COLUMNISTAS
UN TIEMPO NUEVO

Ni banda ni bastón

No tiene sentido el argumento de que Alberto debe ser un pelele porque ella es la dueña de los votos. Los votos no son de nadie. Aunque la popularidad de Alberto se ha desplomado, es mejor que la de Cristina y la de su hijo. Ella es una líder municipal con una popularidad en caída según sube la inflación. Sin la plata de las empresas pobristas, movilizaría a muy pocos. Si se quedan sin plata, la mayoría de los soldados que fueron al CCK a burlarse de un presidente peronista, tirarían sus remeras de La Cámpora y conseguirían otras del Partido Justicialista.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner, al asumir el poder en diciembre de 2019.
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, al asumir el poder en diciembre de 2019. | NA

Chile. La Concertación y la alianza de partidos de derecha que se alternaron en el poder desde que acabó la dictadura chilena salieron cuartos y quintos en las últimas elecciones. Ganó Gabriel Boric, con una comunicación alternativa; salió segundo José Antonio Kast, un derechista original; y tercero Franco Parisi, que hizo su campaña por internet.

Un año antes se daba por descontado que irían a la segunda vuelta Joaquín Lavin de la derecha, y Daniel Jaude del Partido Comunista, buenos ex intendentes que contaban con el apoyo de aparatos partidistas y cumplían con los requisitos para el éxito del siglo pasado. No llegaron ni siquiera a ser candidatos. Son políticos de calidad, pero hablan latín.

La alternancia entre las dos coaliciones produjo el “milagro chileno”, el país se puso a la cabeza de América Latina en todos los indicadores políticos y económicos. Las cosas cambiaron en octubre de 2019 a partir de la protesta de los estudiantes en contra del incremento del precio de los boletos del subterráneo. Se armó un violento levantamiento al que se unieron grupos que incendiaron trenes y protagonizaron todo tipo de vandalismos. La gente se movilizó por sí misma, no hubo camiones que la transportara ni quien le pagara por su participación. Esa es liturgia argentina.

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El alzamiento terminó cuando los partidos acordaron convocar a una Asamblea que redacte una nueva constitución. La mayoría de los elegidos para redactarla fueron independientes.

El triunfo de Boric expresó una propuesta heterogénea que no está orientada por un partido, una ideología, sino que es la típica movilización caótica de la sociedad hiperconectada, semejante a los chalecos amarillos en Francia o a la primavera árabe.  

Colombia. Casi al mismo tiempo Iván Duque propuso en Colombia una reforma tributaria para enfrentar la pandemia, que fue detonante de otra violenta sublevación general. Duque es un político preparado, inició su período con buenas perspectivas, convirtió a Colombia en una potencia petrolera. Nada le sirvió para mantener su comunicación con la gente. Su partido tiene pocas posibilidades de ganar las próximas elecciones, que tal vez se definan entre el candidato de izquierda Gustavo Petro y Federico Gutiérrez, ex alcalde de Medellín. Decimos “tal vez” porque en la sociedad líquida puede pasar cualquier cosa. Petro culmina una carrera importante, con el apoyo de una constelación de partidos y organizaciones. Es preparado, candidato presidencial en 2010 y 2018, ex alcalde de Bogotá. Consiguió una foto de apoyo con el Papa Francisco.

El clientelismo pobrista se desploma por el desastre que causa al perseguir a los productores

Las encuestas le daban como ganador hasta hace poco, pero ya en nuestros estudios de hace meses anotamos que su imagen era negativa.  Tenía en su contra lo mismo que ha hecho daño a otros candidatos que se presentaron después de la pandemia y perdieron: el apoyo de varios partidos, un buen currículo, un discurso racional. Es el tipo de candidato que pierde fácilmente si su adversario tiene estrategia. Aparece segundo y creciendo en las encuestas Federico Gutiérrez. Luce joven, distinto a los políticos de siempre. Es poco solemne, si hace bien la campaña puede dar una sorpresa, en un mundo en el que la política formal tiene dificultades. Sus posibilidades crecerán si es más disruptivo y provoca conversación.

En abril del 2021 se dio en Colombia un levantamiento generalizado y violento. El detonante fue el rechazo a la reforma impositiva que propuso Iván Duque, al que se unió una amalgama de grupos heterogéneos, semejantes a los de la protesta chilena. Nadie les pagaba, las movilizaciones no se hacían desde arriba, expresaban esa múltiple inconformidad, frecuente en un continente en el que la mayoría rechaza al orden establecido, desde su parcial punto de vista. Hubo mucha violencia, se cometieron desmanes, pero en ni en Colombia ni en Chile enjuiciaron a quienes los protagonizaron.

Objetivamente los gobiernos de Piñera y Duque tenían buenos resultados que exhibir, pero no supieron comunicarlos en un mundo en el que la gente no está buscando gerentes, sino ante todo que el presidente sea un padre que atiende las angustias de su metro cuadrado. Se ha generalizado una actitud de rechazo al establecimiento y a quienes parecen representarlo. Triunfan los que comunican que son distintos de los antiguos, que no se están obsesionados con sus temas, que oyen horizontalmente a la gente y demuestran que son capaces de superar el pasado.

