Durante años me excusé de participar en las encuestas acerca de los mejores libros del año, resistiéndome a la tentación de votarme a mí mismo para corroborar luego, melancólicamente, y con los resultados ya publicados, que había obtenido un único y parcial voto. Y justo este año que no publiqué novela ni libro de cuentos alguno, justo este año no fui requerido. Así que me invadió el deseo de ser imparcial y hacer Justicia, mencionando por orden de aparición los libros de dos amigos, luego el de un autor anónimo, y por último el de una dama de las mejores letras.
Recomendaría entonces, primero, La mitad fantasma, de Alan Pauls, que excava con la paciencia de un Heinrich Schliemann o de un Balzac, en la pregnancia espiritual de los objetos obsolescentes que el capitalismo nos arroja sobre la cara. La mitad fantasma es, además, un libro sobre la ambigüedad del amor y sobre la imposibilidad del control fundada en los dominios de la mirada.
Pasaría luego a Perdidos, de Sergio Bizzio. Desde hace años, Bizzio viene produciendo, imperturbable a los encantos de toda moda…no importa. Perdidos es una reescritura alada y aérea de Mis naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, despojada de todo anacronismo y obstinadamente resistente a mantener contacto con El entenado, de Saer.
Hace un par de meses Seix Barral publicó una novela sin nombre de autor, ni título, ni contratapa, ni otro dato más que el sello editorial. Un libro blanco. Despejada la relación entre el conocimiento de la obra anterior y la inscripción del nuevo libro en la producción del autor, uno se encuentra con un texto que trabaja de manera implacable lo social como catástrofe y se empeña como un anarquista enloquecido en la destrucción de la identidad de su protagonista.
Incluyamos adentro, brevemente, la maravillosa El corazón del daño, de María Negroni.