Otra vez Cristina debió reparar su testamento: sacó al “chiquito” Kicillof de la sucesión presidencial —al revés de lo que había prometido en público hace unos meses— y le quitó a Alberto Fernández la posibilidad de reelegirse. De un saque y sin anestesia. Victimas opacadas, apocadas, no dan la talla. En su nueva escritura, la Vicepresidente pretende ocultar su responsabilidad frente al aluvión de votos anti gobierno y desembocó en su hijo como candidato en el 2023. Lo ascendió, ante el ocaso de los generales, de aspirante a la gobernación a posible ocupante de la Casa Rosada. No tuvo más alternativa la dama que adelantar en la parrilla la cocción de Máximo, convertirlo en protagonista. Y el vástago sale a las pistas con un discurso de cuño camporista, del no pago al FMI remedando a los Rodríguez Saá, más para blindar hoy el 25% del contingente familiar que para aumentar el número de adeptos. Una elección no deseada de la doctora, aunque ya su hijo supera los 40: no será Kennedy, pero le reservaba un curso más tradicional en la política. Un clásico: primero legislador, luego jefe partidario, gobernador y, por último, Presidente. Como hubiera determinado Néstor en su cabeza, un conservador que odiaba a quienes entraban por la claraboya al escenario político. De ahí su resistencia y encono con Mauricio Macri, al que consideraba un paracaidista por simple disposición de dinero. Más de uno se asombra del turbión en el proyecto dinástico, de este repentino proceso: Máximo sale ungido, defenestrados sin piedad Alberto y Kicillof, solo por el adverso resultado de las ultimas Paso, comicios casi “de juguete” por la nula competencia entre los oficialistas. El gobierno se aburrió de sostener que la porfía próxima es la seria y real; ahora, abruptamente, parece que se hubiera tragado como evidencia su propia sensación de derrota. Hay otro adicional en la perspectiva cristinista: la operación Máximo se cimentó en la lejanía del Sur, como otras en la historia del apellido, más bien advierte sobre acontecimientos futuros, después del 14 de noviembre, no sobre el pasado inmediato. Asusta más lo que viene que lo que fue. Habrá muchos cambios según los entendidos.
Por lo menos, en el núcleo familiar. Antes, la exitosa abogada disponía de un espectro para elegir, elencos varios, y nominaba según sus preferencias para las primeras líneas, sea Cobos, Massa, Boudou, el mismo Alberto Fernández o Kicillof. Por señalar algunos nombres al azar y no referir la designación de ministros cuestionables. Impuso sus deseos a despecho de opiniones contrarias, se equivocó en todos los casos, hasta lo puede confesar. Ni siquiera fue bendecida por un acierto casual: mala fortuna en alguien que ha sido perspicaz para ganar elecciones. Y no para convivir. Si le hubiera ocurrido en el amor lo que le sucedió en política, sería una mujer desdichada. Ahora se refugia en su hijo, la familia ante todo como diría una propaganda de fideos con tuco. Máximo se asumió generoso en un acto y ya ofreció ayuda al gobernador y al Presidente. “Avisen si nos necesitan”, señaló, como si él y su madre no fueran parte clave del gobierno, como si ambos no manejaran las cajas más cotizadas y dispusieran del mayor número de nombramientos. Como si no se hubieran empoderado del gobierno, según su propia jerga y fueran otro FMI decidido a prestarles plata a Kicillof y a Alberto. Vaya uno a saber.
También empezó a relacionarse con dirigentes sindicales que no eran de su estética y se resignó a convencer a su madre de evitar más fricciones con el Presidente. “No podemos estar peleados con él, intendentes y gobernadores, es ir a la quiebra”. No dijo “Mami” en esa explicación, ese apelativo cariñoso solo lo guardan entre ellos algunos integrantes del instituto Patria. Cree en la versión falsa de que “el peronismo unido jamás será vencido”. Como si fuera peronista. Igual que el Sabbatella del estadio Morón cantando la marchita de Hugo del Carril, ofendiendo al papito Stalin. En esos nuevos encuentros de amistad y conveniencia, Máximo acepta que Martín Insaurralde ya se prepare para lanzarse como gobernador en el 2023, basado en que no perderá en su influyente distrito (Lomas de Zamora) aunque no sabe si ocurrirá lo mismo con la lista del oficialismo. Mismo tema, otros intendentes. Esa es la ambición personal de Insaurralde, lejos de las quimeras dominantes de Cristina. Casi tan enternecido en su interés con la voluntad energética de vincularse a la compra de Edesur. En sus recorridas, Máximo recogió consejos de índole diversa. Por ejemplo, uno de sus contertulios le dijo: “Esto, así, no va más. Decile a tu vieja que se haga cargo y lo despida al gordo inútil”. Mejor no hacer nombres sobre la lectura de la borra del café. Quien no cree en este tipo de conversaciones, podría interrogarlo a Wado de Pedro, quien no podrá negar haber escuchado esa versión. La expectativa del 14 a la noche ofrece un abanico de intrigas.
Mientras, en la ficción, Máximo se pega al Presidente, lo acompaña en el homenaje al finado Néstor —un desagravio al mismo Alberto, a quien los kirchneristas casi trompean en el velatorio mientras le apagaron la luz cuando ingresó—, acepta que repita su monserga sobre el FMI, los sectores dominantes, los medios hegemónicos y las bondades del congelamiento de precios. Justo Alberto contra los medios cuando fue el mejor contacto con “Clarín” durante años. Insólito. Ahora tal vez contrate a Wanda Nara: tiene más seguidores que el grupo. También sorprende Alberto amparando la modalidad restrictiva con los precios del ministro Feletti, un hombre que no se ruboriza de tanto lo que imagina saber. Justo el mandatario que siempre consideró un falso iluminado a Guillermo Moreno, despotrico siempre contra él, y ni siquiera pareció enterarse que éste había realizado —durante 7 años— un esquema de control de precios dividido en tres rubros (entre los premium a primera necesidad) que se incrementaban de a 8%, 14% y 18%. Al revés de tirar del mantel como hoy hace Feletti. Ni siquiera recuerda que durante Moreno, los k ganaron dos elecciones. Habrá que esperar el resultado de las próximas con Feletti.