En esos mismos días se produjo en Ecuador el levantamiento indígena en contra de Lenin Moreno, que empezó cuando el gobierno sufrió el precio de los combustibles. Moreno es el presidente más impopular de la historia del país, cuya única obsesión fue perseguir a su predecesor y antiguo líder. El detonante produjo un incendio general. Moreno tuvo que huir de una capital, en la que un 70% de habitantes respaldaba la protesta. En las elecciones, su partido no llegó al 2%. Ganó Guillermo Lasso, que apareció en la segunda como distinto a la política tradicional.

Los revolucionarios de hace dos décadas que siguen cantando al Che Guevara y hacen loas a Maduro han envejecido, no interesan a los cibernautas. Curiosamente, aunque el ecuatoriano fue el movimiento menos violento, comparado con los de Chile y Colombia, varios de sus promotores fueron enjuiciados. La mayoría de los políticos ecuatorianos están empantanados en el pasado, pelean entre ellos, no hablan de nada que interesa a la gente, son incapaces de transmitir esperanza.

En Argentina el clientelismo pobrista se desploma por el desastre financiero que provocó persiguiendo a los productores. Está en crisis la enorme maquinaria de las corporaciones que explotan a los pobres porque el Estado no tiene recursos para incrementar su negocio.

Cristina volvió a exponer su concepción antiliberal de la vida pública

Todos los días se gastan millones en carteles, banderas, uniformes, bombos, carpas y catering para atender a los movilizados que acampan en las calles de la ciudad de Buenos Aires. Las compras para mantener esa parafernalia las hacen pequeños partidos y sindicatos que gastan recursos que finalmente provienen del estado, sin licitaciones, ni controles, engordando el bolsillo de sus dirigentes y sus parientes que son los principales proveedores.

Cristina. El lamentable espectáculo que protagonizó Cristina Fernández en la reunión de parlamentarios de Europa y América Latina con un discurso arcaico, en el que demostró que sabe tanto de ciencia política como de ese derecho que le hizo arica ejerciendo su profesión de abogada, dejó en ridículo al país.

El local estaba atiborrado de partidarios, mantenidos por el estado, que se decían “soldados de Perón”, que la aplaudían, en un viaje onírico al pasado. Federico Andahazi demostró después que lo sustancial de su discurso fue una cita textual de Mussolini, lo que indignó a los parlamentarios europeos, en especial a los italianos.  En pleno siglo XXI, los legisladores de países desarrollados no están para ser amenazados por milicias de soldados armados de chequeras y rememorar al Duce.

La doctora expuso su concepción antiliberal de la vida pública, compartida por otros autócratas populistas, que postula la existencia de dos poderes, uno real y otro formal. Según ella, Alberto Fernández, de quien se burló directamente, tiene solo la banda y el bastón, atributos institucionales del mando, en los que no reside el poder, “especialmente cuando no se hace lo que hay que hacer”. Fue elegido Presidente de la nación por la mayoría de los argentinos, pero el poder no está en los votos. Como militante inclusiva, cree que está también en las botas de sus militantes y militantas, estudiantes y estudiantas, manifestantes y manifestantas, y sobre todo en el volumen de las cajas del estado que administra a voluntad.

Los autoritarios de izquierda y los fascistas del siglo pasado no creían que el poder nace de una mayoría que se expresa democráticamente, sino también de la violencia de sus patotas que representan a los pobres. Para eso estaban los soldados que llenaron el CCK amedrentando a legisladores elegidos por los ciudadanos de los países de Occidente.

La lucha por el poder entre el presidente con bastón y banda y la vicepresidente que infunde temor y maneja mucho dinero, no puede seguir por mucho tiempo. En un país presidencialista quien manda es el presidente, que no está para ser objeto de mofa, especialmente de funcionarios a los que puede nombrar y reemplazar con algo que normalmente viene con la banda: una birome.

¿Qué habría pasado si Firmenich hubiese tratado al General Perón como mascota, sin dejarle nombrar funcionarios, ni dirigir el Estado? Por mucho menos echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo y ordenó que la guerrilla, que combatía a un gobierno peronista, fuera perseguida a sangre y fuego después de la toma de Azul. La Triple A y la represión militar fueron organizadas por su esposa Isabel y su mentor, López Rega.

No tiene sentido el argumento de que Alberto debe ser un pelele porque ella es la dueña de los votos. Los votos no son de nadie. Aunque la popularidad de Alberto se ha desplomado, es mejor que la de Cristina y la de su hijo. Ella es una líder municipal con una popularidad en caída según sube la inflación.

Sin la plata de las empresas pobristas, movilizaría a muy pocos. Si se quedan sin plata, la mayoría de los soldados que fueron al CCK a burlarse de un presidente peronista, botarían sus remeras de la Cámpora y conseguirían otras del Partido Justicialista.

Sin recursos tan abundantes, las empresas pobristas tendrán que dialogar antes de que sus bases les revienten. Sus gastos podrían repartirse para mejorar los ingresos de sus propios sometidos. Seguramente los cargos que detentan los enconados opositores del gobierno pueden servir para alumbrar finalmente a un albertismo que si no “hace lo que hay que hacer” está por abortar.

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.