El fin de la segunda presidencia de Lula da Silva marca el punto culminante de ocho años que terminan mucho mejor de lo que empezaron. Cabe recordar las turbulencias financieras que generó la cercanía de Lula a la Presidencia en 2002, hecho potenciado por inconsistencias y tensiones macroeconómicas que arrastraba Brasil desde 1998, la caída de parte sustancial de su primer gabinete de ministros bajo sospechas de corrupción y el serio debate que se dio en 2005 sobre la conveniencia o no de un juicio político a Lula. En los diarios de ese año se puede encontrar al ex presidente F.H. Cardoso, férreo opositor, advirtiendo sobre la necesidad de ser cuidadosos en este tema para evitar una crisis mayor en el país. Pero, pese a estas tormentas, el mítico líder del PT accederá a su reelección, con un sólido respaldo electoral de los sectores más pobres y en especial del NO del país, agradecido por los planes sociales y de ayuda. Ello se combinó con un viento de cola de la economía internacional, en donde los precios de las materias primas como petróleo, alimentos y minerales comenzaron a batir precios mes a mes. La estabilidad económica lograda desde 1994 con el Plan Real, dos veces “salvada” por la firme ayuda del FMI y los EE.UU. en 1998 y 2002, se combinaba con este boom. Brasil comenzaba a transitar un camino de fuertes tasas de crecimiento. Asimismo, a partir de su segundo mandato, el centrismo y buenas formas de Lula y la tradicional parsimonia y continuismo de ciertas políticas de Estado en Brasil contrastaban más y más con las asperezas de Kirchner contra Washington en la Cumbre de Mar del Plata así como el avance de los bolivarianos de la mano de Chávez, Evo, Correa y Ortega. En ese contexto, el soft power brasileño en general y de Lula en particular creció más y más. Los medios de prensa internacionales, y qué decir los de Argentina, no ahorrarán elogios sobre cosas en su mayoría reales, pero en otras no tanto o exageradas. Lula funcionaba como El Dorado de la época de la colonia, el lugar donde cada uno ponía sus ilusiones o formas de constrastar con lo que no gustaba de los gobiernos de la región como el kirchnerismo y el chavismo. En este escenario, para 2008 y más claramente en 2009 la política exterior de Brasilia comenzaría a jugar más y más fuerte y de manera asertiva. El respaldo a Zelaya en Honduras, las óptimas relaciones y visitas con el presidente de Irán, la propuesta conjunta con Turquía para moderar las presiones sobre Teherán, las fuertes críticas al acuerdo de bases militares entre Colombia y los EE.UU., la afirmación de Lula sobre que “Chávez era el mejor presidente de Venezuela de los últimos 50 años”, el abierto respaldo de Lula a la tecnología de aviones de combate de Francia, en plena licitación internacional donde competía la empresa Boeing de los EE.UU., etcétera. Así como una “sudamericanización” del discurso y de las acciones, tendiente a sacar del medio el concepto hemisférico que incluye a los EE.UU. y latinoamericano que abarca a México. Ni qué decir la despedida de Lula con fuertes críticas a Obama y la política exterior de los EE.UU.
En este contexto, la nueva presidenta tiene frente a sí un escenario en donde la política exterior de Brasilia y Lula han “quemado” en los últimos dos años mucho del capital político o paciencia internacional. Ya los grandes medios de prensa internacionales y comentaristas con base en Washington, Miami o Israel no parecen estar obnubilados, sino más bien, enojados, molestos y, como mínimo, desorientados sobre las intenciones de Brasil.
Si a esto se suma la falta de carisma de la próxima mandataria y sus polémicos antecedentes juveniles, ese desafío es aún mayor y hace esperar un cierto regreso a formas más sutiles y, a primera vista, amigables de limar la influencia de los EE.UU. en la región. Así como un intento de bilateralizar la relación con Washington y otros centros de poder, mientras se busca convencer a los socios de la región de “sudamericanizar” sus políticas. Un doble juego, sagaz, pero poco productivo para países como la Argentina. Por último, la nueva presidenta deberá tomar decisiones complejas en los próximos dos a tres años, sobre el rumbo de la política nuclear del Brasil. O sea, poner todo negro sobre blanco o seguir dejando espacio para sospechas y debates en la comunidad internacional.
*Profesor UCA y Universidad Torcuato Di Tella.