El 17 de julio de 2008, el rey Juan Carlos visitó al expresidente Adolfo Suárez en su domicilio y como testimonio de ese encuentro hay una fotografía que tomó Adolfo Suárez Illana, hijo del expresidente, por la que le concedieron el Premio Ortega y Gasset de periodismo. Para Suárez Illana: “La foto tiene el valor de evocar la concordia, el acuerdo, lo mejor de nuestra vida política”.
En la fotografía vemos a los dos personajes de espaldas paseando por el jardín. El rey, ataviado con un traje azul, pasa su brazo por encima del hombro de Suárez, quien viste unos pantalones chinos color caqui y una camisa clara arremangada. Los dos, al andar, flexionan a la vez la pierna derecha y dejan ver la suela del calzado; formal, en el caso de monarca, y deportivo, en el de Suárez. El rey, con la cabeza girada levemente hacia su interlocutor, parece comentar algo al expresidente, a su derecha. Este, a su vez, tiene la cabeza girada hacia Juan Carlos e inclinada hacia abajo, como observando el sitio donde apoyará el pie para dar el siguiente paso. El sol, cenital, se derrama sobre ellos y dibuja bajo la planta de cada uno, una mancha pequeña. La primera impresión que se obtiene al observar la foto es el cambio de roles en la relación pública de los presidentes con el monarca. Se supone que el monarca es el que siempre escucha, una opinión o un informe; es el sujeto a ser aconsejado por antonomasia. Un presidente explica y el rey asume o no las razones que escucha. Pero aquí, en esta imagen quieta, es Juan Carlos quien habla a un expresidente.
Adolfo Suárez padecía Alzheimer, con lo cual no reconoció al visitante. Al acercarse, el expresidente le preguntó: “¿Y tú quién eres?”. “Tu amigo Juan Carlos”, le respondió el rey, y salieron al jardín.
Dos meses después de aquel encuentro, caería Lehman Brothers dando lugar la Gran Crisis. Tres años tarde, surge en España el movimiento 15M como respuesta a sus consecuencias: recesión, recortes y exclusión.
Los más jóvenes salieron a la calle y ocuparon las plazas para plantar cara al futuro prometido que se disolvía en el aire. Si las instituciones se tornaban líquidas, vacías de representación y daban la espalda a los ciudadanos, las expectativas se convertían en humo. Así se devaluó la idea de la Transición española, o así, alcanzó su nivel de incompetencia: no poder resolver los problemas de la que se consideraba, hasta entonces, la generación más preparada de España: estudios universitarios completos, parte de ellos realizados en alguna universidad europea a través del programa Erasmus, y la mayoría con posgrados también fuera del país. Fue la primera frustración de la democracia y por eso cuestionaron en la calle al sistema. Una ministra del entonces Gobierno del Partido Popular, hastiada de plazas tomadas y asambleas cotidianas, dijo que si querían protestar se presentaran a las elecciones. De esas plazas surgió un partido, Podemos. Esa plataforma convergió con Izquierda Unida y formó Unidas Podemos. Hoy confluyen con el socialismo en el primer Gobierno de izquierdas de la democracia española.
La Transición, sin lugar a dudas, ha cumplido un rol clave en la historia de España. El rey Juan Carlos traicionó el mandado del dictador Francisco Franco y junto a Adolfo Suárez, iniciaron aquel camino acompañados, entre otros, por Santiago Carrillo al frente del Partico Comunista Español que el propio Suárez legalizó no sin superar obstáculos hoy difíciles de medir en la distancia de los tiempos.
La resistencia de los materiales democráticos es frágil. El 15M, con aquellos jóvenes en la calle sometió a la Transición a una prueba de carga de bóveda. Hoy, una nueva generación, los centennials, con 25 años, se suman a los reclamos que trae la pandemia de la Covid-19 con una nueva crisis económica. Veremos como sigue la historia.
En perspectiva, uno de los dos principales arquitectos de la Transición perdió la memoria antes que la vida. El otro, acaba de perder el rumbo.
*Escritor y periodista.