El contexto de efervescencia feminista de los últimos años, las evidencias múltiples de la adhesión masiva a sentimientos antipatriarcales por parte de las generaciones más jóvenes –tal como se ha observado en las movilizaciones recientes a favor de la legalización del aborto en nuestro país–, la amplitud de la acogida académica de los estudios acerca de las mujeres, de las relaciones entre los géneros y la impronta de las disidencias sexo-genéricas han sido estimulantes decisivos para que vuelva a circular La Voz de la Mujer, el periódico comunista-anárquico que vio la luz entre 1896 y 1897. No fue la primera publicación destinada a las mujeres y sostenida en buena medida por plumas femeninas en la Argentina. Es necesario evocar las primeras hojas en las que predominó la escritura de mujeres, La Argentina y La Aljaba –ambas de inicios de la década 1830–. Con relación a La Argentina ha sido reiterada la adjudicación de su dirección a un varón, Manuel Irigoyen, pero de acuerdo con el riguroso análisis que César L. Díaz le ha dedicado, debe admitirse que muy probablemente fueran mujeres quienes estuvieran a su cargo. En el caso de La Aljaba, siempre se ha sostenido que su editora fue Petrona Rosende de Sierra, pero lo cierto es que ambas publicaciones se destinaron al público femenino y de acuerdo con el citado análisis de Díaz, no faltaron tensiones entre estos pioneros grupos editoriales dedicados a las lectoras mujeres, más allá de la coincidente sintonía política con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Graciela Batticuore ha destacado que estas publicaciones, aunque proponían la ilustración de las lectoras, abogaban por un protagonismo femenino circunscripto al ámbito de la domesticidad, la familia o la intervención social por vía indirecta (...).
Desde mediados a fines del siglo XIX hubo sin dudas una ampliación del número de mujeres que escribían y mantenían publicaciones, como ocurrió con Juana Manso –notable educadora– y su revista La Redacción. Album de señoritas. Periódico de literatura, modas, bellas artes y teatro, tal el título completo de aquella empresa editorial surgida en 1854 y que seguramente quiso ser la continuidad de la hoja que había publicado unos años antes en Brasil, O Journal das Senhoras. Y más cerca del fin de ese siglo se destacaron al menos dos editoras mujeres, Juana Manuela Gorriti –singular novelista e historiadora amateur–, responsable de La Alborada del Plata, y la peruana, también descollante escritora, Clorinda Matto de Turner con Búcaro Americano, que casi coincidió con la aparición de La Voz de la Mujer. Ese fin de siglo resultó muy alterado, la modernidad se impuso a zancadas, una vorágine de cambios materiales en la sociedad argentina, y si hubo transformaciones tangibles en los grandes centros urbanos, en especial Buenos Aires y Rosario, se refieren a la cambiante demografía con miles y miles de inmigrantes de ultramar que darían una nueva fisonomía social y cultural al país. Las mujeres letradas, a pesar del sometimiento formal al cónyuge traído por el flamante Código Civil –puesto en vigor en 1871–, pudieron acceder a renovadas fuentes de información. Las lecturas recorrían desde los diarios a las revistas de información general, pero, sobre todo, la avidez por leer se centró –como un fomento a la imaginería transgresora– en las novelas. Ha sido muy analizado el formato del folletín que concentrará el deseo consumidor letrado entre las mujeres –debe recordarse el análisis de Beatriz Sarlo El imperio de los sentimientos y de Anne-Marie Thiesse e Roman du Quotidien, lecteurs et lectures populaires à la Belle Epoque, con relación a Francia–, género que debe verse como provocador de subjetividades que hasta pueden conspirar contra la canónica moral patriarcal. Las publicaciones destinadas a las mujeres en manos de editoras de tanta respetabilidad literaria como Gorriti y Turner podían ser amenazantes para ciertos sectores sociales, aunque apenas animaran mohines de disconformidad.(...)
La Voz de la Mujer responde a la nueva corriente que se abre paso entre los fragores de la modernidad productora de un tendal de despojados. Las clases proletarias constituyen la piedra de toque de las formulaciones doctrinarias anarco-comunistas, sin duda uno de los cauces de las configuraciones anarquistas. En éstas –que heredan el compromiso de no abdicar jamás de la soberanía individual, impidiendo cualquier representación vicaria– hay corrientes que sostienen la primacía de una sociedad igualitaria, de un régimen absolutamente paritario en el disfrute de los bienes, donde no haya desigualdades más allá de las diferencias que “por naturaleza” tienen los individuos. (...)
Entre las filas libertarias, la cuestión de la mujer tuvo un singular empinamiento, resultó un término fundamental para la demolición del orden social burgués y la extinción de la potestad eclesiástica. Las luchas reivindicativas de las mujeres para conquistar derechos y emancipación gozaban de expresiva ampliación a fines del XIX, momento en que además se acuñó el término “feminismo” gracias a la destacada militante francesa Hubertine Auclert. Pero para el anarquismo, desde luego para las anarquistas, la procura de derechos formales resultaba una contradicción en sus términos dada la piedra angular de la antilegalidad de su ideario. De modo que la aparición de La Voz de la Mujer, coincidiendo con el surgimiento del Partido Socialista en nuestro país –primero en incluir en su programa el derecho al sufragio femenino–, no puede verse sin más como una contribución al cauce principal del feminismo argentino, aunque debe admitirse que hay allí un atajo –como lo hace Maxine Molyneux en el artículo que vuelve a publicarse en esta edición, y que desde su título mismo expresa la existencia del “feminismo anarquista”–. (…)
*Autora del Prólogo de La voz de la mujer, UNQ Editorial. (Fragmento).