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Las fronteras del odio

El uso del espanto como impulsor del voto se repite en el mundo y el país. Alerta para 2019.

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Dos argentinas. | Pablo Temes

Un siglo atrás el mundo asistía al ascenso de las masas. Millones de personas escapaban de la miseria y de las guerras recorriendo miles de kilómetros buscando una vida mejor.

Amenazas. Autores diversos dieron cuenta de este fenómeno: Gustav Le Bon, uno de los más influyentes de aquellos momentos, transmitía en su obra, Psicología de las multitudes (1895), el temor que causaba la irrupción de las masas en un mundo "civilizado". Sin sonrojarse escribía: “Hoy en día los reclamos de las masas se están volviendo cada vez más claramente definidos y significan nada menos que la determinación de destruir completamente a la sociedad tal como ésta existe actualmente”.

La idea de que las masas podían ser fácilmente sugestionables y manipuladas era moneda corriente en aquellos días y era una tesis que parecía corroborarse con el ascenso del fascismo. Sigmund Freud dedicó gran parte de su texto Psicología de las masas y el análisis del yo a responderle a Le Bon realizando un aporte particular: “El fenómeno más singular y al mismo tiempo más importante de la formación de la masa consiste en la exaltación o intensificación de la emotividad en los individuos que la integran”. Transitando la segunda década del siglo XXI la idea de las masas y el temor asociado a ellas como “destructoras de la sociedad” se ha ido disolviendo, pero su lugar lo ha pasado a ocupar el migrante, al que se le adjudican algunos atributos semejantes que a la masa con un agravante: compite por los recursos escasos con pobres locales.

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Emociones. El otro gran fenómeno que ha ido creciendo en estos tiempos es la incidencia de las emociones en la vida pública, la política y la economía. Si en épocas anteriores las emociones eran atributos de la vida privada de las personas, desde el momento en que se comienzan a borrar los límites entre lo público y lo privado, el campo emotivo coloniza lo público y se convierte en la forma predominante de las interacciones de la esfera política. De esta forma, la mayoría de los economistas ha abandonado la idea de que los agentes que operan en los mercados obedecen únicamente al cálculo racional para incluir las expectativas y la incertidumbre como elementos fundamentales para explicar comportamientos.

También la política se fue impregnando cada vez más de los sentimientos, en general negativos, que van desde la indignación al odio, pasando por el miedo, la bronca y el desprecio. Los destinatarios de estos sentimientos de rechazo son múltiples y cambiantes, en algún momento puede ser un grupo político, en otro una minoría étnica o religiosa, personas con orientaciones sexuales diferentes o alguien que simplemente plantea una diferencia.

Como se sabe, las emociones negativas y mensajes de odio encuentran el constructo ideal para su circulación en las redes sociales y sitios de interacción virtual, como los comentarios en las versiones online de los periódicos. Esos espacios abiertos y de escasa moderación, lejos de ser la nueva "plaza pública" que los tecnoptimistas habían anunciado, han pasado a funcionar como canalizadores de la violencia simbólica y lugares óptimos para la producción de mentiras o verdades discutibles. Sin embargo, lejos de mantenerse como una burbuja, la violencia contenida en las redes permea al exterior y se corporiza como reglas de interacción en la vida cotidiana real.

El odio es un elemento clave para comprender la actualidad política en el mundo, pero también en Argentina. La casi sugerencia dada por la ministra de Seguridad para que quien quiera armarse lo pueda hacer es el camino más veloz para transmutar la violencia simbólica en física.

Negatividades. Resulta muy difícil explicar el triunfo de Mauricio Macri en 2015 sin considerar el odio antikirchnerista que se fue generando a partir del año 2012 en sectores de la clase media y alta, sentimientos negativos que hoy persisten. Las cadenas nacionales, el cepo cambiario, y hasta las carteras de Cristina Kirchner eran blancos habituales de la antipatía hacia la ex presidenta. También el odio y la bronca fueron elementos esenciales en el triunfo de Donald Trump a fines de 2016 cuando los WASP (White Anglo-Saxon People) mostraban su hartazgo hacia las políticas de la elite de "Washington" por ejemplo las llamadas de "acción afirmativa" que apuntaban a reducir las prácticas discriminatorias contra las minorías, y que permitirían a negros e hispanos llegar a las universidades. Como no podía ser menos, el triunfo de Jair Bolsonaro se explica en gran parte por el odio anti PT, y anti Lula, emoción oculta que afloró entre los sectores más acomodados de la sociedad. El mapa brasileño cambia abruptamente de color político entre el sur rico votante de Bolsonaro y el nordeste pobre votante de Fernando Haddad. Las experiencias expresadas se le suman al ascenso de los partidos de derecha en toda Europa que también expresan el miedo y el rechazo a la inmigración. El rechazo al inmigrante es un cordón umbilical que une a todos los nuevos modelos neoconservadores en el mundo, el gran tema que provocó el retiro de Gran Bretaña de la Unión Europea, y explica el ascenso de la Liga de Mateo Salvini en Italia, que rechaza a los subsaharianos que llegan a diario en balsa, pero también repudia el corset presupuestario redactado desde Bruselas, corazón político-técnico de la Unión Europea.

La producción del odio. Estas experiencias políticas, que seguirán expandiéndose, se conforman fundamentalmente en base a identidades negativas. Y por eso prácticamente todos los nuevos liderazgos de la época se van construyendo desde el rechazo a un otro que carga con los estigmas. Esta característica se ha transformado en un común denominador de los proyectos políticos que triunfan en muchos países del mundo incluso culturalmente distantes, y que más que contener una idea asociativa de comunidad se formulan desde lo que se rechaza. Por eso no es raro que estos liderazgos sean interpretados como propios de la antipolítica o como antisistema. Pero atención que la violencia simbólica generada previamente puede legitimar rasgos autoritarios y regímenes de excepción que son esa “tierra de nadie entre el derecho público y el hecho político, y entre el orden jurídico y la vida”, al decir del filósofo Giorgio Agamben.

Como conclusión, el odio es un elemento clave para comprender la actualidad política en el mundo, pero también en Argentina. La casi sugerencia dada por la ministra de Seguridad para que quien quiera armarse lo pueda hacer es el camino más veloz para transmutar la violencia simbólica en física. La generación y movilización de figuras de odio van a ser elementos centrales de la próxima campaña presidencial porque quien pierda va a perder mucho más que una elección, y porque en definitiva es mucho más fácil construir enemigos que aliados.

*Sociólogo (@cfdeangelis)