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La originalidad argentina

1-11-2020-Logo Perfil
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Descender es un trauma, ascender se vive como un éxito. En uno y otro caso, son percepciones de estados relativos: perder una posición que se creía merecida y acceder al privilegio que propio de otros. El jueves pasado, cuando el agente financiero MSCI recategorizó a Argentina en el último escalón de la calificación crediticia, “Standalone”, despegándose del resto de países de América latina que siguen militando en la de “Emergentes”.

La sentencia impactó en las cotizaciones de las empresas argentinas que consiguieron figurar en Wall Street, pero no ocurrió una catástrofe. Quizás porque lo que MSCI hizo fue certificar algo que para los argentinos ya era sabido: la economía local no es amigable con los inversores. Demasiados cambios de reglas de juego, voracidad fiscal creciente, regulaciones laborales que también merecerían, si existiera, la calificación de “Standalone” y, sobre todo, muy vulnerable a las caídas con lenta recuperación. El termómetro de esta bajísima confianza del inversor argentino en su propio sistema se corona con la adopción de hecho de una economía bimonetaria, en la que el peso sirve para la contabilidad oficial y las transacciones de bajo monto, pero el dólar lo suplantó en las más cuantiosas, en las comparaciones reales y, decididamente, en la acumulación de valor.

Por mucho tiempo, quizás luego de la gran devaluación del Rodrigazo de 1975, la moneda norteamericana desplazó a la argentina, en sus cuatro versiones que hubo desde entonces, como refugio de ahorros para no ser alcanzados por la inflación. Justamente la particularidad de haber aprendido a convivir con altas tasas de aumento en el nivel de precios con sólo dos picos hiperinflacionarios posteriores (1989 y 1991) distorsionó el sistema productivo mucho más de lo que marca la historia económica en algunos episodios cada vez más esporádicos.

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Las empresas
argentinas tendrán
que pagar un
sobreprecio para financiarse

Explicaciones sobre la causa última de la inflación y su persistencia hubo varias, pero con tantas horas de vuelo en la materia, hay algunos consensos: el primero es que no hay una sola raíz, sino un conjunto de factores que se enlazan entre sí para lograr su cometido; la otra es que, justamente, por esa razón, erradicarla es una tarea compleja que no se puede circunscribir a una sola acción. Pero, como un iceberg, los efectos son mucho más extendidos de lo que se puede observar a primera vista. Y la falta de inversiones es la primera. Con suerte estamos reponiendo el capital amortizado, cuando para asegurar un crecimiento del 4% anual deberíamos estar destinando entre 50% y 60% más, al menos.

Esto trae una caída en la demanda de empleo de calidad, un aumento de la precarización de los puestos de trabajo y, ante la respuesta de los estados (locales y nacional) de suplantarlo con empleo público, más gasto para financiar. Un círculo vicioso que, como vimos este jueves, termina colocando a las grandes empresas multinacionales de origen argentino, que son pymes en el mercado global, al borde de la exclusión financiera. El sobreprecio que tendrán que pagar por financiarse es sólo uno más de lo que tienen que cargar para afrontar un trámite que sería de rutina para otras empresas de su magnitud y con las que deben competir en un mercado internacional cada vez más interconectado.

Estas empresas seguirán trabajando y tratando de obtener beneficios, pero es probable que, si las circunstancias que depositaron a la economía argentina en esta peculiar división no cambian, vayan depositando sus huevos en otras canastas: generando trabajo y oportunidades en países vecinos. No habrá derrumbe, sino simplemente un lento declive de la actividad y una profundización de las consecuencias no queridas de políticas que buscan eludir pagar costos y conciliar objetivos y recursos. Como ejemplo, las recientes iniciativas por subsidiar aun más el gas en las denominadas “zonas frías” y la pretensión de extenderlo con la electricidad en las “zonas cálidas”, eluden el costo para un fisco ya desfinanciado pero que, sobre todo, divorcia el precio pagado por el servicio de su costro de producción y distribución. Salvo que la noción de que “todo precio es político” sea dogma oficial, en el que el resto del mundo descree. Otro “Standalone”, que sigue confirmando la singularidad de un país que no consigue sacarse el lastre de la intrascendencia.