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La Real Academia Española lanzó una Biblioteca Digital, libre y gratuita

La institución española con sede en Madrid, fundada en 1713 por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco, VIII duque de Escalona y marqués de Villena, ha puesto a disposición de los navegantes digitales más de 4.800 obras. Algunas de ellas son incunables, impresos desde la invención de la imprenta, en 1450, hasta el año 1500, más una serie de libros denominados “raros”, impresos entre 1501 y 1830. Cómo visitarla y qué libros extraños encontrar.

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Rae. Al lado, la institución madrileña. Abajo, dos ejemplares “raros” y el aspecto que presenta el sitio web. | cedoc

El 19 de enero pasado la Real Academia Española (RAE) lanzó su Biblioteca Digital, libre y gratuita, a disposición de todos los usuarios de la web. Se encuentra disponible en: rae.es/biblioteca-digital. Cuenta con un millón y medio de páginas digitalizadas, distribuidas en más de 4.800 obras que comprenden 5.250 volúmenes. Este trabajo contó con el mecenazgo de la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, con quien la Fundación pro-RAE tiene convenios de colaboración desde 2021.

Cada libro está disponible con su correspondiente archivo PDF para que el usuario lo “baje” a su computadora o dispositivo móvil. Cuenta, además, con el sistema OCR (reconocimiento óptico de caracteres), que permite la búsqueda de términos específicos en el texto-imagen del documento. La información bibliográfica es sumamente específica y precisa, ya por el origen de cada ejemplar como datos del pie de imprenta.

La RAE da cuenta del criterio de publicación: “Se han digitalizado ejemplares representativos de la imprenta manual: desde los incunables, impresos desde el comienzo de la técnica tipográfica (a mediados del siglo XV) hasta 1500, a los libros denominados ‘raros’, que salieron a la luz entre 1501 y 1830. Entre todos ellos se podrán consultar títulos como el Libro de las suertes de 1515 o el Diccionario de autoridades, el primer diccionario realizado por la RAE y publicado en seis tomos entre 1726 y 1739. De una segunda fase de digitalización han sido objeto las obras impresas entre 1831 y 1900, producto, en gran medida, de la imprenta mecánica”. Esto también incluye “la primera edición de la primera parte del Quijote de la Mancha, de 1605, o uno de los ejemplares manuscritos de La vida del Buscón de Francisco de Quevedo”.

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Las obras, clasificadas bajo categorías básicas como Lingüística, Ciencias Sociales, Historia, Biografía, Religión, Ciencias, Artes, Filosofía y Literatura. En Literatura, la clasificación se extiende a poesía, teatro, narrativa, ensayos, discursos, diálogos, estudios sobre literatura y autores, correspondencia y otras temáticas literarias. Si a este sistema de carácter enciclopédico adjuntamos la curiosidad básica humana, se abren caminos tan llamativos como atendibles, más allá de la formación intelectual del lector. Es decir, veamos algunos resultados abriendo una página al azar en el diccionario (nadie lo lee de la A a la Z).

Así encontramos un plagio. Se trata de Diálogos satíricos de Francisco de Cáceres, publicado en diciembre de 1616, que según la dedicatoria es traducción del italiano, parcial de la obra de Niccolò Franco, Dialoghi piacevolissimi. Para más datos, la edición tiene falso pie de imprenta, en realidad fue impresa en Amsterdam, según Harm den Boer. Y allí se lee: “Venus. Que bellaquerias son? Dilas ya, hazme las entender un poco, juez de los defectos, lengua afilada en veneno, boca que nunca dixo bien. Sanio. De la misma manera dizen, hacen y hablan las putas, que quanto mas son depravadas, quanto mas andan por los burdeles, mas procuran venderse por honestas, y honradas. Dime un poco Venus, eres tu otra cosa sino una ladrócilla nacida en el mar, y de la espuma de los pendientes, que es peor, por cuya ocasión fuiste llamada Afrogenia, y Afrodite? Que cosas hiciste jamas, que las obras no ayan sido siempre correspondientes al origen de tu nacimiento”.

Luego, el Diccionario abreviado de la fábula, para la inteligencia de los poetas, pinturas y estatuas, cuyos asuntos están tomados de la historia poética, de Pierre Chompré (1698-1760), publicado en hacia 1783. En él se leen definiciones llamativas: “Calipatira, Griega que habiéndose disfrazado de Maestro de gimnastica para acompañar á su hijo á los juegos Olympicos, á los que no se permitia asistir á las mujeres, se dio á conocer por las exclamaciones de alegría que hizo al ver vencedor á su hijo. Los Jueces la perdonaron; pero mandaron por una ley que los Maestros de gimnastica hubiesen de estár desnudos, como lo estaban los Atletas, á quienes habian enseñado, y conducían á aquellos juegos”. Y también: “Calistéas, fiestas en honra de Juno y Ceres, en las que habia señalado un premio para mujer mas hermosa que allí se hallase. Los Eleenses celebraban estas fiestas en honra de Minerva; pero el premio era para el hombre mas hermoso”. Para cerrar: “Campo de lagrimas, era el parage de los infiernos, donde se creía estaban aquellos á quienes habia muerto la violencia de una pasión amorosa”.

La disposición gráfica en las páginas de ambos ejemplares citados reitera –al final de cada una a la manera de línea viuda y al margen–, el artículo o palabra con que comienza la página siguiente. Lo que indica que la formación del lector “vulgar” necesitaba de esa ayuda para que el sentido de continuidad discursiva tenga efecto óptico.

En el Libro de los galicismos de Adolfo de Castro (1823-1898) –se estima impreso a la muerte del autor–, podemos leer: “‘No se nos ha negado el sendero de la fortuna.’ Este sendero es aquí el sentier francés. Senda sería más castellano. De esta última voz usaron nuestros místicos y otros buenos escritores, quienes no ignoraban que había senderos en España, y con todo, siempre dijeron la senda de la virtud, la senda de la gloria, porque sabían que el sendero, que es próximo pariente de la trocha, nunca se toma en sentido noble metafórico entre nosotros.”

De esta manera de Castro disecciona la influencia “bonapartista” de la lengua gala en el buen decir hispánico. De allí que semejante estilo puede trasladarse a la formación de nuestros literatos, de Echeverría a Sarmiento, y en cómo dichas influencias se replican, o no, en nuestros días. Esto último se puede cotejar en los discursos de los legisladores argentinos sobre la ley ómnibus.