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Apuntes en viaje

‘La stalker’

En el presente se mechan escenas del pasado: la nena aprendiendo a cocinar con su madre, una operación tremenda en la que casi pierde la vida, un padre que la cuida.

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‘La stalker’. | Marta Toledo

Qué lindo cuando las amigas publican su primer libro! Con Raquel Tejerina nos conocimos hace diez años en un taller que yo coordinaba en Espacio Enjambre: los primeros recuerdos que tengo de ella son que venía en bicicleta cuando ni existían las bicisendas, y que leía muchísimo. Al año siguiente o al siguiente (creo que el taller duró unos tres años) empezó a escribir una historia de una mujer joven, divertida, alocada, que tenía un buen trabajo y amigas con las que salían de copas y levante. Pero esta mujer, Julia, además era la reina del stalkeo. Entonces yo no sabía qué era stalkear ni cómo se escribía y me enteré por esas primeras páginas que Raquel llevaba a la reunión de los martes.

Así comienza la novela: “Prende un pucho, se hace un gin tonic, pone la radio y se tira en el sillón. Se mira los pies, mueve los dedos y repasa la noche para ver qué dato se le escapó. Si apareciese un genio de la lámpara y le concediese un deseo, pediría tener memoria. Agarra su libretita y anota: Ignacio. Edad: 33 años. Rasgos físicos: castaño, con barba, contextura mediana, ojos chispeantes. Ocupación: puntitos. Domicilio: Campos Salles y Cabildo. Situación amorosa: puntitos. Se acuerda: ‘no me puedo ir tarde’. ¿Por qué? le había preguntado ella. ‘Es complicado’. Tacha. Situación amorosa: complicada”. 

Una de las líneas de la trama sigue a Julia haciendo lo imposible por volver a ver al tipo, Ignacio, que conoció en un boliche un fin de semana, al que le dio su teléfono pero no la llama, y del que sabe casi nada, excepto que quiere volver a tenerlo en su cama para terminar lo que empezaron y: puntitos. Pero como todas las buenas novelas, La stalker tiene varias líneas de escritura y de lectura y un relato aparentemente superficial, efervescente, a contrapelo del manual de la buena feminista, se va enrareciendo, espesando, a medida que vamos conociendo más a la protagonista. En el presente se mechan escenas del pasado: la nena aprendiendo a cocinar con su madre, una operación tremenda en la que casi pierde la vida, un padre que la cuida.

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La novela transcurre en una época donde todos usábamos Facebook y donde todavía no teníamos la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Parece que de todo eso pasó mucho tiempo, ¿no? Una de las escenas que más me gustan del libro es cuando Julia va a practicarse un aborto en un consultorio privado: una escena psicodélica en la que la anestesia, el miedo y la devoción por Santa Rita se mezclan en un cuadro onírico y delicioso. 

Las amigas (y los gatos) son también protagonistas o, mejor dicho, una de las grandes protagonistas es la amistad entre mujeres: es lo que sostiene, acompaña, consuela, y son las amigas las que se suben a la aventura de pesquisar al tipo deseado. Están allí cuando la noche del sábado se hace demasiado inmensa para estar sola; están al teléfono cuando el amor se escurre como un pez hábil; están para beber, para bailar y para quedarse en silencio. A ellas está dedicado el libro: “A las que hacen todo mal, y todo bien”.

La stalker fue publicada por Beatriz Viterbo, la editorial rosarina que está cumpliendo treinta años. La portada del libro es una pintura del artista Daniel García: una mujer de malla enteriza roja, inclinada hacia atrás, empujada por algo que podría ser viento o la onda expansiva de una explosión, el pelo le cubre completamente la cara. Es una imagen hermosa, enfática en su aparente sencillez. Acaso una intemperie parecida a la de Julia cuando le pide a Santa Rita: “Quiero que me quieran”.