El discurso del presidente, que estaba anunciado para hoy a las 8:30 y se emitió finalmente una hora después, trajo pocas novedades con respecto a lo que venía circulando en la prensa el domingo a la tarde en lo que a medidas refiere. El achicamiento del Estado y la reducción de ministerios eran conocidos para el final del día de ayer, al igual que los impuestos a la exportación. También se sabía que Marcos Peña, la figura más discutida del gobierno, seguiría como Jefe de Gabinete y que Lopetegui y Quintana saldrían de sus cargos, aunque estos hechos no fueron referenciados puntualmente por el presidente, que se limitó a hablar de “compactar el equipo”.
A falta de novedades, lo que le quedaba a Macri como efecto de sentido era darle a la comunicación de esas medidas conocidas el respaldo de su propio cuerpo y voz. En un momento de incertidumbre e inquietud tanto para los mercados como para la ciudadanía, la Argentina necesitaba la palabra del presidente.
Esto explica que el discurso haya sido tan autorreferencial, llegado incluso al punto de referir al episodio autobiográfico de su secuestro, una manera de personalizar la comunicación a través de un hecho triste y conocido de la vida del presidente que, a su vez, busca hacer verosímil su capacidad para enfrentar momentos difíciles. Es el intento de generar confianza a través de las capacidades y convicciones personales (Macri se la pasa diciendo que “está convencido”), estrategia personalista a todas luces, lo cual no es decir poco para un gobierno que vino con promesas de institucionalidad.
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A contramano de esta estrategia, la decisión de comunicar las medidas mediante un mensaje grabado parece desatinada. El grabado es controlado y carece de espontaneidad. El retraso de la emisión suma más problemas aún. Se sintió como si no llegaron a armar a tiempo una performance oratoria convincente y el deseo de controlar cualquier imponderable.
Este tipo de maniobras restan credibilidad a la palabra del presidente, que insiste en referirse a la crisis actual como “tormentas”, consecuencia de la situación internacional, de la corrupción del gobierno anterior y de la “falta de unidad de los argentinos”, forma alusiva de referir a la oposición. Para el presidente “se aprobaron leyes” que contradecían al presupuesto y generaron incertidumbre en los inversores, cuyo resultado fue la corrida cambiaria. Es decir, el Gobierno no tuvo la culpa de nada.
En este sentido, le habló “a los propios”; si la puesta en escena es presidencial –bandera, salón Blanco, extensión del discurso, escenografía; el discurso fue de carácter electoral, en el sentido de orientarlo principalmente a los adherentes a Cambiemos, en particular en el cierre donde intensifica la grieta.
Este tipo de maniobras restan credibilidad a la palabra del presidente, que insiste en referirse a la crisis actual como “tormentas”
La autopercepción del gobierno comunicada en este discurso es la de quien hace todo lo que debe hacerse, incluso a contramano de enormes dificultades. La falta de resultados se compensa con un doble enaltecimiento ético: del gobierno, por un lado (“no me verán del lado de los que hipotecan el futuro y especulan”, “no deje de hacer lo que estuvo a mi alcance”, “ahora tenemos un gobierno que enfrenta la realidad sin esconderla”) y de la ciudadanía, por el otro (“Los argentinos estamos entendiendo la situación”, “el esfuerzo más grande es el que están haciendo cada uno de ustedes y sus familias”). El gobierno apela así a una identificación ética con sus representados, a quienes pide unión en los valores de la “humildad”, la “templanza” y el “esfuerzo”. Se trata de la ratificación de una suerte de consenso ético, sobre el cual Cambiemos, ejerce sus promesas de crecimiento.
Tratándose de un discurso donde se verifican prácticamente todos los lugares comunes de Cambiemos (“si se puede”, la cultura del esfuerzo, la idea del crecimiento “sin atajos”, etc.) destaca, sí, como componente novedoso su aire de ultimátum. Para el presidente este es el momento de erradicar de una vez por todas los grandes problemas que acechan al país desde hace mucho tiempo (“vamos a dejar atrás décadas de navegar sin rumbo”). “Esta crisis no es una más, tiene que ser la última”, sentenció Macri, y con ello deja ver los límites del argumento de la luz al final del túnel, que parecía inagotable. Es ahora o nunca. El gobierno se juega su credibilidad en el calor de la coyuntura. Considerando que aún no se ha cerrado el nuevo acuerdo con el Fondo, es una maniobra arriesgada. Pero, ¿qué otra le queda?
(*) Analista de opinión pública. Directora de la consultora Trespuntozero.