Después del 12 de septiembre empieza a responderse la pregunta que se formulaban observadores y analistas: cuál sería la razón que explicaría en última instancia el voto. Desde el comienzo de la pandemia, dos factores aspiraban a ese cetro: la economía y la situación sanitaria. Al cabo de las PASO, puede ensayarse una respuesta: fue la economía, pero no aquella del estúpido, sino una de naturaleza trágica, que apenas asoma y recién empezamos a conocer: la economía de la pandemia. Los restos que se ven cuando el agua empieza a bajar.
Esta economía, más que novedosa es desgarradora: implica el drama histórico de millones de familias argentinas, pero detonado por el covid: desempleo, inflación, inseguridad, pobreza e injusticia distributiva llevados al límite de la desesperación. Acompañan esa desgracia una generalizada expresión de resentimiento hacia la clase política, que no se limita al Gobierno: ellos son los privilegiados, nosotros los desafortunados. Escuchen los que estén preocupados por la democracia liberal: esta impugnación alimenta el mito de la casta de Javier Milei.
La pregunta es qué viene después. Cuánto aguanta esta situación. Qué puede hacer cambiar la conducta de los dirigentes ante el desastre. Para intentar una respuesta ensayaremos la construcción de cuatro escenarios de mediano plazo. Son abstracciones elaboradas entendiendo que en la mayoría de los casos la economía determina la decisión electoral, tal como lo expuso y sistematizó hace décadas el politólogo norteamericano Anthony Downs. Dentro de un contexto excepcional, esto es lo que una vez más está ocurriendo.
Supuestos. Para construir escenarios realistas asumimos:
1) que siendo la economía la principal razón del voto y el apoyo a los gobiernos, las principales coaliciones seguirán perdiendo legitimidad en caso de que la situación no mejore, más allá de la ideología que sustenten;
2) que la economía no tiene alternativas óptimas en el mediano plazo sino dos posibilidades problemáticas: una recuperación pasajera, dentro de la lógica del ciclo, o una tendencia a la estanflación, como parecen mostrarlo los datos de la última década;
3) que en esas condiciones un ajuste será inevitable, pero es muy complejo aplicarlo debido a la precaria situación socioeconómica de la población.
En el plano de la conducta política se supone:
1) que la falta de racionalidad de los dirigentes resulta clave, asumiendo que el problema de la Argentina es político, no económico; 2) que el incentivo para ser racional no proviene de valores cívicos sino del miedo a las protestas sociales, las devaluaciones bruscas, las crisis institucionales y la ingobernabilidad; y 3) que la prolongación temporal de la irracionalidad puede, paradójicamente, llevar a la racionalidad, bajo el pavor a que el sistema colapse.
Definición de términos. Entendemos por “racionalidad política” los siguientes atributos:
1) principio de realidad para apreciar la extrema gravedad de la situación económica y social;
2) cálculo correcto de las relaciones de fuerza de la política con la sociedad y los mercados,
3) conciencia de la necesidad de un acuerdo entre fuerzas para aplicar un programa económico de mediano plazo, por fuera de la competencia electoral;
4) previsibilidad y alineamiento estratégico con Occidente. Es clave para la racionalidad entender que en situaciones críticas la sociedad y el mercado pueden sobrepasar a la política generando una crisis de gobernabilidad.La “irracionalidad política” no requiere muchas especificaciones. Es lo que estamos viviendo y representa la cara opuesta de lo razonable: cortoplacismo ligado a luchas por el poder; actitud desaprensiva ante la catástrofe socioeconómica; cálculo incorrecto de las relaciones de fuerza con la sociedad y el mercado; exacerbación de la guerra política en complicidad con algunos de los principales medios de comunicación.
Si consideramos un eje que vaya de la irracionalidad a la racionalidad política y lo cruzamos con dos alternativas de la evolución de la economía –una, más probable, que es la estanflación; otra, menos probable, que es la recuperación cíclica– quedan configurados cuatro escenarios de mediano plazo, a los que bautizaremos con nombres expresivos.
Abismo. Constituye la escena actual: estanflación con irracionalidad política, agravada por las funestas consecuencias de la pandemia, la extrema debilidad del Gobierno y sus divisiones internas, las fisuras y limitaciones conceptuales de la oposición, la precariedad macroeconómica y la desconfianza de los mercados. Es muy probable que este escenario empeore abruptamente, lo que aumentaría el riesgo de colapso económico e institucional. Este modelo supone que si eso ocurriera podría sobrevenir por default la racionalidad. Pero antes falta considerar otros espejismos.
Atajo. Este escenario facilita el acting de los líderes y de algunos actores económicos. Si ocurriera en los próximos dos años una recuperación de la economía (no un rebote), impulsada por algún factor exógeno, sin que cambiara el comportamiento político, entraríamos en la fase ascendente del ciclo conservando la irracionalidad. Condiciones ideales para la fuga hacia adelante de la clase gobernante y los especuladores, como ocurre desde hace décadas. Equivale a una toma de ganancias electorales y económicas de corto plazo, para recaer más tarde en los problemas estructurales irresueltos.
Edén. Este es acaso el escenario más improbable. Sucedería si coincidiera una recuperación de la economía con la racionalidad política, que permitiera aprovechar la bonanza temporaria para fijar las bases de un crecimiento perdurable. Al revés de lo que hizo el kirchnerismo de 2004 en adelante y no pudo Macri, ya en problemas, por soberbia y mal cálculo de su poder. El Edén posibilitaría consensos de mediano plazo, afianzaría la recuperación y le restituiría legitimidad a la política.
Éxodo. Este escenario podría sobrevenir después de una crisis muy severa a la que condujera la irracionalidad política, en condiciones de estanflación. Los dirigentes, con una razonabilidad forzada por la hecatombe, deberían encarar entonces una tarea complejísima, aunque indispensable: diseñar un plan de estabilización consistente en condiciones sociales muy deterioradas. El éxodo, obviamente, evoca el tránsito por el desierto antes de llegar a la tierra prometida. Hasta aquí la analogía. Porque no se requiere un liderazgo bíblico para alcanzarla, sino lucidez y realismo, en lugar de la mezquindad suicida que estamos presenciando.
*Analista político. Director de Poliarquia Consultores.