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Llueve en Buenos Aires

Va a llover en Buenos Aires. La población se estremece, temerosa, como si fuesen nubes de aviones caza, o de langostas, o de fantasmas, y no de simple lluvia, lo que avanza desde el horizonte oscurecido.

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Va a llover en Buenos Aires. La población se estremece, temerosa, como si fuesen nubes de aviones caza, o de langostas, o de fantasmas, y no de simple lluvia, lo que avanza desde el horizonte oscurecido. Va a llover, el cielo lo dice; y por algo los científicos del Servicio Meteorológico Nacional acostumbran mencionar “amenaza de lluvia”, porque saben que en Buenos Aires toda lluvia es amenaza, porque saben que los porteños se intimidan si va a llover.

Llueve por fin, y llueve fuerte. Pronto se nota cierta falta de drenaje en la Ciudad; los pozos asesinos de las calles y las salvajes grietas de las veredas favorecen de inmediato la formación de lagunas y caídas de agua. ¿Qué importa que no se pueda salir?: es lindo quedarse en casa, está bueno Buenos Aires. Los cortes de luz no tardan en llegar y le agregan a la tormenta esa tibia melancolía que sabe proporcionar la penumbra. El agua sube y empareja en una misma capa hídrica el asfalto y la baldosa: es todo océano. Un toque de postal veneciana para endulzar ese sueño tan porteño de parecerse un poco a Europa.

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El agua sube más, la urbe no desagota. La marca de la creciente alcanza ya la mitad de los frentes de las casas. Y provoca al fin el verdadero desastre, la catástrofe total: los autos estacionados quedan tapados también hasta la mitad. Estacionados, sí, ¡mal estacionados! ¡Parados a mano izquierda en calles desoladas o algo cerca de las ochavas: en infracción! Pero con sus chapas patentes tapadas por el avance del agua oscura. No pueden verse, están sumergidas. Y entonces queda totalmente paralizada la principal, casi única, acción de gobierno en la Ciudad: las fotomultas. La inundación no permite fotografiar, multar, recaudar. No hay obra de gobierno por el momento en Buenos Aires. Hay que esperar que la lluvia ceda y que las aguas bajen. Entonces sí quedarán desguarnecidos otra vez los infractores, y los voraces recaudadores municipales podrán salir otra vez de cacería. El Gobierno de la Ciudad reanudará así sus funciones, a sabiendas, porque es obvio, de que siempre que llovió paró.