COLUMNISTAS

Nacionalismo patológico

Una mirada a la Argentina, su propio sobredimensionamiento y su paranoia de constantes conspiraciones internacionales en su contra.

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| Mariano Solier

Uno de los aspectos más interesantes para el análisis sereno que va dejando el desarrollo del Mundial de Brasil es la contemplación de las tribunas: la pasión nacional puesta en el lugar de cada encuentro por las hinchadas que han logrado llegar a los diferentes estadios brasileños. Hoy veíamos, por ejemplo, el legítimo entusiasmo de los uruguayos, y su estrepitoso “¡Soy celeste, celeste yo soy!”. Ante esos aspectos, esas demostraciones de afecto y de empatía con el país de nacimiento, nada tengo que objetar. No cuestiono la natural tendencia de los seres humanos a proclamar con orgullo el lugar en donde han nacido. Pero una cosa es el orgullo por la tierra a la que se pertenece, o a la que se ha elegido pertenecer, una pasión igualmente respetable, y otra cosa es considerar que pertenecer a una determinada nacionalidad implica superioridad o característica que nos diferencia del resto.

Para hacerlo voy a, inevitablemente, apoyarme en algunos conceptos que me parecen luminosos, que esta mañana desarrolla en su columna del diario La Nación el profesor Luis Alberto Romero, titulada “La patria, los buitres y lo del enano nacionalista”. Lo del enano, naturalmente, alude a la frase “enano fascista”. Pero es cierto que esto nos toca de cerca, en varias ocasiones y circunstancias, y nada tiene que ver con el fútbol ni con el orgullo de su trayectoria a lo largo de las décadas.

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Una cosa es el orgullo nacional medido como autoestima, como una manera de respetarse a sí mismo, y otra cosa -extremo en el que la Argentina cae y recae, una y otra vez–la tendencia a ver a la realidad en la que está inmersa la Argentina en términos de “amigos y enemigos”. El término “enemigo”, típico de la guerra, podría llegar a ser relativamente comprensible cuando de hecho hay un conflicto bélico. El mundo sigue demostrando, hoy y todos los días, que estos conflictos abundan, aparecen y desaparecen. Está el caso de Ucrania y los separatistas pro rusos y las guerras inter islámicas en el Medio Oriente, con combates terribles y matanzas infinitas entre chitas y sunitas. Ellos sí se consideran enemigos y “para el enemigo, ni justicia”: balas, bombas, obuses, tanques y cohetes.

La Argentina no está en ese andarivel. Sin embargo, nuestro país, la cultura política argentina, padece de lo que Romero llama puntualmente “nacionalismo patológico”: un exceso de la pasión nacionalista que implica un sobredimensionamiento de nuestra importancia en el mundo, esa petulancia de imaginar que somos mucho más importantes de lo que somos, de la mano de un consecuente criterio de que somos perseguidos y hay una hostilidad mundial contra nosotros.

En reiteradas oportunidades, en este mismo espacio –cualquiera puede consultarlo en www.pepeeliaschev.com – he explorado estos problemas y me he expedido en torno de ellos. No es la primera vez que el oyente o el lector de estos editoriales advierte que hablo de un viejo problema argentino: la idea de que la Argentina permanentemente enfrenta una conspiración internacional. Hay que remontarse, inclusive, a la noción de “sinarquía”, acuñada por un Juan Perón muy influenciado por el pensamiento fascista, la idea de que un conjunto de terribles y malvados enemigos se complotaban porque “no era negocio que la Argentina prosperara”.

Así dicho, suena como un dislate. Y sin embargo, el dislate se ha prolongado a lo largo de los años, pero con un añadido muy importante: la sociedad argentina nunca realizó a fondo una autocrítica por ese nacionalismo patológico. Lo experimentamos en el caso de la guerra de Malvinas; lo experimentamos en la declaración del default; no hay que cansarse de recordar que en la oportunidad en que el presidente Adolfo Rodríguez Saá proclamara que la Argentina no pagaría su deuda externa, la totalidad de aquel Congreso Nacional se puso de pie y lo aplaudió de manera atronadora.

La idea del chivo expiatorio está muy presente en el eje neurálgico de la sociedad civil argentina. Hace pocas horas, coherente con su manera de ver el mundo, la Presidente, pretendiendo hacer una comparación futbolística, dijo que desde el exterior nos “bombean”, aludiendo a que hay árbitros que sistemáticamente resuelven en contra de nosotros. Esto lleva a la idea de que el problema siempre está afuera y nunca adentro: cuando la Argentina decide mirarse hacia adentro, lo hace de manera tan destructiva y auto negadora que ni siquiera sirve para compensar lo que suele prevalecer habitualmente, la idea de que confrontamos enemigos permanentes articulados para hacernos daño, porque somos tan importantes, ricos y decisivos que lo que importa es que la Argentina no prospere.

El profesor Romero acuña una frase que me parece realmente luminosa, cuando alude a este tipo de nacionalismo patológico como “apropiación facciosa de la Nación”. Y es todavía mucho más agudo y más exigente, cuando sostiene que este tipo de rasgo, esta componente de la cultura política argentina, no solo empapa al peronismo una, sino que trasciende a fuerzas de la oposición, como la demuestran coaliciones opositoras en cuyo interior persisten ese mismo tipo de elementos, recursos, y razonamientos, que consisten en decir que el caso, por ejemplo, de los fondos llamados “buitres” no es otra cosa que una enésima demostración de que el país es esquilmado desde afuera, sin que la Argentina tenga nunca ninguna responsabilidad por sus equivocaciones y por sus errores.

Hace muy pocos meses, el ensayista uruguayo Eduardo Galeano hizo una valiente autocrítica de su famoso best seller “Las venas abiertas de América Latina”, resumen y vademécum del pensamiento según el cual América Latina es una víctima y nunca fue responsable de nada. Ya septuagenario, Galeano, de paso por Brasil, dijo que cuando lo escribió, en los años 70, era muy joven y simplificaba mucho las cosas, además de que era muy ignorante. Ahora dice que todo es bastante más complejo que vivir la vida en términos de culpables e inocentes.

Las venas abiertas de la Argentina se las ha abierto esencialmente la Argentina; y solamente seguirán sangrando mientras la Argentina no comprenda que nosotros, como país, somos los únicos dueños de nuestro destino.

(*) Emitido en Radio Mitre, el martes 24 de junio de 2014.