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destrucciones

Monstruos, política y droga

1-11-2020-Logo Perfil
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Mary Shelley propuso un modelo utilizado para describir fenómenos que exceden lo literario: Frankenstein designa al creador y a su criatura. Argentina debe de haber leído el libro en clave política, hipótesis que explicaría que a principios del milenio un paria sin base nacional como Macri se haya beneficiado de la falta de respaldo al afrancesado Telerman y al polémico Ibarra por parte del gobierno de Kirchner para plantar su banderita en CABA. 

Aparentemente incapaz de despertar interés fuera de Recoleta, el hijo de Franco, erigido en enemigo de la pujante progresía nac&pop de aquellos años, llegó a presidente. No fue fácil. Se necesitó de múltiples políticas de corto aliento como la sojadependencia, de la apuesta sostenida a candidatos sin chance como Filmus y del voto desgarrado (Horacio González dixit) a Scioli, para que la coalición armada con pedazos de un radicalismo agonizante prosperara en el poder. El fruto de esa escalada fue la aciaga gestión cambiemita, decisiva, a su vez, para que Balcarce fuera desplazado por Dylan. 

Ahora, Alberto da la sensación de no advertir el beneficio que deparan a la causa amarilla el recorte a los jubilados, la extraordinaria inflación o la insistencia en negocios sin renta local como la cría de cerdos, el trigo transgénico y la megaminería. Hasta el regreso a las aulas fue simbólicamente cedido y, tras militar una reforma educativa precarizante en 2017, Cambiemos se autopromocionó como defensor del acceso a la escolaridad. Decretos dignos de un Macri hardcore como el 949/20, que cede la soberanía del Río Paraná, Río de la Plata y Atlántico sur, y situaciones como la de Formosa, borronean la idea del Estado defensor de los derechos humanos y la independencia que supo capitalizar el kirchnerismo. Mientras, los opositores patalean en calles, juzgados y en medios, sin presentar alternativas políticas sólidas. 

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El drama de los sectores vulnerables es cada vez más vasto y mantenerse en los estratos medios es un desafío cada vez mayor. Los enfrentamientos de la clase dirigente son como una droga que nos ayuda a sobrellevar la perpetuación de la pobreza estructural y la precarización sistémica. 

En el libro de Shelley, el doctor Frankenstein y su criatura terminaron por destruirse uno al otro. La variante local tiene el mérito de otorgar un equilibro a sus protagonistas: lejos de extinguirse en la contienda, parecen darse vida mutuamente. Los que se extinguen son casi siempre los otros.