Suficientes hechos han llamado la atención de los medios internacionales sobre la elección en Chile. Desde la posible victoria de un candidato de derecha por primera vez desde el fin de la dictadura de Pinochet hasta la sorpresiva aparición de un candidato de 36 años, hijo de un guerrillero asesinado por la dictadura, que pocos meses atrás era diputado por el partido socialista, el mismo de la presidenta Michelle Bachelet, las historias interesantes abundan. La enorme popularidad de la presidenta saliente –impresionante después que logró recuperarse de dos grandes tropiezos en sus primeros años: las protestas estudiantiles de 2006 y la reforma del sistema de transportes de la capital, Transantiago, en 2007– y la aparente incapacidad del candidato oficial, el ex presidente Eduardo Frei, para aprovechar esa ventaja han llenado páginas de análisis y especulaciones.
Pero pocos han dicho que el resultado de la elección presidencial tendrá mucho más que ver con el nombre de quién gobernará Chile por los próximos cuatro años que con la dirección que tomará el país. Hay muchas dudas sobre quién ganará la elección. Por primera vez desde el retorno de la democracia, el candidato de la gobernante Concertación no lidera las encuestas. Peor aún, existe una real posibilidad de que el ex joven ex socialista Marco Enríquez-Ominami obtenga el segundo lugar y enfrente en segunda vuelta al moderado empresario derechista Sebastián Piñera. Pero ya sea que Piñera termine con 20 años de gobiernos de la Concertación o que, sorpresivamente Enríquez-Ominami se convierta en el improbable candidato de la continuidad oficialista si derrota a Frei en primera vuelta, las prioridades en el modelo de desarrollo económico de Chile no cambiarán sustancialmente.
Desde que la Concertación llegó al poder en 1990, Chile ha privilegiado una economía social de mercado. Impuesta por Pinochet, la economía de mercado está firmemente instalada en la Constitución –también de Pinochet– de 1980 y en el sistema institucional chileno que privilegia la separación de poderes y restringe la voluntad popular a través de mecanismos contramayoritarios autónomos, como el Banco Central y el Tribunal Constitucional. Si bien una buena parte de los llamados enclaves autoritarios que dejó Pinochet en su Constitución han sido eliminados, persisten otros mecanismos que hacen difícil alterar el statu quo en el modelo económico. Desde un sistema electoral poco competitivo (en el 95% de los distritos, la Concertación y la oposición, Alianza por Chile, se reparten los dos escaños a la Cámara y al Senado) hasta un sistema de inscripción que excluye a 4 millones de jóvenes que cumplieron edad de votar después de 1988, el sistema político chileno es mucho más hijo de la dictadura que de la exitosa democracia. Uno de cada tres chilenos en edad de votar no está inscripto en los registros electorales y no podrá votar en la elección del 13 de diciembre.
En estos 20 años, el país ha crecido y todos los indicadores sociales han mejorado sustancialmente. La pobreza se redujo de 40% a menos de 13%. El ingreso per cápita aumentó un 150% en términos reales. Estas últimas dos décadas han sido las mejores en la historia de Chile. Pero el éxito se debió a que la Concertación logró ponerle un “rostro humano” –como lo definiera el presidente Patricio Aylwin (1990-94)– a la economía de mercado que implementó la dictadura. Si Pinochet es el padre del Chile actual, los cuatro gobiernos de la Concertación han sido meritorios padrastros. Han corregido lo malo, han mejorado muchas cosas. Pero la esencia del modelo no ha sido alterada. Por eso, ya sea que la casi segura segunda vuelta presidencial del 17 de enero le otorgue la victoria al opositor derechista Sebastián Piñera o produzca un quinto gobierno consecutivo de la Concertación liderado por Frei, nadie anticipa que el país tomará un cambio de rumbo sustantivo. Al contrario, el gradualismo y pragmatismo que han caracterizado a los gobiernos de la Concertación seguirán siendo el norte del próximo gobierno. Aún si se produce una sorpresiva victoria de Enríquez-Ominami en primera vuelta sobre Eduardo Frei, habrá más cambio en la forma que en el fondo. La Concertación deberá reinventarse para ponerse detrás de la candidatura del joven candidato. Pero la hoja de ruta sólo sufrirá alteraciones –mayores en cuestiones políticas si gana Enríquez-Ominami y sustancialmente menores si gana Frei– y no un rediseño. Si Piñera gana, su énfasis en la eficiencia y la modernización del Estado intentará sepultar definitivamente la asociación de dictadura y derecha, pero también sus posturas más moderadas y tolerantes en cuestiones valóricas pondrán freno a los impulsos más conservadores que emanan de la UDI, el otro partido de derecha y aliado del suyo, RN.
Por eso esta elección es mucho más sobre el quién que sobre el qué. Aunque pudiera no ser muy atractivo al compararlo con otros países, el hecho que en Chile esté en duda la continuidad de la Concertación en el gobierno es una noticia relevante en un país donde la política se define cada vez más por el pragmatismo y el gradualismo que por los intentos de reformas radicales y cambios profundos en las hojas de ruta.
*Director magíster Opinión Pública, Universidad Diego Portales.