¿Todos los perros van al cielo?, se pregunta Dylan Fernández, porque incluso los perros de Puerto Madero conocen la angustia existencial. ¿Habrá un cielo peronista para nosotros? Como otros mamíferos, Dylan confía en un sistema de dominación jerárquico, donde los machos alfa se imponen sobre los animales omega. Para sobrevivir, los cánidos buscan la protección del alfa; aprecian la ferocidad.
La psicología de Dylan podría explicar el comportamiento de ciertos peronistas. No basta con ganar, hay que destruir al oponente. Hay que humillarlo, rebajarlo: la bestia se alimenta de esa clase de demostraciones. Mastines del inframundo como Jorge Rial desparraman desprecios en tono justiciero: que un empresario, emblema del mérito, tuvo que dar explicaciones a Alberto por su apoyo a Macri.
¿Quién quiere meritocracia cuando sobra la fuerza?
La sensación de manada embriaga a los animalitos más omega. Un escritor futbolero arenga: los que votaron a Macri me van a dar explicaciones. En persona, el escritor no puede sostener la mirada sin ponerse colorado, pero ahora siente el clamor de la manada y la manada manda gruñir, mostrar los dientes. Ha esperado este momento para sentirse fuerte y viril.
El episodio me envía a la bibliografía: Georges Dumézil, Hugo Vezzetti. Detrás del vil cuadrúpedo debo percibir el culto viril de la hombría, la aristocracia del guerrero juvenil que se disfraza de lobo potente. Pero hasta ahora solo he pasado revista de los hombres menos seductores del mundo; alquitrán sin pucho, gordura sin sabor.
Domesticados hace milenios, los perros compiten por ser alfa en áreas. Hay ovejeros, como Juan Grabois, especialista en arrear ganado humano. Grabois atacó a “los viejos” que marcharon en apoyo a Presidente Miau; señalar al débil excita su brío de patán guerrero. Grabois cree en cierta meritocracia: como perro pastor, se sueña un poodle faldero del poder que distribuye Doggies entre sus ovejas favoritas.