Duncan, un gran amigo, me regaló hace unos días dos libros de Pavese y los diarios de Jack Kerouac. Hojeando los diarios del padre de la generación beat me encuentro que el muchacho, al igual que Hegel y Fidel Castro, tuvieron su juventud impregnada por la fábula de Jesús. No bien empieza el diario del bueno de “Duluoz” éste anota una sección con el título de Sobre las enseñanzas de Jesús. Dice ahí: “Las enseñanzas de Cristo fueron un volverse-a, un enfrentarse-a , una confrontación y una confusion del terrible enigma de la vida humana. ¡Vaya milagro! ¡Qué pensamientos debió de haber tenido Jesús antes de abrir la boca en el monte y pronunciar su sermón! ¡Qué largos, oscuros y silenciosos pensamientos! Primero supo del enigma de la vida, que era la causa de todo pecado y de toda discordia: él era un hombre, sabía lo que sentía el hombre al querer vivir aun sabiéndose condenado a morir […] Mi reino no es de este mundo. Considéralo una vez más, es el sónido más resonante de todas las épocas humanas”. Los romanos que encarcelaron a Jesús, según se escribió, decían, admirados: “Nadie ha hablado como este hombre”. Ahí encuentro algo de la certeza de la potencia política del Jesús histórico. Del hombre de carne y hueso que sin dudas no resucitó, porque eso es imposible y lo imposible siempre es traumático y poco deseable. Pero hubo un hombre que hablaba como nadie y que proponía la inversion de ciertos valores: los pobres, los enfermos, los descastados, ése era su ejército y los habitantes de su reino. ¿Se imaginan la ridiculez de que alguien le llevara a este hombre la Copa Libertadores? Si Jesús se despertara de su largo sueño, como dicen los mismos cristianos más ortodoxos, no sacaría a patadas a todos los que ocupan su iglesia con cheques, mocasines importados y excesivo vestuario? ¿Cómo pudo pasar que el mensaje de este hombre se tergiversó tanto que sólo sirve hoy en día a los poderosos del mundo? Pensemos en el largo sermón de la montaña.
Es un suceso concreto, histórico, donde un hombre como nosotros, genial, logra plasmar en un ensayo peripatético todo un programa de vida para los siglos de los siglos, antes de Adorno. Como dice Kerouac, uno también se imagina qué le habrá pasado a ese hombre cuando se puso a hablar. ¿No habrá sido el mismo impulso de bajar el monte caminando, de hablar con la gente que se le cruzaba a escucharlo lo que volvía sus palabras menos literarias y más potentes? En un escritorio de escritor sólo se escriben frases de escritor que no comunican nada. Para que el verbo se haga carne hay que salir a hablar con los semejantes. Hay que bajar de la montaña y perderse entre la gente.
Ninguna técnica que te sirva para escribir es buena si no te sirve también para vivir.