Hace pocos días murió uno de los pensadores franceses más significativos del presente, acuñador de conceptos que iluminan nuestro deambular urbano. Quizás el de mayor resonancia sea su “no lugar”. Fácilmente reconocible en shoppings, aeropuertos, salas de espera. Aquellos espacios que habilitan la suspensión de identidades establecidas. Según el propio Augé, “un no lugar es aquel donde no podemos leer inmediatamente las relaciones sociales. Mientras que el lugar tradicional es aquel donde precisamente todos esos cuerpos se encuentran y hay reglas de residencia. Un lugar es lo contrario de la soledad porque todo está bien ajustado, pero también es lo contrario de la libertad, porque siempre estamos bajo la mirada del otro”. En este sentido, el no lugar, si bien disuelve identidades, favorece la desconexión y la anonimia, a su vez permite una circulación sin pasado, un pasaje sin asignaciones. Su muerte reciente me recordó una gratísima conversación que mantuvimos antes de la pandemia sobre las edades del tiempo, los no lugares, la etnología de uno mismo, los gatos y las bicicletas (Diálogos transatlánticos: Marc Augé (capítulo completo), Canal Encuentro HD, YouTube). En tiempos tan revolucionarios, al menos tecnológicamente, atados por redes intangibles, Augé consideraba que las bicicletas eran una forma de resistencia. Al pedalear, se ponía en marcha el tiempo de todos los tiempos.
Me pregunto cómo consideraría Augé la muerte… ¿Un lugar o un no lugar? ¿El presente absoluto de la inexistencia? ¿O, como diría el gran escritor de novelas policiales Raymond Chandler, la residencia ideal del “sueño eterno”?