COLUMNISTAS
una argentina sin rumbo de salida

Lo que falta y lo que sobra

Hoy muy pocos creen que podemos salir más fuertes de la situación de pobreza y desorden político en la que vivimos. El Presidente habla como si estuviéramos en camino. Y sabemos que eso no es cierto.

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Marchas. Quienes protestan no perciben soluciones ni pueden explicar por qué se movilizan. | telam

La Argentina como equivocación puede ser un título sensacionalista. Pero también una descripción del final de dos siglos de ilusiones. Se creyó que de una crisis saldríamos velozmente a una nueva etapa de bienestar y crecimiento. Esta es una creencia sostenida por una esperanza ideológica o política, que no tiene mayor apoyo en la realidad.

La salida de una crisis necesita grandes protagonistas que organicen y le den sentido a las disputas por el poder, que hoy se evidencian en los conflictos por lugares en la listas. Pero también le complican la vida al Presidente, a quien Máximo Kirchner le advirtió que debe abandonar las aventuras personales. Grandes protagonistas fueron Justo en los años 30, Perón en los 50, Alfonsín en los 80 y Kirchner en el 2000, advenimiento que Duhalde hizo posible. Se juzga de manera muy distinta lo que lograron, pero sólo la ceguera partidista puede discutir que llegaron con fuerza, decisión y claridad para las resoluciones.

El Presidente habla como si estuviéramos en camino. Y sabemos que eso no es cierto

Antes de que me lo digan, me apuro a reconocerlo. Fui de quienes pensaron que de una crisis podríamos salir fortalecidos y preparados para el camino que dibujaron en sus escritos muchos que nos antecedieron. Con Yrigoyen se pensó que la política oligárquica tocaba su acorde final. El problema es que hoy vacilaríamos en definir con exactitud qué fue esa política: ¿sólo reparto de tierras quitadas a sus ocupantes originarios o también un impulso de la modernidad? Con Perón, llegaron nuevos sujetos al espacio político. Basta mirar con atención las fotografías para ver caras que antes no se habían visto en la primera fila de las manifestaciones. Con su regreso en los 70 se pensó que terminaban las dictaduras, pero los militares volvieron en 1976 para organizar matanzas.

Hoy muy pocos creen que podemos salir más fuertes de la situación de pobreza y desorden político en la que vivimos. Camino junto a quienes marchan por Avenida de Mayo y lo que se encuentra es el vaivén de dos sentimientos contradictorios: hay que estar allí porque no queda otra, aunque caminar con banderas por las avenidas no asegura que ninguna de las reivindicaciones encuentre la solución que necesita. Con este vaivén es difícil percibir un rumbo de salida.

Las soluciones son muy difíciles y los que caminan no tienen tiempo ni ganas para examinarlas, porque la crisis de la educación también ha colaborado en este aspecto. Dominan las consignas que expresan deseos y necesidades. Hace algunos años, quienes marchaban al frente de las columnas estaban en condiciones de explicar las razones de su movilización. Ahora, cuando pregunto por la calle, se me responde sólo con la consigna.

El país es hoy un conglomerado de necesidades urgentes que no encuentran respuestas rápidas y factibles. Los que marchan saben, de algún modo, que esas soluciones están muy lejos y que sus necesidades persistirán sin alcanzarlas. Se marcha a fuerza de voluntad pero sin esperanza.

El vecindario. A algunos de los países limítrofes les fue mejor en estos años. Chile terminó, sin grandes alharacas, con el pinochetismo y reorganizó un sistema político que conserva las distinciones sociales, pero trabaja para que esas diferencias no se traduzcan inevitablemente en hambre y desempleo. Brasil tenía un presidente poco inclinado a la democracia, pero la fuerza material de su industria permitió que otros políticos pensaran que, cuando llegara el reemplazo, la nación no iba a ser un despojo tirado a lo largo de la selva amazónica ni de la costa atlántica. Por otra parte, aunque parezca un razonamiento crudamente geopolítico, en continentes como el latinoamericano, las regiones importantes son territorialmente grandes. Cuba seria la excepción, pero no lo es, porque detrás de Cuba está Rusia.

