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Macri 2023

Macri no puede perder en las próximas elecciones porque la matemática lo asiste y la política lo cobija cuando erra.

Mauricio Macri
Mauricio Macri | Noticias Argentinas (archivo)

Las chances de que Mauricio Macri sea presidente el año que viene son muy altas, según René Descartes: “la matemática es la ciencia del orden y la medida, de bellas cadenas de razonamientos, todos sencillos y fáciles”. Y de que alguien de Cambiemos sea en el caso que él prefiera que se conforme la boleta sin estar presente, más. Hagamos entonces un ejercicio conjunto para ratificar al filósofo y físico francés. El gran desafío que tiene el poder ahora es el reciclado del discurso, el paquete de medidas ya está echada y su suerte con él. El gabinete manoseado hasta el ridículo también. Incluyendo filtraciones al periodismo de rechazos de cargos y armados de fin de semana como si se estuviera hablando de los representantes de un consorcio, y no quienes manejan las áreas de conducción de un país. Si no hubiera estado el peronismo para salvarlo, entonces sí la vida política de Cambiemos estaría en serio compromiso.

El dogma peronista y sus delegados políticos, gremiales y empresarios de ver con malos ojos la democracia desde el despoder es ahora el aliado con el que cuenta un equipo sin cohesión, múltiples miradas diversas sobre el mismo problema, y un discurso tan disímil que roza el ridículo. El demérito entonces de Mauricio Macri se refugia en el peronismo, un curso acelerado para las generaciones venideras: “Cómo destruir la herencia familiar en una generación”, podría llamarse lo que llevan a cabo quienes dicen encarnar las ideas de Juan Perón.

Macri no puede perder porque la matemática lo asiste y la política lo cobija cuando erra. Las elecciones presidenciales tendrán desdoblamientos donde le convenga, como un buen envión en Capital y algunas del interior, y logrará que la boleta de Maria Eugenia Vidal sea la que empuje hacia arriba los números finales. En Buenos Aires el peronismo ya no sabe cómo explicar el raquítico estado en el que se encuentra: nadie ni siquiera se anima a decir que quiere gobernar, lo susurran al oido por si la senadora Fernández averigua, pero nada de blanquearlo públicamente, saben que sólo serán rivales menores para Vidal, hoy inaccesible para la oposición. La corrupción del peronismo bonaerense cae en los cuadernos de Centeno, pero también en los de más de un intendente que averigua demasiado seguido su situación judicial. Empezando por Daniel Scioli, quien sabe que su futuro está juzgado lejos de la inocencia.

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Escena presidencial, discurso de nicho

Así las cosas, el G5 le asegura la continuidad a la coalición gobernante. Capital, Provincia, Mendoza, Santa Fe y Cordoba, las cinco provincias que definen sin discusión el futuro eleccionario. En Capital y ahora con Cambiemos formalizado, la suma de Carrió y Lousteau en la última elección supera los 63% de los porteños. Podría haber una merma en el voto, pero es difícil que logren menos del 50% con Rodríguez Larreta manteniendo la buena percepción que hoy tiene. La “madre de las batallas” como se bautizó a Buenos Aires tiempo atrás, aporta casi el 38% del padrón cuando votamos. Allí Vidal sigue primera en imagen positiva y el peronismo por ahora prefiere esconderse donde siempre gobernó. Síntomas de un cambio ya no espasmódico como se especulaba en 2015. Salvo que realmente haya una reconversión y se termine por enterrar candidaturas circenses como la de Aníbal Fernández, el peronismo esperará entonces ocho o doce años para volver.

