El 1 de marzo de 1851, el gobernador de Entre Ríos emitió un decreto conocido como “el pronunciamiento de Urquiza”, en el que aceptaba la renuncia que Rosas presentaba anualmente seguro de que le sería rechazada unánimemente por gobernadores y legisladores. Era, lisa y llanamente, una declaración de guerra.
La ruptura de los jefes federales se daba en medio de una tensa situación entre la Confederación gobernada por Rosas y el Imperio del Brasil de Pedro II. La relación de fuerzas era claramente favorable para nuestra patria, pues el Restaurador había preparado cuidadosamente, en armamento y adiestramiento, dos fuertes cuerpos militares: el Ejército de Operaciones de la Confederación Argentina, acantonado en Entre Ríos y Corrientes bajo el mando del general Urquiza, que podía movilizar entre 15 y 16 mil hombres, y el Aliado de Vanguardia, en la Banda Oriental, con un número semejante de combatientes argentinos y orientales, comandado por el general Oribe.
Pero sucede lo insólito: en febrero de 1851, llega dirigida al canciller brasileño Paulino una nota del Encargado de Negocios brasileños en Montevideo informándole que un agente del Comandante en Jefe del Ejército de Operaciones argentino lo había visitado para hablarle de la posibilidad de “neutralizar” a ese ejército.
Urquiza era rico, riquísimo, entre otras cosas, por la salida de oro hacia el extranjero por la puerta falsa de Entre Ríos, que le daba grandes ganancias irregulares, pues Rosas había prohibido en 1837 la exportación del oro a fin de mantener una existencia que sostuviera el valor del peso e hiciera elásticas las reacciones del mercado.
Antonio Cuyás y Sampere era hombre de confianza y socio comercial de Urquiza, lo que hoy se llama un “operador”. Herrera y Obes, canciller en Montevideo, llamó a Cuyás y en nombre del Brasil le formuló una pregunta: “En caso de una guerra de la Confederación con Brasil, ¿podría contarse con la defección de Urquiza a sus deberes?”, tal como lo registró el catalán en sus Memorias.
La respuesta de Urquiza fue la que podía esperarse de un general de la Nación a cuyo mando estaba el principal ejército que se aprestaba a una guerra contra el Imperio que osaba hacer una pregunta tan atrevida: “¿Cómo cree, pues, el Brasil, como lo ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas, sin traicionar a mi Patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen, y sin borrar con esa ignominiosa mancha mis antecedentes?” (Carta a Cuyás, 20 abril de 1851).
Pero las relaciones entre Rosas y Urquiza se fueron deteriorando, pues don Juan Manuel no ignoraba las maquinaciones del entrerriano.
Los brasileros imponen sus condiciones: Brasil se comprometería en una acción militar contra Rosas sólo con la certeza de un público e irreversible “pronunciamiento” de Urquiza contra el Restaurador. Exigía un compromiso escrito de que luego de la inevitable victoria el entrerriano garantizaría al Imperio el reconocimiento de sus derechos sobre las Misiones Orientales, la libre navegación de los ríos interiores argentinos, el probrasileño Garzón, elevado a la presidencia de la República Oriental y el reconocimiento de la independencia paraguaya para que cayera en la órbita del Imperio.
Urquiza mandó redactar el pronunciamiento argumentando la necesidad de dar una Constitución a la Argentina, a lo que Rosas se negaba, y cruzó el río Uruguay el 19 de julio, dejando 10 mil hombres en Entre Ríos para cuidar la retaguardia. El 4 de septiembre, 16 mil soldados de las fuerzas brasileras –entre ellos 3 mil temibles mercenarios alemanes– atravesaron la frontera. Oribe capituló en la Banda Oriental el 8 de octubre.
Domingo Sarmiento, acérrimo enemigo del entrerriano después de Caseros, le escribirá: “Se me caía la cara de vergüenza al oírle a aquel Enviado (del Brasil) referir la irritante escena y los comentarios: ¡Sí, los millones con que hemos tenido que comprarlo (a Urquiza) para derrocar a Rosas! Todavía, después de entrar en Buenos Aires, quería que le diese cien mil duros mensuales”.
El “Ejército Grande” podía haber entrado en Buenos Aíres al día siguiente de Caseros, 3 de febrero, que fue una breve escaramuza, pero los brasileros forzaron a Urquiza a hacerlo recién el 20, aniversario de la batalla de ltuzaingó, como reparación por aquella derrota del Imperio a manos del ejército argentino.
*Director de la Cátedra Historia de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES).