COLUMNISTAS

Mejor sigamos bailando

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No hubo y tal vez no vuelva a haber una campaña proselitista con mayor tasa de populismo como la que acaba de darle la presidencia de la Nación a Mauricio Macri.
Fue un populismo on oline extremo, en el que se tocaron todos los botones de la consola ideológica, incluso haciendo colapsar los del on y el off.
¿Ajusto o no ajusto? (¿asusto o no asusto?), ¿libero el dólar o le pongo un bozal?, ¿feriados sí o feriados no?, ¿reprivatizo o no reprivatizo YPF?
El sí fue no, y el no fue sí, y esa práctica enloquecedora de apostar a la cruz de la moneda pero también a su cara de manera casi simultánea, actuó como antimateria del discurso kirchnerista, siempre acostumbrado a decir como quien camina hacia adelante.
Resumiendo: Macri apostó al acto de desdecirse como si fuese una adicción, y en esos giros mantuvo en reserva su identidad que hoy, después de tantas vueltas, ya no sabemos cuál es.
Ya en los minutos previos a dar su voto, vivado por un grupo de personas que le gritaba “¡Sí, se puede!” (quise asociar este frenesí con alguna literatura, pero sólo se me cruzó el “¡Tu puedes!”, de Tu Sam), se sabía que la ola que lo venía arrastrando lo llevaría hasta la Casa Rosada.
Por un extraño poder remoto se cumple -además del sueño aún indeterminado de cambiar- un viejo deseo de Néstor Kirchner, quien siempre pensó que a la Argentina le haría bien las disputas entre un partido de centroizquierda (el peronismo kirchnerizado) y otro de derecha. Todos los triunfos son pírricos.

Cambiemos es un cruce veterinario entre el Partido Conservador y la UCR de Alvear, y de hecho desde Alvear que no se vota como presidente a un representante tan inequívoco de las fuerzas plutocráticas.
Mucho menos sostenido por un porcentaje importante de clase media y clase media baja, a quienes Macri tranquilizó durante la campaña diciéndole que no le iba a quitar a nadie nada de lo que ya tuvieran. Cuidado, que las promesas se cumplen.
La ciudadanía se expresó y es evidente que, con Cambiemos, cree que obtendrá algo que no tenía y que eso que cree que obtendrá tiene su vía regia en el discurso de la autoayuda que, por pudor o cálculo, no se relaciona por el momento con el “problema” de la economía, ni con ningún otro.
Se entiende la tentación porque cuando uno vota (no importa a quién) no hay presente.
Se vota por lo que creemos que pasó o por lo que creemos que vendrá, y también contra ambas cosas.
En este caso también influyeron los doce años del gobierno que se va, el más extenso desde la Ley Saénz Peña.

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Si las historias de amor tienen desde su inicio los días contados, ¿por qué no los ciclos de la política, por más exitosos que hayan sido? El poder es un fuego que se enciende y se apaga, y esa condición es una de  sus mejores funciones.  
El misterio que envolvió a Macri en un polimorfismo giratorio durante la campaña se develará cuando sepamos si la economía será locataria o locadora de la política.
¿Qué va a hacer, cómo, cuándo, con quienes?
Macri va a ser el presidente con menos legisladores propios en el Congreso desde 1983, por lo que quizás deba revisar su estilo de team leader y su tendencia al veto para que no se multipliquen los conflictos.

Por lo que habrá que sentarse a ver si pesa más su corazón que late emocionado por la música del libre mercado (aunque ya hace muchos años que el mercado no es libre: también tiene sus amos y sus esclavos) o las condiciones sociales que podrían cortarle el mambo de la globodance.
Me estaba yendo a dormir tranquilo porque ustedes saben que hay algo que se llama “fiesta de la democracia”, pero cometí el error de leer un artículo de Alejandro Bercovich publicado el viernes.
Bercovich dice que “una avanzada de analistas y estrategas de inversión de Wall Street” llegó a Buenos Aires  el lunes pasado para saber si Mauricio Macri va a aplicar el shock devaluatorio del que habló Prat Gay “y palpar in situ su viabilidad política”. Mejor sigamos bailando.    

*Escritor.