La Academia de Teatro August Everding de Munich abre sus puertas una vez al año para mostrar la cocina. Los vecinos entran a revolver los cajones y fijarse cómo se aprende un aria o se entrena un actor. Confundido en mil eventos, me encuentro dando un taller para dramaturgistas, esa profesión poco clara que solo se da en los países de habla alemana y en Escandinavia. Mis alumnos no escriben ni quieren escribir; no actúan y tampoco dirigen. Lo que hacen es mediar entre el texto escrito y la cultura. Le ofrecen al director lo que se llama un Konzept, como si el texto mismo no lo tuviera. Esta profesión definitivamente absurda para los latinoamericanos, que hacemos todo junto y a la vez, tiene algo de asidero cuando la misión es revivir un texto clásico: ¿qué concepto en él vamos a hacer latir con sangre nueva, esta vez, que es la enésima? Sin embargo, el dramaturgismo se vuelve algo ominoso cuando se pretende hacer lo mismo con un autor contemporáneo, ya que muchas veces el “concepto” (propiedad del dramaturgista) no coincide con el del texto. Son grandes tachadores. Los autores padecemos permanentemente sus jibarizaciones. Y después somos ante el público los únicos responsables visibles de que las obras no se entiendan.
Enseño a mis aprendices el caos, el accidente, la causalidad múltiple, la excitación de la irregularidad. También siento algo de natural envidia: su Academia es grandiosa; sus salones, dorados; su técnica, ilimitada. Sé que mis lecciones serán un poco en vano, así que me aventuro en el TamS Teather, donde hay ensayo general de una obra de Adrian Herrmann con actores no del todo profesionales, no del todo contaminados, no del todo preocupados por la gran cultura, sino reunidos alrededor de un deseo escénico y rudimentario. Hacen cosas formidables en un espacio íntimo. Admiten que cada persona es un combo de expresión único e irrepetible y que sobre esa expresión puede el teatro producir sentido, más que “conceptos”. Su obra es un ensayo sobre el fracaso. Los aplaudo con ganas. Me gustaría decirles que en otras culturas esto es la meta y no un paso intermedio para acceder a los templos del gran arte. Este teatro, que ellos llaman “social” no sé por qué, queda casualmente en el barrio de Münchner Freiheit, o la Libertad de Munich, una isla bohemia de atelieres de artistas. Pero no les digo nada; son la escena independiente de la ciudad más rica de Alemania. ¿De qué independen? Ojalá pudiera yo definir esta pregunta.