Ya se sabe: la lengua es una entidad viva. Y, como cualquier organismo vivo, genera nuevas células. En su caso, nuevas palabras. A propósito del #8M y del mes de la mujer, hay un tema que me gustaría abordar. El de los neologismos.
Los neologismos son palabras –quizás autóctonamente originales, quizás imitativamente importadas– que se crean en la lengua para denotar una realidad inédita o introducir un nuevo concepto. Y no ha de negarse que algunos de los recientes fenómenos lingüísticos relacionados con el universo de lo femenino pueden encuadrarse en una u otra de estas dos especies.
Por una parte, algunas realidades en este sentido son inéditas. Desde siempre, por supuesto, las mujeres han socorrido a las mujeres. Pero lo han hecho de modo privado o, como mínimo, concentrado. Hoy somos testigos de una práctica de socorro más generalizada, y claramente pública, que ha sido definida como “el apoyo mutuo de las mujeres para lograr el empoderamiento de todas”. Con base en una palabra genérica ya existente, que toma una forma masculina –del latín frater, hermano, proviene fraternidad–, se ha creado otra que denota esa realidad (esa práctica) flamante para la cofradía femenina: sororidad. Sororidad es la amistad o el afecto entre mujeres que se tratan como hermanas (sorores en latín).
Por otra parte, muchos ejemplos de creación neológica en este campo se refieren a la introducción de conceptos nuevos que aluden a realidades ya existentes. Son estos los casos, probablemente, más interesantes. Sobre todo porque convocan nuevos puntos de vista que permiten observar con ojos vírgenes realidades muy antiguas.
Dentro de este último grupo de neologismos, el que primero concitó la atención ciudadana fue femicidio. No hace muchos años se hablaba todavía de crimen pasional. Y la calificación de pasional le quitaba al sustantivo crimen algo de la responsabilidad culpable que se le debe asociar. El neologismo femicidio ha restituido el concepto al lugar de aberración que le corresponde.
Otro neologismo interesante, y autodefinido, es micromachismo. Micromachismo es el término que se emplea para hacer referencia a esas acciones sutiles, casi imperceptibles, que llegan a estar naturalizadas culturalmente y manifiestan una actitud de dominio de los hombres sobre las mujeres. Desde una mirada inconveniente hasta una frase denigratoria –“Mujer tenías que ser”–.
Y hay, incluso, algunos extranjerismos que pueden pensarse como neologismos en un sentido amplio. Este es el caso de mansplaining. Voz evidentemente inglesa, puede describírsela como un acrónimo de “man explaining”, tal como si se dijera “hombre que explica”. Y, de hecho, mansplaining se usa para indicar la situación en la que un hombre, condescendientemente, le explica algo a una mujer pensando que ella será incapaz de entenderlo. Esto es, subestimando la inteligencia de esa mujer.
La creación de una palabra para nombrar una realidad o un concepto novedosos implica –claro está– que ese concepto y esa realidad la precedan. Pero es la difusión de esa palabra lo que contribuirá a que la sociedad, en su conjunto, le reconozca existencia a esa realidad o a ese concepto.
No resulta trivial, entonces, la aparición de nuevas palabras que permiten poner en evidencia el fastidio de las mujeres cuando se sienten subestimadas, las naturalizaciones que degradan a la mujer, el delito contra la mujer en la dimensión que le corresponde o la confraternidad entre quienes no suelen disponer del poder en el ámbito público o de la fuerza en el ámbito privado –por dar apenas unos pocos ejemplos–. Identificar por su nombre cada una de estas situaciones puede colaborar para desterrar las ignominias y para expandir los logros justos.
El #8M y los 364 días restantes. Todos los años.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.