El interrogante empieza a desnudarse, cómo perder el país habiendo ganado Capital, BsAs y tiendo Santa Fe y Mendoza en situaciones cómodas. A diferencia de 2017, cuando ganó Cambiemos pero el oficialismo local se esforzaba por evitar el desmiembre, la crisis socialista implosionó para dejar las puertas abiertas a José Corral, o un hombre poco conocido que el propio Rogelio Frigerio buscó semanas atrás e impulsa. “Gestión o nada, esa es nuestra premisa”, aseguran cerca de Frigerio, quien tiene el mapa de los potenciales ganadores o “grandes segundos”, que puedan coronar a Cambiemos en doce meses. Mendoza parece haberse anclado en la figura de Alfredo Cornejo como armador del próximo gobernador, de hecho en el Gobierno no miran con tanta atención el candidato, las espectaculares elecciones pasadas con Clauda Najul y el 45% de los votos, a 20 del peronismo. En Córdoba el gobierno directamente considera que es poder ya hoy. Más allá del casi 50% de Héctor Baldassi en 2017, se trabaja para destronar el peronismo del ejecutivo y desembarcar en la capital que le dio 72% de los votos a Macri en el balotaje 2015.

Así entonces la matemática es más certera que el análisis generalmente, y el escenario que las consultoras hoy no logran dar es el balotaje. No importa la primera vuelta, nadie duda de que habrá que ir a votar dos domingos para presidente. El gran interrogante es: qué dirigente que no sea de Cambiemos, puede ser votado por el 51% de los argentinos. Los errores del Gobierno son conocidos y de aquí a marzo sólo serán aumentos y dolores de cabeza para la clase media que hizo presidente a Macri y sigue pagando impuesto a las Ganancias, no se vio beneficiada con la jubilación, la inflación a la baja quedó en el olvido y la pobreza cero directamente una expresión de deseo, ni siquiera un norte al cual aspirar.

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La ecuación es simple, la única persona fuera de Cambiemos con el 100% de conocimiento y alta intención de voto que puede ser, por ahora que está en libertad, candidata, es Cristina Kirchner. ¿Más de la mitad de la Argentina quiere a Cristina Kirchner de vuelta? No lo sabemos. Sí sabemos que obtuvo 20% a nivel país dos años atrás, que su intención de voto no es menor al 25% hoy y que su negativa rara vez da menos del 70% en sondeos privados. Pero la senadora Fernández no es una persona, ha logrado con el pasar de los años que su persona sea conceptual, más allá de sus problemas como persona física y jurídica. El retorno de Cristina entonces sería mucho más que una elección. Sería la vuelta a una forma de vivir. Sería el retorno del poder de Aníbal Fernández, el plan energético del catedrático Kiciloff, el clan Moyano y Viviani en las calles y la Justicia con Javier Fernández a la cabeza y el ex juez Zaffaroni en su apogeo de despedida. Querrá la argentina esa forma de vivir nuevamente, tal vez sí.

Para quienes ejercemos el periodismo, también eso conllevaría la vuelta de un sistema estalinista donde los que pretenden ser llamados periodistas volverían a llenarse de dinero a costa de productos propagandísticos sin valor alguno. Basta con analizar el exilio tuitero de Jorge Rial, hoy ya sin peso y reemplazado por Moria Casán tras haber hecho los deberes impuestos por Cristina Kirchner en 2012. Casualidad, justo cuando se separaba de su ex mujer y dividían dinero, se volcó al kirchnerismo más torpe retuiteando directamente ideas de Florencio Randazzo en contra de Daniel Scioli. Mal pensados certifican que debió acceder a los pedidos de Oscar Parrilli para no blanquear su patrimonio en tiempos de divorcio. Solo él lo sabe.

El resto son candidatos menores para proyectarse como Juan Manuel Urtubey, hoy más macrista que el papa, o expresiones oníricas como las de Agustín Rossi o el afónico Sergio Massa, quien pasó de la vergborragia al mudismo tiempo atrás. Es su mejor campaña.

Será la sociedad quien decida si el sistema kirchnerista conceptual con sus cortesanos y armadores vuelve al poder, si Cambiemos será evidentemente un proceso lento de saneamiento del país, o si una tercera vía razonable y democrática hasta hoy desconocida, logra seducir a los argentinos. Todo puede pasar.