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Lecturas de la semana

No tengo nada bueno que decir de este libro: su trama es rebuscada, su ritmo es lento, sus personajes son poco atractivos.

El vicio maldito de leer novelas policiales me juega malas pasadas. En lugar de concentrarme en algunos libros prometedores que me llegaron, la semana pasada me intoxiqué con una novela de casi quinientas páginas llamada El club del crimen de los jueves, de un tal Richard Osman, presentador y productor de la televisión británica. La cara del tipo y su profesión deberían haberme prevenido, pero me ensarté con la primera de una serie de novelas en las que un grupo de residentes en un complejo para ancianos resuelve asesinatos viejos y nuevos. No tengo nada bueno que decir de este libro: su trama es rebuscada, su ritmo es lento, sus personajes son poco atractivos, defectos comunes en el género, pero aquí se agregan dos problemas. Como los protagonistas son viejos, se dedican a pensar en la muerte, a cuidar moribundos o directamente a morirse, lo que le da al asunto un carácter lúgubre. El lema de Osman podría ser “tienen un pie en la tumba, pero todavía pueden resolver crímenes”, lo que es un magro consuelo, sobre todo para los lectores que tenemos nuestros años encima. El otro problema es esa odiosa crueldad, típica de cierto cine inglés, que aquí se expresa en una misantropía sin gracia (las hay más finas, como las de Simenon o Highsmith) y en el hecho de que todos ocultan sus propios crímenes.

A alguien se lo tenía que contar, de modo que podemos pasar a mi error de esta semana, aunque no estoy seguro de que lo sea. Ahora estoy en medio de una novela de setecientas páginas cuyo título es El emperador de Ocean Park, de Stephen L. Carter, un profesor de Derecho de Yale que se dedica a escribir ensayos y ficciones. Es un libro que me hace dudar. Por un lado, es deliberadamente lento porque se ocupa de muchas cosas a la vez. Ambientado en la clase media alta negra de Washington, más específicamente en el medio judicial, también es una historia de familia y un retrato de la vida académica. Talcott Garland, el protagonista, tiene muchos rasgos del autor: es un abogado negro que enseña Derecho y viene de una familia de magistrados y funcionarios. En particular, su padre, que muere cuando empieza el libro, es un juez profundamente conservador que alguna vez pudo llegar a la Corte Suprema. Carter es un escritor ambicioso y puede que trascienda el género, aunque también puede que lo suyo sea mera pretensión disfrazada de sociología. Todavía no lo sé, pero les informo que hay una miniserie basada en la novela que se exhibe en Max.

Me queda un poco de espacio, así que lo voy a utilizar para hablar de un pequeño libro que me sorprendió favorablemente. Se llama Seguir siendo bárbaros y la autora es la periodista francesa de origen argelino Louisa Yousfi. Yousfi toma una serie de ejemplos, desde el escritor Chester Himes hasta algunos raperos que desconozco pero son populares en Francia, para buscar con inteligencia y pasión una vía artística, política y moral que exprese el rechazo de los jóvenes descendientes de inmigrantes a ser integrados como franceses sumisos y frustrados, pero conscientes de que su camino no es el islam radical. Yousfi proclama el derecho a ser bárbaro sin participar de las formas de barbarie que Occidente ha provocado. Creo que encontré una voz interesante y distinta, a la que no puedo entender del todo por falta de contexto.

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