El debilitamiento y la fragmentación acelerada que está sufriendo el kirchnerismo potencia las contradicciones abismales de su doble discurso. El matrimonio presidencial aparece confundido, hiperkinético como siempre, pero sin encontrar el verdadero rumbo que los saque de esa espiral descendente que se expresa en el rechazo mayoritario de todas las encuestas. Por eso hay tantas marchas y contramarchas. Néstor ordena que la CGT haga un acto y Cristina ordena que se postergue. Néstor redobla la apuesta para controlar la calle y arma su estado mayor del desprestigio social con Hugo Moyano, Luis D’Elía y Emilio Pérsico, y Cristina, que todavía tiene vestigios de olfato sobre lo que piensa la opinión pública, manda a parar. Néstor renuncia en forma indeclinable al PJ porque dice que escuchó el mensaje de la derrota electoral y poco tiempo después se queda sordo y reasume, también, en forma indeclinable. El ida y vuelta descoloca incluso al ministro Florencio Randazzo, que dice que no le parece bien lo que horas después el PJ resuelve por unanimidad, fogoneado por Néstor desde Olivos.
Ese desorden interno del Gobierno finalmente se derrama en la sociedad, porque desaparecen todas las reglas del juego. Nada es bueno o malo conceptualmente. Nada es legal o ilegal por peso propio. Todo depende del veredicto de los Kirchner. Hay temas en los que tienen que apelar a su cara de piedra porque no pueden sostener ninguna coherencia entre lo que dicen y lo que hacen: la riqueza, la izquierda y el menemismo.
El repiqueteo de Luis D’Elía es permanente respecto de que los ricos y los blancos son los culpables de todas las calamidades que los argentinos hemos sufrido. “Los odio”, resumió con toda claridad por radio con el recordado Fernando Peña. En su ataque a las tres figuras más populares de la televisión que no necesitan ni siquiera que se los mencione por su apellido, Marcelo, Susana y Mirtha, los fustigó por vivir en mansiones y viajar en Mercedes Benz. Se preguntó quién mierda son y qué carajo hicieron por la sociedad. Hay un problema de conciencia insalvable para D’Elía y muchos kirchneristas: sus jefes políticos son blancos y millonarios. De hecho, son los presidentes más ricos que tuvo la historia argentina. ¿De qué forma Néstor y Cristina construyeron su fortuna? Primero durante la dictadura con el estómago necesario para ejecutar créditos incobrables. Henry Olaf Aaset, (a) Pilo, enemigo, amigo y ahora rival de los Kirchner le contó a la revista Noticias que aquellos jóvenes abogados casi le rematan la casa a su pobre madre viuda. El ex diputado frepasista Rafael Flores comparó en el libro El dueño, de Luis Majul, a Néstor con Shylock, el usurero de El Mercader de Venecia, de Shakespeare, y dijo que Cristina lo justificó diciendo que “para hacer política en serio necesitamos platita”. Las propiedades y los metros cuadrados –sobre todo– y las cuentas bancarias se siguieron multiplicando en democracia. Mientras Néstor fue intendente, gobernador y presidente y mientras Cristina fue diputada, senadora y Presidenta. Esa es la gran dificultad que tiene el kirchnerismo para levantar el dedito contra las figuras de la tele que ganaron mucho dinero, pero en la actividad privada y lejos del Estado.
Hace diez días, Hugo Chávez llegó al paroxismo de su clasismo jurásico cuando dijo que los ricos les robaban el agua a los pobres para llenar sus piscinas y regar sus jardines y los calificó como animales: “Los ricos no son humanos. Son animales con forma humana. Y no me importa si se ofenden”, planteó en uno de sus maratónicos discursos que se pudo reproducir en el programa de Fernando Bravo en radio Continental. Horas después, si se buscaba ese discurso en YouTube aparecía la siguiente leyenda: “Este video se ha suprimido debido a una infracción en los términos de uso”. Con esa misma lógica que incita al odio y la violencia se maneja Luis D’Elía, envalentonado por Kirchner. Los ricos que critican al Gobierno son despreciables y los que lo apoyan y hacen negocios extraordinarios son maravillosos. No importa si son kirchneristas y socios de la primera hora, como Lázaro Báez, o menemistas o siempre oficialistas, como Gerardo Werthein, el de la eterna sonrisa en C5N. El vocero de la CGT, Juan Carlos Smith, se quejó porque nunca se hizo una caricatura de las figuras del poder económico en “Gran Cuñado”. ¿Le gustaría que aparezcan los empresarios K, la nueva kirchnerburguesía? Que no se preocupe: es imposible. Esos mecanismos del humor televisivo obligan a que los participantes sean conocidos por el gran público. La ofensiva “revolucionaria” contra Marcelo, Susana y Mirtha llegó a decir por boca de D’Elía que ellos quieren que vuelvan los militares de la banda asesina de Jorge Videla y sus cómplices. Y que “hicieron buena guita mientras este país vivía en el terror”. Ya vimos cómo les fue económicamente a los Kirchner durante los tiempos del genocidio. Pero lo importante es la utilización obscena que hace el kirchnersimo de las acusaciones de golpista. Cualquier crítica o reclamo es estigmatizado de inmediato como destituyente, desestabilizador o provocador de inestabilidad institucional. Parece que fuera de los Kirchner en la Argentina sólo hay golpistas. La Mesa de Enlace, Duhalde, Carrió, Macri, Cobos, la “izquierda loca”, como dijo Juan Belén, el segundo de Moyano en la CGT, los medios de comunicación, Marcelo, Susana y Mirtha. ¿No será mucho? Agitar ese fantasma es primitivo, mentiroso y autodestituyente. Es abrir el paraguas por si en 2011 las urnas les dicen basta. Así imaginan poder seguir inventando el relato heroico que dice: “La oligarquía evitó que continúe el gobierno nacional y popular”. Hasta el desangelado de Miguel Pichetto, cuadro del menemismo-manzanismo desde su banca del Senado, dijo que los famosos “hablan de política como si supieran”, que nunca ganaron una elección ni en la sociedad de fomento, que les encantaría que vuelva un modelo autoritario y que siente que hay un odio visceral en la Argentina similar a 1955. Al parecer, Pichettto cree que él sí sabe de política, pero casi todos los periodistas políticos escuchamos en su momento, antes de su rendición incondicional, la bronca que Pichetto destiló contra Néstor Kirchner cuando no apoyó su candidatura y no le permitió ganar las elecciones a gobernador en Río Negro. Respecto del odio visceral y del preocupante clima de enfrentamiento y crispación social, todos los sectores democráticos lo vienen denunciando hace tiempo. Pero responsabilizan de esa grave fractura al autoritarismo y la intolerancia de los Kirchner y no a las opiniones diversas que enriquecen y dan sustento al sistema republicano.
