Por casualidad o causalidad, en su última semana en el gobierno, Mauricio Macri eligió moverse en el ámbito en que más cómodo se encontró en estos cuatro años: el internacional. Desde su llegada al poder, el gobierno saliente hizo hincapié en la necesidad de reconfigurar la relación que la administración anterior venía teniendo con el mundo, mediante un trato pragmático e inteligente, con una identidad activa y abierta al proceso de globalización.
Pero el mundo en el que asumió Cambiemos, sufrió un golpe atrás de otro, con el Brexit, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, la guerra comercial con China, la victoria de Bolsonaro en Brasil y el estallido social latinoamericano. Y por diversos motivos, internos y externos, las oportunidades que suelen venir de la mano de las crisis no pudieron ser aprovechadas.
El mundo en el que asumió Cambiemos, sufrió un golpe atrás de otro, con el Brexit, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, la guerra comercial con China, la victoria de Bolsonaro en Brasil y el estallido social latinoamericano.
Las dos caras de Cambiemos
Quizás como en muchos otros aspectos, en el plano internacional la política de Cambiemos ha tenido dos caras. Por un lado, una gran presencia de la diplomacia presidencial, que renovada y eficiente permitió cultivar una buena relación con dirigentes muy diversos – desde Obama a Trump, pasando por Macron, Bolsonaro y Xi Xinping, entre otros – y destrabar oportunidades de negocio e inversión aún con las ya conocidas restricciones internas y externas. Este plano tuvo su punto de máximo esplendor con la exitosa celebración de las cumbres de la OMC y del G20 en Buenos Aires en 2017 y 2018 respectivamente.
Esta primera cara ha redundado en beneficios concretos como una negociación flexible con el FMI – sin la cual el país hubiera entrado en default en 2018 –, el histórico acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, el acercamiento a los principales foros internacionales y las negociaciones de inversión de capital con China.
Pero en una segunda cara, que coincidió con el declive económico y el final del mandato, mostró una política exterior polarizada e incapaz de articular consensos regionales, reviviendo una constante de nuestra política exterior que nos encuentra más cómodos en Europa que en América Latina. Esta segunda etapa tuvo su punto más álgido con la altamente polémica respuesta ante el Golpe de Estado producido en Bolivia.
Además, geopolíticamente no se ha podido superar, sino que más bien se ha profundizado la vulnerable dependencia de las dos potencias enfrentadas: Estados Unidos y China.
Se profundizó la vulnerable dependencia de las dos potencias enfrentadas: Estados Unidos y China
La oportunidad desperdiciada
La crisis regional y especialmente la crisis institucional que viene sufriendo Brasil desde 2016, ha despojado a América Latina de liderazgos visibles que puedan articular intereses y lograr consensos. La imagen proyectada por la primera cara de Macri y sostenida en la tradición argentina de buen ciudadano global eran activos importantes para posicionar al país como una referencia necesaria en una región convulsionada, con un liderazgo político que enarbole las banderas de la paz, la democracia, los derechos humanos, y el multilateralismo.
Algo de esto se vio por ejemplo con la confianza depositada por los distintos negociantes de la Unión Europea que veían a Argentina como un articulador confiable de intereses a diferencia del Brasil de Bolsonaro a la hora de firmar el acuerdo Mercosur-UE. Sin embargo, la falta de capacidad o voluntad para lograr consensos más amplios en la región y la polarización ideologizada de la política exterior en la última etapa del gobierno impidieron que Argentina asuma este rol, dejando pasar una oportunidad que muy difícilmente vuelva a presentarse.
El gran desafío del próximo gobierno es recuperar la primera cara de diversidad y amplitud mostrada por Cambiemos, evitando caer en la segunda, teniendo en cuenta que si quiere superar los problemas sociales y económicos a los que se enfrenta, Argentina necesita de un mundo que avanza hacia un periodo de alta incertidumbre y de una cancillería que se adapte a la realidad del siglo XXI.