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Leer y escuchar

El arte de escribir
El arte de escribir | SAMUEL F. JOHANNS / PIXABAY

En tiempos en que leer y escuchar parecen estar en desuso, o menos acorde al selfismo actual, sin embargo retornan ciertas preguntas relacionadas a la escritura. ¿Cómo se escribe, qué es un escritor, cómo se adviene escritora? Preguntas que parecen renovarse como si la imposibilidad de responderlas les otorgara una vigencia permanente ¿Es una pregunta por el ser, se trata de un oficio? ¿Trabajo artístico o fruto de una vertiente esporádica? No hay receta ni charla TED que permita saberlo. Sin duda escribir responde a un impulso único, de cada cual, nutrido de fuentes diversas. Crecer bilingüe y con biblioteca no es garantía de buen escritor, ni necesariamente la adversidad promueve al autodidacta. Claro que también puede servir para que surja un Nabokov, rodeado de novelas y varias lenguas o el gran escritor brasileño del siglo XIX, Machado de Assis, privado de ambas, famélico de palabras y conocimiento. En el medio, un arco infinito de devenires múltiples. Lo extraño es que hoy en día, cuando se cuentan las sílabas más por tuit que por métrica, y los efectos de lectura se miden por un click, regresen las mismas preguntas acerca de cómo se escribe. O quizá precisamente, una dificultad actual para escribir se agregue a la pregunta del cómo se escribe, en relación al supuesto saber de los escritores. Las distintas Ferias del Libro, –ahora mismo en La Rioja, Tucumán o Corrientes, en Fundación La Balandra, muy pronto la FED en Buenos Aires–, renuevan esta interrogación, como si en el ejercicio de la escritura  (y estas páginas del diario se llaman precisamente “escrituras”) se produjese un suerte de pase mágico, un acceso a la significación de la que la realidad parece estar privada. Es cierto que a diferencia de la palabra dicha –que se dirige a otro, en el mejor de los casos teniéndolo en cuenta–, lo que se escribe es más receptivo, del orden de la escucha. No es que los escritores padezcan de alucinaciones auditivas, pero como bien lo señala Virginia Woolf, en su preciosa carta a un joven poeta, “¿Cómo puedes aprender a escribir si solo escribes sobre una única persona? ¿Puedes dudar de que la razón por la que Shakespeare conocía todo sonido y sílaba del idioma y podía hacer precisamente lo que quisiera con la gramática y la sintaxis, es que Hamlet, Falstaff o Cleopatra lo empujaron hacia ese conocimiento?”

Hay algo de ceder paso a la palabra, estando alerta a lo que ellas dicen, y no tan confiados en lo que tenemos para decir. La autorreferencialidad puede ser una trampa si solo se piensa en uno. Leer y escuchar sería casi condición de escritura. Cómo escuchó Sara Gallardo al wichí Lisandro Vega, nunca lo sabremos, pero algo “pasó” allí que la llevó a escribir Eisejuaz, una de las mejores novelas argentinas.