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Negociando a tres bandas

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| Cedoc

“Si te conoces a ti mismo, pero no conoces al enemigo, por cada batalla ganada perderás otra; si no conoces al enemigo ni a ti mismo, perderás cada batalla”, la frase no es de un libro de autoayuda, sino de El arte de la guerra, de Sun Tzu, un general chino del siglo VI a. C. Desde hace mucho tiempo el mundo de los negocios tomó de la estrategia militar conceptos para poder aplicar en el análisis de situaciones, sobre todo cuando veía en el horizonte un conflicto inevitable, un juego de ganadores y perdedores.

La negociación por la reestructuración de la deuda pública externa no está siendo ni lo prometido por el Gobierno en su momento ni disparó el apocalipsis financiero pronosticado por los grupos de interés de los acreedores concentrados en los principales fondos gestores. La táctica inicial del equipo negociador de anunciar un tómalo o déjalo murió en el primer ensayo. Tanto que ni siquiera hoy se conocen el porcentaje de votos positivos fuera del sistema financiero estatal. La épica del ahora o nunca dejó paso a un clásico: conversaciones sin tanto énfasis en los plazos como en los objetivos, tiempo para conocer la postura de la otra parte, sus intereses y sus propias restricciones: el enemigo también juega. Claro que desinflar las expectativas dejando pasar el tiempo cuesta plata y va subiendo la vara un poquito más cada semana. Las diferencias entre lo que la propuesta oficial y las exigencias mínimas de los acreedores ahora están acotadas, pero también las propias limitaciones que aparecen.

El Gobierno no puede, abiertamente, contradecir su postulado principal y cargar la cuenta oficial de pagos durante su propio mandato. La proyección inicial marcaba que seguiría habiendo déficit fiscal durante todo el mandato de Alberto Fernández. Las quitas de capital se diluyeron y sólo se discuten ahora plazos, tasas, intereses devengados durante la discusión y el aditamento de algún “endulzante” que podría alterar la ecuación. Pero a diferencia de lo previsto originalmente, aún con un acuerdo salomónico, las cuentas oficiales no se alterarían por esta cuestión.

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El lastre que pareció haber tenido la economía argentina en los últimos años podría trasladarse, entonces, a otras cuestiones porque la naturaleza de la deuda es el negativo de otros desequilibrios en la economía. La voracidad con la que casi todos los gobiernos provinciales se endeudaron desde que se abrieron los mercados internacionales en 2016 también se explica por la ausencia total de un mercado de capitales locales desarrollado en el país. Por lo tanto, la emisión de deuda en dólares para financiar obra pública o gastos corrientes en pesos no vinculados al crecimiento de la generación de saldos exportables significó ganar poco tiempo a un costo muy alto. El viernes pasado Standard and Poor’s puso a Mendoza en “default selectivo”, por ejemplo, al vencerse el plazo de gracia de un vencimiento por US$ 25 millones. La demora del arreglo de la Nación arrastra a las provincias que esperan ese marco de referencia.

Por la misma razón, el mayor interés por un buen final es de las grandes empresas. Las nacionales, pues la única fuente de financiamiento de mediano y largo plazo sigue siendo la externa, aun pagando el sobreprecio por riesgo-país. Para las filiales de multinacionales, una luz roja en el mapa implica la pérdida de inversión o la desinversión a manos de países vecinos. El caso LAN Argentina, esta misma semana, demuestra hasta qué punto el default de una casa matriz (Latam en convocatoria en los EE.UU.) puede decidir la suerte de una filial al cortarse el financiamiento necesario para mantener una empresa funcionando en rojo y sin expectativas ni vientos favorables. El de Vicentin también desnuda hasta qué punto es difícil para cualquier argentina jugar en primera división en un mercado globalizado.

En toda esta encrucijada, el Gobierno conoce a la perfección sus fortalezas y debilidades. En cambio, parece estar haciendo un valorable curso acelerado en los de su oponente circunstancial. No es que todo se mezcla, sino que el ADN del mundo empresario es el mismo: las crisis aceleran la dinámica y el futuro impacta de lleno en el presente. Hoy los conflictos están en la deuda, Vicentin y LAN. La pandemia aceleró la crisis en otras empresas y habrá sido bueno entender cómo piensan y deciden los que gestionan el capital tan esquivo.