COLUMNISTAS

La segunda ciudadanía

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Con mi flamante pasaporte español en el bolsillo aterricé en Madrid. Al llegar, descubrí una librería que queda en la calle Duque de Alba y se llama Traficantes de Sueños, que también es una editorial comprometida políticamente con cierto anarquismo autogestionario que no tiene equivalente en la Argentina. En el moderno local reinaba un clima de ebullición. Entre otras cosas, se celebraban primarias para las inminentes elecciones municipales. Esas primarias no son obligatorias (ni para los partidos ni para los votantes), pero permiten elegir candidatos por fuera del dedo de los grandes aparatos partidarios (y se prestan al leninismo de Podemos y sus Círculos).

Los Traficantes de Sueños son más simpáticos y más amigos de la libertad que los kirchneristas de Podemos, aunque te hablan bien de Correa y creen que la transición española no fue más que un engaño. El último libro de Traficantes, cuyas cajas se desembalaban cuando pasé por la librería, se llama Por qué fracasó la democracia en España.

Con el transcurso de los días, Madrid me deja impresiones contradictorias. Se ve la crisis, se ven los efectos del desempleo, se ve gente que creyó ser de clase media pero hoy trabaja demasiadas horas y gana demasiado poco. Podemos, con su líder marketinero, su jerga orwelliana (“la casta”, “la troika”, “los de siempre”, “la gente”), sus promesas irresponsables y su sectarismo de facultad de Ciencias Políticas al estilo Florencia Saintout, es una alternativa deprimente. Así y todo, es hoy el tercer partido de España, como lo confirma la reciente elección autonómica en Andalucía. Allí la sorpresa fue el cuarto partido, Ciudadanos, que se define como el exacto centro ideológico del espectro, pero comparte con Podemos el rechazo por el burocrático y corrupto bipartidismo del PP y el PSOE. La plataforma de Ciudadanos propone cambios importantes como una lucha frontal contra la corrupción y el fin del capitalismo de amigos, pero no quiere romper la Constitución ni salir de la Unión Europea ni repudiar la Transición.
Si uno pregunta por Ciudadanos, recibe como respuesta variantes de la frase: “son la derecha”. Como dice Anna Grau en un libro que se llama #Podemos. Deconstruyendo a Pablo Iglesias, que el encargado de la librería me vendió amablemente (con la aclaración, desde luego, de que era un libro de la derecha): “En este país hay mucha gente que no está emocionalmente preparada para no ser de izquierdas. Que experimenta una intensa necesidad de sentirse progre porque no concibe otro lado bueno de la vida ni de la Historia.” Ciudadanos tiene una caracterización ingeniosa de Podemos y de sus equivalentes populistas: lo llama un “partido vengativo”. Es decir, una fuerza política a la que siempre le sobra una reivindicación (contra el capitalismo, contra la Guerra Civil, contra la Transición, contra la Democracia) que le permite sobreactuar la indignación y fulminar ideológicamente a los adversarios con excusas como que todavía hay calles en España que llevan nombres de funcionarios del franquismo. Ese espíritu vengador heredero del estalinismo, implacable con el matiz ideológico en el ojo ajeno pero indiferente a los abusos de las dictaduras amigas, complica una discusión sensata sobre un partido como Ciudadanos al que tal vez debería afiliarme.

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