Vuelvo, después de un largo viaje laboral, a un país violento. Me toca presenciar un debate en el que las candidatas presidenciales se limitan a lanzar barbaridades al aire, a ver si con alguna consiguen una adhesión que su falta de ideas (o su profusión de ideas siniestras) les niega.
Me resulta violento que reconocidos columnistas de los diarios más importantes den como ganadora de ese debate a la candidata más bruta, la que no puede sostener una sola frase sin tropezarse con sus vastas ignorancias.
Es violencia que no se reconozca la claridad y la solidez de Myriam Bregman durante el debate, o que nadie haya querido notar la contundencia de las propuestas del Sr. Juan Schiaretti, que expuso a Los Tres Chiflados como los payasos que son.
Un joven de 12 años puede ser imputable penalmente, pero no responsable de su propia sexualidad
Lo más violento fue que alguien se presentara en la escena pública para repetir, como un Dalek embriagado de psicosis maníaca: “exterminate, exterminate”, con referencia al kirchnerismo, cuyos errores y manías yo he deplorado, pero nunca al punto de enarbolar el exterminio como solución final. Me resulta violento que se considere que un joven de 12 años pueda ser imputable penalmente, pero no ser responsable de su propia sexualidad. Es violento que a las ancianas que internan porque se quebraron un tobillo las mediquen con antipsicóticos para “tranquilizarlas”.
Me sorprende la violencia del Sr. Joaquín Morales Solá, quien escribe que “el antisionismo es, en efecto, el nuevo nombre del antisemitismo” sin que le tiemble el pulso. Encuentro violento que el Sr. D’Elía haya gorjeado “Excelente sábado para todos” a propósito de los luctuosos hechos de Medio Oriente.
Por supuesto, la inflación ya completamente desbocada es un acto de violencia, como lo son el cinismo vicepresidencial y el chocolaterismo bonaerense.
Hablo de todo esto con una doctoranda valenciana de visita mientras esperamos un taxi bajo la lluvia. Media cuadra más allá un taxi para en el medio de la calle, el conductor se baja, habla con el conductor de una furgoneta, y vuelve al taxi al grito de “a los negros hay que matarlos a todos”. La doctoranda valenciana se queda helada. Me encojo de hombros y le digo: “acá es así, la violencia cotidiana es una forma de honrar a nuestros soberanos”.