COLUMNISTAS
El mayor ENFRENTAMIENTO internacional desde 1982

La victoria del corto plazo

A partir de la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, y del cierre de la frontera dispuesta por Uruguay, la Argentina enfrenta el más grave conflicto internacional con otro Estado desde 1982, que incluye descalificaciones y agravios personales al mandatario del antagonista que, a su vez, es la figura política de mayor prestigio y popularidad de la historia de la nación vecina en los últimos treinta años.

Jorgecastro150
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A partir de la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, y del cierre de la frontera dispuesta por Uruguay, la Argentina enfrenta el más grave conflicto internacional con otro Estado desde 1982, que incluye descalificaciones y agravios personales al mandatario del antagonista que, a su vez, es la figura política de mayor prestigio y popularidad de la historia de la nación vecina en los últimos treinta años.
La característica de la acción diplomática es que no separa los medios de los fines; como es un recurso del Estado, los medios tienen para ella tanta importancia como el fin. Por ello, más allá de la apreciación que se pueda hacer sobre su idoneidad en un momento determinado, el medio utilizado revela con mayor claridad su significado implícito, su verdadera finalidad, que su plena explicitación retórica.
Lo que revela la postura argentina en Santiago de Chile es que, para el gobierno nacional, el conflicto con Uruguay es un enfrentamiento del que debe salir triunfador, lo que incluye la descalificación de la máxima autoridad del antagonista, considerado en términos individuales, como si fuera una personalidad política del ámbito doméstico.
El inconveniente es que esto ocurre con Uruguay, país soberano desde hace 177 años, y con su presidente, el líder socialista Tabaré Vázquez.
Uruguay es el país que en términos demográficos, históricos, geográficos y culturales se encuentra más próximo a la Argentina. Uruguay y la Argentina tienen la misma matriz nacional, y una similar historia de inserción internacional, con tres diferencias del lado argentino y una del oriental.
Esas diferencias en la Argentina fueron la industrialización a partir de la década del 30, el peronismo desde los años 40, y la presencia social, política y cultural de la Iglesia Católica también desde entonces. Uruguay tuvo el battlismo (José Battle y Ordoñez), que estableció una nueva identidad oriental, laica, urbana y profundamente estatal.
Salvo estas cuatro diferencias, los dos países son lo mismo, y ante todo lo son sus pueblos.
Es con este país que la Argentina tiene el más grave conflicto internacional de su historia en los últimos 25 años, cuando enfrentó durante 74 días a Gran Bretaña por tierra, mar y aire por la posesión de las islas Malvinas.
El conflicto con Uruguay revela en forma arquetípica las características sustanciales de la denominada “política exterior” del presidente Néstor Kirchner.
No es una acción externa que responda a un signo ideológico determinado, ni tampoco su razón de ser es un pragmatismo coyuntural que enfrenta los problemas según como se presentan.
Su núcleo es una completa subordinación de las principales decisiones –ante todo las de orden estratégico– a las necesidades de la política doméstica. En este caso, son los asambleístas de Gualeguaychú los que, con sus buenas razones y sobre todo con su reconocida capacidad para la acción directa (que es el lenguaje del poder en la Argentina post-2001), los que manejan las relaciones internacionales de la Argentina con el país más cercano a ella, en todas las dimensiones del término.
La ruptura con Uruguay, y la escalada del conflicto con él, es al mismo tiempo la expresión más acabada del aislamiento creciente, casi completo, de la Argentina en el mundo.
Atrás de la instalación de Botnia en Fray Bentos no hay una decisión circunstancial o de corto plazo de Uruguay; y mucho menos una iniciativa personal, de naturaleza arbitraria, del presidente Tabaré Vázquez, que constituiría “una puñalada por la espalda contra el pueblo argentino”.
Botnia responde a una decisión de orden estratégico, surgida de un consenso nacional de fondo, desarrollado a lo largo de treinta años, que consiste en modificar en forma irreversible la estructura económica y social del Uruguay a través de la industrialización celulósica, realizada mediante la inversión en gran escala de las empresas transnacionales.
Son cuatro las plantas papeleras/pasteras en construcción o en proyecto en Uruguay, con una inversión por más de 5.000 millones de dólares; Botnia es sólo la primera, y en ella se invierten 1.800 millones de dólares y se crean 8 mil nuevos puestos de trabajo, directos e indirectos.
El Uruguay battlista tenía una estructura socioeconómica con tres pilares: el Estado (la burocracia estatal), el sistema financiero de Montevideo y la ganadería; el post-battlista, que comienza ahora, tiene una dimensión industrial de gran envergadura de raíz transnacional. La inversión extranjera directa que recibió Uruguay en 2006 asciende a 7% del PBI, el nivel más alto de su historia, y en términos proporcionales a su población y producto, uno de los más elevados de América Latina.
El mayor desafío que enfrentan hoy los Estados en un mundo que experimenta una extraordinaria mutación es su capacidad de prever, que es la cualidad que permite adelantarse al curso vertiginoso de los acontecimientos.
Prever no es conocer el futuro, que por definición no existe todavía. Prever es “ver antes que los demás”. ¿Pero qué es lo que se puede ver, si el futuro sólo se puede adivinar? Son las tendencias dominantes de la época, que actúan sobre los elementos centrales del presente y de esa forma modelan el porvenir.
La tendencia central de la época es un gigantesco proceso de integración mundial, denominado globalización. Participar de él es integrarse al mundo; alejarse de él es aislarse del sistema internacional o, lo que es igual, “desintegrarse”.
El inconveniente que tiene la denominada “política exterior” de la Argentina actual no es sólo su completa subordinación a las necesidades de la política doméstica, sino que, antes que eso, vive, existe, tiene razón de ser, sólo en el más inmediato de los cortos plazos.
En un sentido estricto, calificar a la actual “política exterior” argentina, ante todo en el conflicto con Uruguay, como de corto plazo es una redundancia, un truismo, un exceso de la lengua. El conflicto con Uruguay, por el solo hecho de existir, es una derrota para los dos países y sobre todo para la Argentina.