Si hay Sagradas Escrituras cristianas, protestantes, budistas, también hay judiciales: determinan cuándo finaliza el mandato en la Corte Suprema, también la elección de su máxima autoridad. Ese libro divino señala que en el acuerdo de hoy (a más tardar hasta el jueves próximo), en el secreto del quinteto humano que preside el Palacio de Justicia se designará, a la cabeza temporal del instituto para los próximos tres años. Puede ser un voto virtual, por zoom como suelen comunicarse, aunque los despachos se encuentren en el mismo piso, a pocos metros de distancia y en el edificio circulen más policías de custodia que asesores. Típico de una familia bien avenida. Los 5 miembros se han comprometido a definirse, falta saber a quién de ellos le endosarán el cargo supremo. Solo hay una certeza en esa tómbola: Ricardo Lorenzetti es un candidato abortado, quizás el único a tachar en la lista a pesar de sus denodados esfuerzos por volver a comandar la Corte. Quedan 4 para el puesto: Rosenkrantz, Rosatti, Maqueda y Highton de Nolasco. Más voluntad revelan los dos primeros y hasta parece que disponen de un entendimiento de antaño: Rosatti lo apoyó a Rosenkrantz para desplazar a Lorenzetti y, ahora el actual mandante, le devuelve la gentileza. Aunque la llave de todos los secretos la guarda Maqueda, el astuto poder detrás del trono. Si ocurre el cambio de guardia, será más simbólico que efectivo: la mayor importancia de la función es la remota posibilidad de heredar el Poder Ejecutivo en una crisis institucional. Una fantasía redactada por los padres fundadores ya que los políticos nunca han permitido que se filtre alguien de otro gremio y, por otra parte, esa herencia obligada sería discutible, poco democrática.
Llega en apariencia un santafecino (Rosatti) de litigio barrial con otro santafecino excluido (Lorenzetti), quien a su vez viene en pleito con Rosenkrantz y bajo sospecha con Maqueda. No parece Lorenzetti un experto en relaciones públicas, al menos con sus compañeros. La mujer del grupo, Highton, revela en cambio una diplomacia infrecuente para llevarse bien con todos. El académico Rosatti ha escrito tratados varios (constitucional, municipal, económico), fue recomendado por Cristina y Néstor lo acogió como ministro hasta que se enfrentaron por el precio abultado de una licitación que le interesaba al sureño. También lo recomendó Elisa Carrió para la Corte, lo promovió Macri y ahora lo detesta por “poco capitalista”. Raro el curso, igual que determinadas predilecciones de Rosatti: ha escrito un compendio sobre Boca, un libro sobre Frankenstein y lo diferente y otro sobre Drácula y la inmortalidad. Puede confundir a cualquier Presidente con sus diversas inclinaciones intelectuales.
El descarte de Lorenzetti, aparte de sus diferencias personales, se reconoce por un detonante político, el propósito de intervención del Poder Legislativo al Poder Judicial. Fue un error atribuido del ministro conocido como “el Supremo” en determinados círculos y un posible connubio con varios dirigentes partidarios. Hace pocos meses se divulgó un proyecto de ley que intentó fijar la designación del Presidente de la Corte bajo el régimen preferido de los uniformados: la antigüedad. Una incómoda comparación con los hombres que utilizan traje oscuro y corbata hasta para dormir. De ese modo se le podaba la responsabilidad del voto a los miembros del tribunal bajo el espíritu de cuanto más viejo, mejor. O cuanto más amigo, mejor. El texto de la norma apareció suscripto por dos influyentes legisladores (el radical lousteausista Yacobitti y Ritondo, un macrista que sueña competir por la gobernación bonaerense). Pero, detrás de las firmas, aparecía una hilera fantasmal de auspiciantes que iban de Horacio Rodríguez Larreta a un consejero ad hoc, Gustavo Ferrari, María Eugenia Vidal, un infaltable amigo como Sergio Massa y, por parte del radicalismo Enrique Nosiglia y Ricardo Gil Lavedra. Había algún empresario también empujando la propuesta en un núcleo amplio. Multitud de interesados, así como respaldos en Comodoro Py Cristina alegó desconocer el proyecto —¿y esto de dónde salió?, le atribuyen—, pero nadie ignora sus vínculos informativos y, a pesar de que no digiere a Lorenzetti, debe ser el único de la Corte que se comunica con ella. Mientras más de un colaborador del “Supremo” toca los dos timbres.
La ley frustrada, amparándose en una presunta dificultad de la Corte para elegir a su titular, planteaba que éste debía nominarse por su antigüedad en el cargo. Si hubiera prosperado, la designación caía en Lorenzetti, ya que a Highton de Nolasco y Maqueda se prescindían hasta ese momento de la presidencia. Pero la iniciativa fracasó, inclusive alguno de sus promotores confesó que no lo había pensado demasiado. Ocurrió que el cordobés Maqueda, quien resignó varias veces la Presidencia en las elecciones internas, dijo que olvidaba enfermedades y pasados problemas y que, si se avanzaba con el proyecto legislativo, él asumiría la vacancia por antigüedad y no le dejaría el cargo a nadie. Flecha mortal contra el conjuro de los diputados y hasta de Lorenzetti (con quien compartió decisiones durante muchos años), baldazo a la imprudencia política cuyo motivo se desconoce aún: tal vez por dominar el cuerpo desde otra esfera, cierto expediente en particular o varios colgados en la Corte, por promesas a cumplir o una atendible invocación democrática: entre cinco personas no podrían elegir a una sola de ellas que, por derivación, constitucionalmente sería en algún momento Presidente de la Nación. Un tema para discutir, casi filosófico, aunque esa pretensión jamás estuvo en el origen de la jugada política.
Tampoco se contempla otro dato clave: la titularidad de la Corte no incide como en otros tiempos, hoy valen igual todos los votos, sin preeminencias y el cuerpo funciona como colegiado, igualitario. Inclusive mejor, según dicen: tramitan más expedientes que antes (700 contra 250). No hay un jefe, siempre hace falta mayoría de tres y no siempre coinciden en sus actos. Por lo tanto, resulta difícil que la presidencia del instituto cambie resultados o condicione a los otros integrantes, sirve —eso sí— para formalidades como recibir delegaciones y embajadores. Tampoco se supone que una nueva o vieja conducción modifique la relación con el gobierno, al extremo de que si el ministro Soria hubiese sido barrido en la última purga del gabinete, sería el protagonista de Virgen a los 40: hubiera partido de la cartera sin haber visitado ni conocer la cara del quinteto judicial. Caso único quizás en la historia.