engañosas.
A la aplastante bola de información se suma, además, la decreciente atención que ponemos ante cada impacto informativo, lo que lleva al juego libre de noticias falsas o engañosas, acerca de las cuales este ombudsman ha escrito ya en no pocas oportunidades. En un artículo para la Red de Etica y Periodismo, Hernán Restrepo citaba una nota publicada en The New York Times por Cal Newport, profesor de ciencia informática de la Universidad de Georgetown: “La forma en que usamos internet está atrofiando nuestros cerebros”, señalaba. Hace nueve años, en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo internet en nuestras mentes?, el premio Pulitzer estadounidense Nicholas George Carr advertía: “No estamos haciendo de internet una extensión de nuestros cerebros; estamos dejando que reemplace nuestra capacidad de pensar”.
Pensar, entonces, es la llave, y se hace imprescindible cuidar de ella para enfrentar el desafío de identificar y descartar las informaciones falsas o engañosas que se difunden con notable irresponsabilidad en algunos medios. Es grande la inquietud que provoca tal realidad en quienes ejercemos la tarea periodística con cierto grado de apego a las normas éticas, y más aún cuando se trata de informaciones sensibles, entre ellas las vinculadas a investigaciones por casos de corrupción. En un encuentro de directores y editores de medios realizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Bogotá, el periodista español Borja Echevarría señaló que es necesario dedicar equipos periodísticos no solo a destapar los hechos de corrupción de los políticos. “También será imprescindible –completó– contar con personal dedicado a explicarle a la gente por qué hay tantas noticias falsas circulando, quiénes son los interesados en difundirlas y por qué deberíamos (quienes ejercemos este oficio) evitar su llegada al público”.
Una vez más, este ombudsman les propone a los lectores de PERFIL mantener la guardia alta, diferenciar lo cierto de aquello que no lo es y no dejar que los grandes títulos sean los árboles que tapen el bosque.