La difícil ética pública

Argentina no tiene esa perspectiva, salvo que pensemos que este país, que supo tener una producción variada, se convierta en una verde extensión sojera que les proporcione a sus clientes lo que estos necesitan para producir carne.

Algo nos sucedió y nos convertimos en nada. Comenzamos el siglo XX entre los quince países con indicadores que prometían mejor futuro. Terminamos el siglo XX  en el grupo de los quince rankeados más abajo, junto a Namibia. Con el respeto debido a esa nación africana, de haberlo sabido los argentinos ya hubieran tomado el camino migratorio que hoy están siguiendo sus hijos y nietos.  Barcelona es para cientos de jóvenes lo que Buenos Aires era para sus bisabuelos.

Planes y discursos. ¿Por qué las palabras de Alberto Fernández suenan tan vacías de contenidos reales? Se entiende que, como Presidente, no pueda salir por los medios a contar estas desgracias. Pero no se entiende la razón que lo obliga a callar cuáles serían las soluciones posibles.

El Presidente habla como si estuviéramos en camino. Y todos saben que esto no es cierto. No hay plan económico que nos esté guiando. No hay otro plan social, salvo evitar la rebeldía de los más pobres. No se presta atención al hecho de que la mitad de los adolescentes están fuera de la escuela media y que eso los deja marcados para siempre, incluso si se produjera una reconstrucción económica que debería entrenarlos a una velocidad para la que tampoco están preparados.

La Argentina se desliza en los bordes peligrosos de la decadencia. No vamos a olvidar la historia de los últimos años. Tampoco olvidaremos la mezquindad económica de las clases más ricas. Pero todos los países tienen clases dominantes y no todos están empobrecidos y precarizados. No todos tienen gente que camina kilómetros para demostrar ante un oscuro dirigente local que lo siguen a cambio de que les asegure el plan social con el que se puede comprar la más barata de las canastas básicas. No todos los países pobres tienen líderes que viven de los necesitados, de los desempleados y los desechados que logran encolumnar una vez por semana.

Máximo Kirchner, en un discurso de hace seis días, dio una muestra de que había estado estudiando. Dijo que el kirchnerismo no estaba llegando a todos los lugares donde tenía que llegar con la presencia de sus militantes. Tarde piaste, compañero Máximo.

Cristina es borbónica y reina. Los cortes todavía no le apagaron la luz.

Canchas llenas. Cristina sabe esto y es inmoral su forma de llenar algún estadio. La bolsa de  comida se paga con el certificado de haber estado allí, se paga con la asistencia que elegantes señoritas toman en las marchas mientras Cristina hace gestos y agita las manos como un ventilador.

Estamos en el fondo cuando el gobernador de La Rioja le grita a una maestra que participaba en una protesta, “andá a trabajar, vaga de mierda”. Supongo que será un poco más amable cundo lo escucha al presidente Alberto decir que el dolor lumbar que lo afecta le exige acotar su actividad.

Quizás pensó que, de todos modos, Cristina está ahí como Richelieu frente a Luis XIII, para reemplazarlo. Y Massa, para seguir con la historia, siempre estuvo anotado para influir sobre el rey. La comparación es desmesurada, pero recomiendo una película que muestra bien el desdoblamiento de poder y sus consecuencias: La toma del poder por Luis XIV. Es de 1966 y no se maratonea, simplemente se la mira pensando que aquel fue un gran cine, al que Hollywood y sus Fabelman todavía no habían contaminado con el familierismo y la repetición de la banalidad cotidiana. No es posible pensar lo banal desde la banalidad.

Cristina es borbónica. Se viste de modo espectacular, se peina como si su cabeza portara una peluca, se mueve como una actriz. No se sabe cómo tiene tiempo para emperifollarse. Hay que pedir un Oscar por sus videos para la próxima premiación de la Academia de Hollywood. Tiene todas las distinciones y solo le falta el Oscar.  

Por el momento, reina la reina. Los cortes todavía no le apagaron la luz. Es necesario que las empresas trabajen para evitar tal percance.