Si bien recuerdo, culturame fue un término acuñado por Mario Scelba, ministro italiano del Interior en los últimos años de la década de 1940, quien creía sólo en la lógica de las porras policíacas.
Spiro Agnew, el vicepresidente de Richard Nixon, se refirió a “esnobs decadentes”; lo que trae a la memoria los viejos semanarios fascistas que se burlaban de los escritores o intelectuales que hablaban ceceando acerca de los “poetas románticos”.
En inglés, eggheads (“cabezas de huevo”) es una expresión similar. Durante las luchas políticas de la posguerra, los pensadores derechistas revivieron la expresión “idiotas útiles”, que fue como Vladimir Lenin describió a los intelectuales que simpatizaban con la izquierda.
Todos estos términos refuerzan la idea de que el desprecio hacia los intelectuales es una característica de la derecha. Por naturaleza, un intelectual siempre está en oposición a algo. Pero incluso los que apoyan a la derecha pueden oponerse a muchas cosas. Ha habido grandes intelectuales conservadores, e incluso algunos reaccionarios. “Reaccionario” no es una mala palabra porque muchos pensadores y artistas han soñado con el regreso a una u otra tradición o uno u otro régimen del pasado.
Un reaccionario no es sólo un fascista. Dante era un reaccionario, y en nuestro propio tiempo muchos autores no hacen más que criticar la modernidad, tecnología y las utopías revolucionarias. Recientemente la derecha italiana ha identificado como sus “héroes” intelectuales a individuos que eran izquierdistas por definición.
Editores como Borghese desempolvaron una obra menor de Adolfo Hitler y se rebajaron a publicar a Spiro Agnew (en un tiempo llamado “el vicepresidente más reaccionario de Estados Unidos, el hombre que dice en voz alta lo que Richard Nixon susurra”).
Rusconi Books publicó a muchos representantes del pensamiento de la derecha.
Estas obras –desde el escritor japonés Yukio Mishima y el escritor italiano Giuseppe Prezzolini hasta el escritor y político italiano Panfilo Gentile– redescubrieron una verdadera “gran” filosofía reaccionaria, como la de Joseph de Maistre, el diplomático francés de la era posrevolucionaria, considerado un precursor del fascismo.
Para encontrar autores significativos que eran o son derechistas, conservadores o reaccionarios, sólo tenemos que ver a nuestro alrededor.
Podemos encontrar escritores fascistas o antisemitas como Louis-Ferdinand Céline o Ezra Pound. Y enemigos clásicos de la modernidad como el austríaco Hans Sedlmayr, historiador de arte, el filósofo Martin Heidegger o el intelectual galo René Guénon. Si ojeamos los catálogos de los editores “democráticos”, podemos encontrar intentos de la izquierda de reclamar para sí autores derechistas, como sucede con Ernst Jünger o Oswald Spengler.
La verdad es que pensamos en la derecha como homogénea. Incluso en estos círculos encontramos a intelectuales que reconocen a “los suyos” pero, precisamente porque son intelectuales, ellos no etiquetan fácilmente a sus oponentes como “culturame” o “esnobs decadentes”. Otros nunca han leído suficiente para saber que existen los intelectuales derechistas. Sólo ven a los izquierdistas, particularmente cuando están en la oposición.
En estas mentes unicamerales, “intelectual” es sinónimo de oponente. Como el comandante de la Luftwaffe Hermann Goering, cuando oyen hablar de cultura echan mano de sus revólveres.
Aunque la atribución a Goering es dudosa, la línea aparece en la obra teatral nazi Schlageter, por Hanns Johst: Wenn ich Kultur hore ... entsichere meinen Browning. Pero aquellos que sacan sus revólveres nada saben acerca del origen de la cita. No leen. Simplemente no leen.
*Semiólogo y escritor.
Distribuido por The New York Times Syndicate.