COLUMNISTAS
pasado y futuro

Con el Mundial no alcanza

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Celebración. Millones de personas se lanzaron a festejar el tercer título mundial de la Selección. | Juan Obregón

Somos campeones del mundo. El domingo la alegría invadió las almas y los cuerpos. Decenas de miles anduvieron por las calles celebrando que algo nos había salido bien, en medio de la crisis que perjudica a gran parte de quienes celebraron. Alivia salir de la depresión por unas horas o unos días, para cubrir en un clima de fiesta las necesidades imperiosas, aunque no se resuelva absolutamente nada.

Algunos somos escépticos, tal como algunos tienen mal carácter y otros responden siempre amablemente. Algunos no guardamos rastros de nacionalismo deportivo y reservamos el sentimiento patriótico para otras ocasiones que, en general, no abundan. El nacionalismo tiene aspectos inmanejables e irracionales, como cuando se festejó el Mundial de 1978 en la misma cancha donde estaban los dictadores de entonces, situada a pocas cuadras de la ESMA.

Van las siguientes aclaraciones antes de que me acusen de ser una elitista o una rata de escritorio. Me interesan los deportes, entiendo algo de fútbol, hockey, y bastante más de tenis; he jugado décadas y décadas, como mediocre aficionada. Recorrí a pie centenares de kilómetros, quizá miles, por América Latina. El gimnasio de aparatos es todavía hoy mi lugar preferido para el esparcimiento y la sociabilidad.

Algunos somos escépticos y no guardamos rastros de nacionalismo deportivo

Conozco el fanatismo, porque fui fanática de posiciones e ideas políticas. En cambio, no fui fanática ni nacionalista deportiva, porque la Argentina ya soportó demasiado nacionalismo durante el Mundial del 78, bajo la dictadura militar, cuando los goles en River podían escucharse desde las salas de tortura de la ESMA. No lo olvido.

Sigo con la autobiografía que comenzó con estas aclaraciones. Desde mi infancia, escuchando a mis tías y a mi padre, la política fue la piedra de toque de mis pasiones. Hoy me siento parte de una minoría, sobre todo cuando se la compara con la alegría que ha traído el Mundial que se vive como causa nacional, justamente en un país al que le quedan pocas causas comunes. El fútbol gana por goleada y no solo cada cuatro años.

El discurso sordo. Excepto los profesionales y los académicos que la tienen como objeto de investigación, pocos escuchan el disco político fuera de los actos partidarios o algunas intervenciones en entrevistas audiovisuales. De mañana, en el subte que comunica dos zonas bastante prósperas de Buenos Aires, jamás veo un pasajero que lea el diario sobre papel y nadie nunca relojea el mío en un viaje de veinte minutos. Leen en sus celulares, cuyo feed va a tal velocidad que yo, una lectora rápida, no puedo pescar más de cuarenta caracteres. Nunca me solicitaron el diario cuando era evidente que había terminado de leerlo y, caminando por el andén, iba a tirarlo en los cestos de basura.

Como se dijo alguna vez: la apariencia de estos comportamientos no oculta su significado, sino que precisamente lo revela, porque nadie se detiene en lo que no le interesa. Mis compañeros de viaje no están interesados en el orden de las notas ni en su distribución por página, que es lo primero que miramos los insistentes lectores de noticias impresas, porque nos dan pistas la titulación y los destaques en negrita, donde creemos descubrir signos reveladores sobre el medio examinado.

El clima despolitizado vuelve atractivas y verosímiles las soluciones que la derecha presenta como fáciles y rápidas. No me refiero a la derecha que responde a normas políticas como la del francés Macron, que también sabe cuándo tiene que hacerse presente en una cancha de fútbol, donde lo mostraron los planos televisivos. No se trata de esa derecha moderada e inteligente, sino la que enuncia un discurso sin matices, como el de Meloni, nueva primera ministra italiana, reciente vencedora y jefe de un empoderamiento femenino que no responde a los deseos de quienes lo reclaman como afirmación de igualdad de género. Meloni es más autoritaria que una larga fila de políticos italianos. Se confunde vigor y decisión con inteligencia y capacidad de mando. Gritar no es mandar.

