De tal palo, tal astilla. El refrán no garantiza que su aplicación mejore la especie. Ni la calidad de la madera. La cita viene a cuento de dos últimas intervenciones, la de Máximo Kirchner en Diputados al hundir el presupuesto propio, y la del ministro Martín Soria ante los miembros de la Corte Suprema. Ambos personajes replicaron belicosas actitudes de sus padres, Néstor y Carlos, como si fuera una obligación responder a la estirpe. Fallaron. Y, en el caso del titular de Justicia, su presentación plagia otro episodio paterno, sanguíneo, de lamentable recuerdo. Entonces era el gobierno de Duhalde y Soria estaba a cargo de la SIDE, había disturbios por el bloqueo de depósitos bancarios y se discutía aplicar o no el estado de sitio (se declaró, pero no fue aprobado). Imaginativo en su necedad, el jefe de los espías armó dos reuniones en un mismo día con jueces federales, camaristas y hasta algún miembro de la Corte Suprema. Directo, se le ocurrió para distraer el malhumor popular, que los magistrados debían encarcelar al ex ministro Domingo Cavallo y al titular del Banco Galicia, Eduardo Escasany. Con esas prisiones, imaginaba el gobierno, se calmaba la venganza acumulada en las calles. Más que pedirlo, trató de imponerlo, como si los convocados debían cumplir con el reclamo gubernamental. Los jueces, muchos habían llegado de Punta del Este en el avión de un empresario entonces de bancos, se rebelaron ante el arbitrario pedido. Soria amenazó a uno de ellos con el juicio político y, al resto, con exhibir carpetas personales en los medios. También era famoso el juego de los espías, menos sofisticado que en estos tiempos de Cristina y Macri. Hubo un repertorio de insultos, discusiones, amagos de trompadas, un escándalo. Esa inútil “apretada” luego terminó narrada en un diario y Soria debió renunciar por su irresponsabilidad. Curiosamente, un intento semejante de su hijo Martín no fue cuestionado ni por el mismo medio que produjo la cesación del padre. Cambian los tiempos.
Secretos de la Doctora Highton
Si para Cristina el ministro no tiene siquiera “los ojos celestes del padre”, mayor desilusión le habrá generado enterarse que su devoto funcionario, al amenazar a los cuatro integrantes de la Corte con sus críticas, no se atrevió a deslizar un discurso de memoria: tuvo que leer su impetuosa “apretada” como si fuera un general y no un abogado. Casi ridículo en ese intimo recinto. O tal vez procedió Soria como un soldado y no quiso extraviar ninguna de las pretensiones de la dama. Revela, claro, la deliberada intención del gobierno por destituir al cuarteto de ministros, una misión que el 1 de febrero se inicia con marchas en las calles bajo diversas excusas, reclamando una “Corte del pueblo”, un jurado diferente, elegido como si fueran artistas de telenovelas. Empezó anteayer la queja pública, apenas una veintena de personas bajo el árbol que está frente al Palacio. Una suerte de ensayo para la marcha de febrero. Se supone que Cristina tendrá más convocatoria luego de la feria judicial. Ninguna de las justificaciones enunciadas para el cambio parece expresar la necesidad o el temor de la viuda, ni se menciona que ella se propone impedir que el actual tribunal se pronuncie sobre sus causas. Demanda otros enjuiciadores, de ahí que imita al flautista de Hamelin indicándole al ministro y al propio Alberto Fernández para que sigan su música hipnótica.
A pesar de que el mandatario, como abruman los testimonios grabados, en su momento transmitía felicidad con el número de integrantes de la Corte —igual que ella—, ahora ambos manifiestan disgusto, lo consideran insuficiente, pretenden licuarlos en una masa más vasta. Quieren otras salas, ministros de cuño propio, denuncian poca efectividad de la Corte justo cuando el actual número expide más fallos que nunca (alrededor de un porcentaje superior de 30% en los últimos dos años), está al día. Mucho más ejecutiva este instituto que en los tiempos de Zaffaroni, quien a menudo estaba ausente porque se alistaba a batir como turista invitado el récord de horas de vuelo de un comandante de avión. Otra instancia ideada para descolocar al tribunal ha sido la resistencia a que opere con 4 magistrados, debido a que renunció la quinta y dilecta amiga del cristinismo (Highton de Nolasco). Dicen, en sus reclamos, que está en crisis el cuarteto, pero nadie entiende la razón por la cual hay conflicto con ese número mientras en la provincia de Buenos Aires la corte bonaerense opera sin problemas con la misma cantidad de miembros. Es cierto, eso sí, que Lorenzetti no comulga con los otros tres (Maqueda, Rosatti y Rosenkrantz), pero el instituto nunca se complicó por esas diferencias. Además, si Cristina odia al trío, dicen que a su vez nunca perdonará a Lorenzetti por alguna cuenta impaga. Fuera del Palacio, entonces, abundan críticas y denuncias que parecen parte de una interna: hace meses le apuntaron a Rosenkrantz, ahora —en sociedad con algún gremio— lo atacan a Maqueda por cuestiones pendientes de la obra social. De Rosatti, todavía, nadie dice nada. Parece demasiado obvio el planteo que se registra.
Es que tanto Alberto como Cristina pugnan por reemplazar la totalidad del tribunal a través del método Néstor: al revés de Duhalde, quien fracasó en su momento por el intento de remover de un solo golpe a todos los integrantes, el finado santacruceño prefirió comerse pieza por pieza. No le fue mal en ese propósito. Ahora se agrega otro conflicto para seguir la saga del desplazamiento: al declarar inconstitucional la formación del Consejo de la Magistratura, la Corte impulsa una nueva ley (en 120 días) o el incremento del comando para hacer “más equilibrado” un cuerpo dominado por el sector político. Otra furia para Cristina o, en todo caso, para alimentar el revoltoso criterio de la “Corte popular”, una forma de aniquilar enemigos en nombre de las mayorías. Lo de siempre desde febrero y por un presupuesto que supera diez veces al ya generoso de la Corte Suprema. No solo de convicciones vive el hombre, la mujer, todes.