La presidenta Cristina Fernández también comete estos pecados de soberbia al presentarse a sí misma como la ejemplaridad de la militancia política. Es verdad que ella tuvo posturas críticas al menemismo y por eso fue separada del bloque. Eso hay que reconocerlo. Pero también es cierto que en las elecciones del peronismo de Capital no sabía si apoyar a la lista de Domingo Cavallo o la de Gustavo Béliz “porque tengo amigos y muy buenos compañeros en las dos listas” o que el ex super ministro de Economía y el entonces gobernador Kirchner se trataban como el maestro y el mejor alumno. Prefieren no recordar que el apellido Kirchner compartió siete boletas electorales con el apellido Menem. Sin embargo, Cristina acusa a todo el mundo de haber apoyado aquella etapa del neoliberalismo. Y lo dice sentada al lado del ferroviario José Pedraza, en sus encuentros en la Bancaria de Juan José Zanola, ambos verdaderos emblemas de una dirigencia sindical enriquecida con trabajadores empobrecidos que fueron el soporte sindical del menemismo. Por momentos, aunque se quiera juntar el agua y el aceite, aflora el viejo macartismo vandorista y Juan Belén dice lo que muchos cegetistas piensan sobre la “zurda loca manejada desde afuera” (¿por quién? ¿Chávez, Fidel?). Ese viraje desesperado del Gobierno hacia la CGT como representante monopólica de los trabajadores o hacia el otrora denostado pejotismo o los alguna vez mafiosos intendentes del Conurbano implica una derechización que incomoda cada vez más a muchos dirigentes que honestamente creyeron en el proyecto. Así se fueron de distinta manera en los últimos tiempos funcionarios progresistas, honestos y eficientes como Graciela Ocaña, Marcelo Saín o Eduardo Hecker, asfixiados porque cada vez hay menos espacio para luchar contra la corrupción, la arbitrariedad o ese bandazo ideológico a contramano de lo que venían predicando.
No es justo cargar las tintas contra D’Elía o Guillermo Moreno, porque en realidad son la expresión más salvaje del pensamiento de Cristina y de las órdenes de Néstor. En sus últimos discursos, la Presidenta plantea, para un futuro próximo, que la Ley de Medios viene a limpiar a los periodistas que sostuvieron el neoliberalismo y a las figuras de la tele como Marcelo, Susana y Mirtha de ese lugar de la construcción del sentido común que no tiene ideales y sólo es empujado por la rentabilidad económica.
Las contradicciones se diseminan por todo el escenario nacional, multiplican las tensiones y los peligros. ¿Esos encapuchados de Quebracho deben ser sancionados para Scioli, pero comparten la conferencia de prensa con Luis D’Elía para apoyar a Milagro Sala? ¿El bloqueo de los subtes es la insurrección de la Cuarta Internacional y el bloqueo de los camiones a la salida de los diarios es liberador? ¿El clientelismo de los piqueteros de izquierda no se puede permitir, pero el de los intendentes sí? ¿D’Elía todavía pertenece a la CTA y se sienta a la mesa con Hugo Moyano y banca el unicato sindical como ya lo expresó Pérsico? ¿Duhalde es un demócrata como dijo Juan Belén o un desestabilizador que le puso fecha de vencimiento al Gobierno, como el sachet de leche, como dijo Juan Carlos Smith? ¿Tantos años les mintieron a Víctor de Gennaro y Hugo Yasky? La guerra popular y prolongada emprendida por los Kirchner contra el resto del mundo es por todos los medios a su alcance. El ejército cibernético que insulta periodistas, hackea blogs y espía mails ya se puso en marcha. En Facebook invitan a unirte al grupo que se autodenomina “Yo no miro a Tinelli”. Es de un infantilismo similar al de la década del setenta que le agregaba “No” al cartel que decía “Tome Coca-Cola”. Los rumores malintencionados y la falta de credibilidad en la palabra oficial admiten cualquier sospecha. Estan circulando cadenas de mails burdamente falsos que “denuncian” que Marcelo, Susana y Mirtha dicen lo que dicen porque en estos días han sufrido secuestros extorsivos de familiares muy cercanos. Y otros que aseguran, con la misma liviandad, que el ataque al parapsicólogo Daniel Leonardo fue una venganza de la familia Macri, o fue una operación realizada por el Gobierno nacional para armarle, con el caso Ciro James, una suerte de “Cromañón” a Mauricio. Está claro que en la lucha por la verdad muchos apelan a la mentira. Y que eso se llama doble discurso.