Expresaré un deseo de fin de año: hay una salida que incluye refundar la política

Así termina 2022. Aunque nos parezcan novedosos, la historia atravesó coyunturas que se caracterizaron por algunos de estos rasgos hoy tan visibles. Con permiso de los lectores, citaré un texto clásico de Marx sobre Napoleón III: “Era un lumpen príncipe que aventajaba a los políticos burgueses porque podía librar su lucha con palabras rastreras”. ¿Quiénes lo escuchaban? Obreros explotados con salarios bajísimos, desocupados que no recuperarían un lugar ni para ellos ni para sus familias, chicos que al entrar en la adolescencia perdían lo poco que habían aprendido y se convertían en marginales desesperados y dispuestos a lo que ofreciera cualquier oportunidad.

En tales paisajes sociales es difícil que florezca el optimismo. Milei puede aspirar a ser un nuevo líder, porque presenta los problemas como si la solución fuera sencilla. Grita para que lo oigan los que están cansados de la política o nunca la conocieron en su potencialidad y solo le atribuyen los vicios de la corrupción y la mentira.

Hace quince días, se anunció un acampe en la 9 de Julio. La consigna de la Unidad Piquetera fue “No va más”, que capta el sentimiento y el estado de quienes marchan: “Esto no da para más”.

La respuesta se adecua al vacío de soluciones de quienes no manejan los instrumentos para diseñar otras. Su experiencia es extenuante, pero no los reduce a la inmovilidad. Es sabido que se los presiona para que garanticen su asistencia y que, en muchos casos, se usan los planes sociales para registrar que se cumpla con la movilización. Pero sería equivocado definir esos usos como el único motor de las marchas. El intercambio de favores no siempre responde a razones materiales.

Los que marchan también saben que esa es la única modalidad de su presencia fuera de la villa donde viven. Y no quieren desaparecer, simplemente hundidos en la pobreza extrema. Así termina este 2022 y, aunque no se acepten las perspectivas pesimistas, así comenzará 2023.

Presente y pasado. Por esa falta de perspectiva, la violencia anárquica de los copitos no fue simplemente la expresión de un grupo de loquitos de capas media, sino la hipérbole de la violencia sin esperanza. Los copitos se equivocaron en todo. Pero pese a la gravedad de sus errores, de algún modo confiaron que su explosión de violencia contra Cristina Kirchner podía ordenar el desorden. Se equivocaron en ese juicio de fúnebre confianza. Pero el acto demencial fue una traducción de la experiencia cuando se cree que toda otra iniciativa es inútil.

Solo lo recordaron unos pocos carteles, pero el 25 de septiembre se cumplieron 49 años del asesinato de José Ignacio Rucci, el dirigente sindical más fiel a Perón. Hay olvido, pero no se trata de volver al pasado. Tampoco se trata de vivir en un presente continuo que se convierte en pasado no bien transcurre un breve tiempo. Quizá, nuestro pasado haya sido tan terrible durante algunos años que solo los que descienden de sus víctimas quieran evocarlo, como lo hacen madres y familiares de desaparecidos. Eso abre un peligro porque, si solo las victimas lo recuerdan, no servirá de mucho para quienes lo desconocen por incuria y desinterés.

La economía contra la democracia

No se trata de ser un experto en la historia pasada, sino de saber que ella tiene un lugar en nuestro presente, porque fue contra las fuerzas que la dominaban que pudo construirse lo que hoy nos parecen valores seguros y adquiridos. Mientras tanto, el fútbol pone su paréntesis de suspenso, que los argentinos viven como si cada uno de ellos tuviera, en el fútbol, la identificación más fuerte que permiten las condiciones económicas, sociales o de pensamiento en que viven. Si todo es tan difícil, por qué negarse a lo que todos creemos conocer como expertos.

Mi deseo de fin de año. Pese a todo, expresaré un deseo de fin de año. Hay una salida que incluye la refundación de la política, un gesto que no es simbólico, sino que implica trabajo y compromiso de organizaciones y partidos.

Miremos el mundo. Los países que nos parecen ordenados son los que tienen partidos políticos organizados con ideas que se debaten en reuniones y congresos. Son países donde algunos dirigentes, como Angela Merkel por ejemplo o los hermanos de Chile, frente al descalabro de los partidos se hicieron cargo de su reconstrucción. Y, mientras lo conseguían, no discutían solo puestos o lugares en la burocracia, sino ideas y programas.

Es sencillo: sin partidos no hay política, sino órdenes y voces de mando.