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Mitos y realidades del 15N

Si se confirman los pronósticos electorales, la crisis que se desatará el día después tal vez nos reconduzca al realismo.

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Limosnas, Cristina Fernández y Mauricio Macri. | Pablo Temes

Mientras los argentinos tratan de creer que la pandemia ya pasó y buscan reconstruirse luchando contra los bajos salarios, la inflación, el desempleo y la incertidumbre, las élites parecen desdoblarse, mostrando dos actitudes: una, más realista, calcula escenarios e intercambia información y opiniones, buscando ubicarse en el futuro más probable; la otra persiste en sus mitologías, encerrada en prejuicios, alimentada por emociones inmediatas y cierto periodismo que exalta sus fantasías de poder, cuyo leitmotiv es destruir al otro y demostrar que haciéndolo se extrae la raíz del mal.

Si nos atenemos a la premisa weberiana, según la cual toda sociedad está atravesada por una lucha perpetua de intereses, podemos sostener que ambas actitudes buscan defender los suyos, tratando de preservar o mejorar su posición en el tablero del poder. Si eso los iguala, algo crucial los diferencia: los realistas analizan las relaciones de fuerza y la resistencia de los materiales, calculan las chances de sus estrategias y los límites que fija la cuota de poder de aquellos con los que compiten. Para los realistas, les guste o no, el otro existe.

Los idealistas, o mejor los fanáticos, no tienen el problema de la otredad, o lo subestiman. Desprecian el cálculo de las consecuencias. El fanático dice: mi dios me manda, que el mundo me soporte; y con ese comportamiento presupone la estupidez del mundo, según la descripción insuperable de Max Weber. Pero hay más. Y la lección esta vez es de Emile Durkheim: el fanático desconoce las consecuencias físicas del “hecho social”, el modo en que la realidad suele imponerse a los individuos cuando estos desafían las reglas. Parece un precepto vetusto en una cultura liberada, pero sigue vigente en muchos tramos de la política, la economía y las relaciones internacionales.

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Con la sociedad maltrecha y las élites disociadas, el país se encamina a un acontecimiento decisivo: las elecciones legislativas del 14 de noviembre. Tres episodios determinarán su lectura: la provincia de Buenos Aires, el total nacional y la composición de la Cámara de senadores. De ellos, el Gobierno puede aspirar a acortar distancias en la Provincia y a nivel nacional, si los que no concurrieron a votar lo hicieran en una proporción alta por el oficialismo; o bien, lo que es más factible, si una porción de votantes fuera seducida por las recompensas materiales implementadas para reconquistarlos.

En el Senado la situación del Frente de Todos es aún más compleja. De las ocho provincias donde se eligen senadores solo ganó en Tucumán y Catamarca en las primarias. Según los resultados que estas arrojaron, volverá a perder en Corrientes, Córdoba y Mendoza. Le queda la posibilidad de revertir el resultado en Santa Fe y Chubut, que presentan escenarios adversos. Pone, entonces, todos los esfuerzos en La Pampa, donde el triunfo de la oposición es un hecho excepcional, como ocurrió en septiembre. Según se aprecia, el peronismo corre serio riesgo de perder la mayoría histórica en la Cámara alta, un acontecimiento inédito en casi cuarenta años de democracia.

En cualquier caso, y aun con matices, la consecuencia de las elecciones será un gobierno muy débil y descompuesto, con dos años de mandato pendiente, en un contexto socioeconómico dramático y con una compleja negociación con el FMI irresuelta. Además, crecerá el voto a terceras fuerzas de izquierda y derecha, expresando el malestar no solo con el oficialismo sino también con la principal oposición, que en septiembre no captó nuevos votantes, limitándose a retener los conseguidos en 2019. No debe sorprender: cuando se le pregunta a la gente qué político le gusta, el 40% contesta “ninguno” y el Congreso, la Justicia y los partidos políticos suscitan la desconfianza de más del 70% de la sociedad.

Se alquila la casa peronista

¿Cómo interpretarán y qué harán frente a esta realidad los actores políticos y económicos, de aquí y de afuera? Acaso para contestar haya que sanar primero de la intoxicación provocada por el periodismo que hace de la grieta su negocio. No ayuda a caracterizar correctamente a los protagonistas, porque los define como representantes del bien o del mal, según convenga. De acuerdo a esta lógica, Cristina doblará la apuesta, profundizará el populismo, romperá con el FMI y se abrazará a sus seguidores más radicalizados. Macri, del otro lado, se preparará para volver y terminar de destruir al pueblo con un nefasto gobierno neoliberal.

Cualquier televidente que, para complacerse escuchando argumentos que confirman sus creencias, se sentara durante varias horas a mirar alguno de los dos canales más alineados con la grieta, sacaría esas conclusiones. Si es fanático de Cristina, pensará lo peor de Macri y si lo es de Macri, abominará a Cristina. El periodismo que refuerza este mecanismo es tautológico, no le interesa agregar información, sino reafirmar los prejuicios de sus audiencias cautivas, lo que constituye una ganancia estimable en épocas tan difíciles para los medios, que han perdido el monopolio de la construcción de la agenda pública.

Es patético cómo se necesitan Cristina y Macri. Y cómo los precisan los que hacen negocios, económicos o simbólicos, con ellos. Si el análisis político no falla, pronto tendrán que buscar otras fuentes de subsistencia. En primer lugar, es improbable que Cristina redoble la apuesta. Aunque quisiera, no lo lograría, carece de poder. Si no se lo recuerda la política, se lo hará saber el mercado, con la cotización que desespera a los gobiernos desde hace décadas: el precio del dólar paralelo. El Departamento de Estado y el FMI completarán la tarea si fuera necesario. A veces es muy costoso entrar en razones.

Tampoco hay margen para el regreso de Macri. El rechazo de más del 50% de la sociedad, que comparte con Cristina, resulta irremontable. Más todavía, abrazando un republicanismo de derecha que sirve para para fidelizar votantes, no para captar nuevos. Las cabezas más lúcidas de la coalición opositora ya lo descuentan: practican (por ahora) la tolerancia y se postulan para la sucesión.

El país que viene, si pretende ser viable, deberá tejer amplios consensos, capaces de sostener programas de reconstrucción social y económica difíciles de implementar. Habiendo llegado al límite del financiamiento, y con niveles de pobreza e inflación intolerables al cabo de una década de estancamiento, ciertas mitologías se tornaron insostenibles.

Si se confirmara el pronóstico electoral, tal vez la crisis que se desatará el día después nos reconduzca pronto al realismo.

 

*Analista político. Director de Poliaquía Comnsultores.