Claude Lévi-Strauss recuerda las crónicas del siglo XVI de un viajero por el Amazonas. Que una civilización compleja de casa blancas florecía a la vera de los ríos, con techos de paja rosas. Tenían un comercio extendido al otro lado de los Andes, con autopistas entre las sierras y los árboles, como los Mayas en los manglares. Lévi-Strauss dice que es imposible hacernos una idea de la devastación que vino después.
Ahora podemos dimensionarlo: las fotos satelitales muestran el fuego elevarse en un signo de interrogación gigantesco a través de Sudamérica. Dicen que el incendio empezó en Bolivia, donde Evo Morales le guiña el ojo a la ganadería industrial, y se extendió hacia el Norte, hasta el Pará amazónico. Evo mandó a traer un avión para atender la emergencia, Macron sugirió tratarlo en el G7 y Macri se plegó a la alerta, dijo que hablaría con Bolsonaro. Ojalá lo escuche; como todos los bullies, en el fondo Jair quiere encajar, quiere ser visto como algo más que un hombre, un dios. Pero se empecina en el ridículo: mira su casa quemarse y tuitea contra el matafuegos.
El Amazonas, o el Universo, está cruzado por caminos innumerables que llevan a otras capas cósmicas y a los asentamientos de los dioses, escribe Eduardo Viveiros de Castro en su tesis doctoral sobre los Awareté, pueblos del Pará. Pero hay una avenida especial: la kerepe, que sigue el camino de fuego del sol. Por ella, los chamanes ascienden al reino divino y los dioses bajan a participar de los banquetes.
Pienso en Jair vestido de plumas, con el cuerpo desnudo y pintado de rojo furioso, escoltado por los Awareté por la avenida que conduce a los dioses. Es una larga procesión festiva: para volverse en soberano amazónico, el alma de Jair debe ser primero devorada por un puma. Su cara de pájaro enjuto descansa en un cofre. Jair dice que invocar al G7 para tratar el problema es una actitud colonialista, y el puma Awareté piensa algo parecido de Jair, mientras mastica el bolsonaro de huesos.