Pura ficción inspirada en sentimientos reales. Imaginen una vacuna que proteja, desde la cuna hasta el cajón, el derecho a vivir sin miedo. En una sola aplicación breve, barata, indolora, segura, eficaz, después de cortar el cordón, mirando a los ojos del bebé en brazos de su madre, con gesto bondadoso, en un tono suave, sereno, pausado, según el protocolo aprobado, el médico le diría al recién nacido: bienvenido, ser humano, en estos minutos iniciales del tiempo que te toca, cuando todavía te la podés bancar sin que te importe demasiado, después de la buena noticia de estar vivo, debo vacunarte con la mala: tarde o temprano te vas a morir.
Siempre te va a parecer más temprano que tarde, pero por más que te quejes esto se acaba, así que olvidate, dejá que sea ella, la muerte, quien se haga cargo del asunto. Es su problema. De nada sirve gastar energía en la angustia de querer saber sobre aquello que no tiene respuesta. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué a mí? Para qué perder tiempo consultando sobre el destino a gurús, místicos, hechiceros, tarotistas, psíquicos, manosantas, que además te van a chorear la que cuesta tanto ganar. Una vez despejado el misterio, basta de paja. Ponete a vivir, que son dos días.
Disfrutá mucho de la teta mientras te dejen. De la irresponsabilidad, la libertad, los juegos, los amigos, las hormigas, los bichitos, las nubes, el mar. Mirá, preguntá, hinchá los huevos, aprendé cosas útiles que puedan servirles a otros. También a cabecear, a pegarle con las dos. Llorá, pedí, protestá, reclamá. Si podés, si da, reíte de casi todo. Tratá de crecer sin perder de vista esa infancia sin límites. No jodás a nadie, ni siquiera a los que se lo merecen. Tampoco la pavada. Caíste en un país donde algunos juntan la mierda de los perros, pero otros reparten la propia como subsidio.
Si aun vacunado, ella se te insinúa como tos, fiebre, dolor en el pecho, corazón roto, amorosa pena, rajala de una. Qué mirás, andá pa’l más allá, boba. Estate atento. Si te infecta, te inventaron el curro. Dios te va a castigar si no les das bola a ellos. Divinos los tipos. Violan pibes, encubren dictadores, asesinos, corruptos, dictan sentencias, castigan, perdonan o condenan según a quién, y por cuánto. Al paquete de promesas que venden, resurrección, reino en los cielos, le falta la etiqueta negra que advierte: contiene alta dosis de cagazo.
No hay más fe que en uno mismo. En los que nos quieren. En los que amamos. En ellos deberíamos confiar. Sin embargo, sin querer, sin pensar, a diario, como repartidores de delivery, con cierto placer morboso nos dan/damos de comer un puré de noticias calientes en salsa de sangre, procesadas en los medios para impactar, intimidar, sobresaltar, someter. Quedamos paralizados, hinchados, pipones de aflicción. Ella dirige, ordena, subordina, esclaviza, somete, te encierra en la cueva por tu bien.
El arte de la muerte para la inoculación del miedo es tan sutil que te lo hace sentir aun sin motivo aparente. Se la escucha de fondo en los titulares de los diarios, en los mensajes que se retransmiten en las redes. Te asalta, ¡urgente!, el ánimo con placas rojas. Accidentes, robos violentos, suicidios, balaceras en Estados Unidos, crímenes de guerra, atentados. No salgas, no quieras, no desees, no te animes, no te atrevas. Cuidate, pedí más patrulleros, más gendarmes, comprá armas, poné cámaras, vidrios rotos encima del muro, rejas, alarmas. Electrificá el alambre de púas.
El miedo vende. Con estas gotitas calmás la ansiedad. Con esta durás más. Con esta combatís los radicales libres. Con estas pastillas levantás el bajón. Con esta viajás sin moverte. Esta te da coraje para salir de casa. ¿Qué más, qué más? ¿Una custodia personal? ¿Blindar el auto? ¿Un seguro contra terceros desconocidos? ¿Uno contra todo riesgo de ir a la cancha, al cine, salir de noche, caminar por el parque, sentarse en un bar, hacer el ridículo, pasar vergüenza? ¿Pero a qué costo de inquietud, susto, vitaminas, sospechas, ataques de ansiedad, preocupación constante por nada, o por todo?
No hay vida que aguante así.
*Periodista.