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cambios nacionales y bonaerenses

Limpieza ambiental

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Jefe de gabinete. Manzur mantuvo ayer su semana hiperactiva, en un acto con Zabaleta y Navarro. | gza. movimiento evita

Mirada superficial: desde la derrota electoral, Alberto se corrió de la Presidencia y una Cristina escondida gobierna hasta por señales de humo. Lo repite el estribillo opositor como si fuera una moda hartante.  De ahí la sorpresa brindada por el ministro Moroni, a quien no se le conocía voz ni tintura: se burló de su colega de Interior, Wado de Pedro, por divulgar su renuncia antes de presentarla, con tan escasa convicción que luego la retiró por una orden superior (justo es admitir que él quiso irse y la viuda del Sur se lo impidió). 

No le hablaba Moroni a De Pedro, sino a Cristina; tampoco Moroni hablaba por sí mismo, ofició de vocero del Presidente. Fue algo más que un acto de riña interna: la continuación de la guerra por medio de los ministros entre el uno y la dos, o entre la una y el dos, según la voluntad del lector. 

Ese escándalo público venía precedido por otro episodio mas sordo y truculento, de inexplicable olvido o distracción en los medios. Ocurrió en el interior, cuando en uno de sus primeros actos como jefe de Gabinete, Manzur viajó a La Rioja con Alberto, quien se quedó de luna de miel con Fabiola: hubo comida con los gobernadores y la celebración de un cónclave entre los jefes provinciales. Para mostrar unidad, también viajaron Sergio Massa y De Pedro, partícipes entusiastas del fraternal encuentro gastronómico. Pero ambos fueron tratados como intrusos. 

A Massa le advirtieron que no podía asistir al encuentro, exclusivo para gobernadores: no pudo disponer siquiera de una tarjeta vip. Nada personal, claro. Como en las series policiales. Mucho más raro y sintomático, sin embargo, fue la prohibición de ingreso al ministro De Pedro, el metafórico “vos acá no entrás” de un patovica decidido por los gobernadores e instruido por Manzur. Un golpe de furca que no podía imaginar el delegado de Cristina, ese comisario político al que manda a escuchar y masajear en las reuniones. 

Massa y De Pedro fueron tratados como intrusos por los gobernadores y el propio Manzur

En este apartamiento tipo “la casa se reserva el derecho de admisión”, lo personal se unió a lo institucional agraviando a la vice: De Pedro es el encargado del Gobierno como titular de Interior para negociar, asistir y dialogar con quienes le vetaron la entrada al salón. Otro planazo para Cristina de parte de Manzur y los gobernadores que parecen haber intervenido el gobierno nacional ante la venia cómplice de Alberto. 

Por si no alcanzara la advertencia, Alberto Rodríguez Saá fulminó a la dama, a quien antes cortejara: dijo que la carta de Cristina contra el mandatario fue un ultraje contra la figura presidencial. Manzur alguna vez sirvió como funcionario a los hermanos Rodríguez Saá, en San Luis.

Redentor. De repente, entonces, aparece una aplanadora tucumana que le aconseja tejer escarpines al mandatario, tomarse una licencia por padre futuro, que se oxigene viajando por el interior y evite la aparición en actos políticos. Lo que se dice, una limpieza ambiental. Aunque no ofrezca el perfil, Manzur se postula como redentor peronista: se abre y comercia con sus colegas del interior en un propósito común, que a nadie se le ocurra ajustar los intocables presupuestos provinciales. Le sobra tiempo para concurrir, inclusive, a mitines en la provincia de Buenos Aires con la bendición de los intendentes, no invita a los candidatos de las listas, tampoco a Massa y él mismo cierra con discurso las ceremonias. Inédito: un tucumano exaltando a los bonaerenses. 

También ordena que los ministros se levanten temprano, estén en sus despachos a las 7.30, hagan informes, rindan cuentas y se integren a reuniones de gabinete a las que no asiste el Presidente (jamás, por ejemplo, Carlos Menem hubiera delegado esa función). Trata de urdir un scrum que nunca imaginaron Alberto, Cristina y mucho menos Néstor, amantes del secreto en la comunicación radial como mecanismo de poder.

Además, se permite echar gente (el caso de Francisco Meritello, por orden de Alberto luego de una situación traumática con el dueño de un medio), tal vez a autodesignados jefes sociales como el Chino Navarro.

Los planes de Manzur. Sobre todo, exhibe un Plan A y un Plan B para su persona: si el Gobierno da vuelta las elecciones en noviembre, piensa en un viejo sueño que apenas esbozó antes de la fórmula actual, organizando citas en su provincia, recabando consejos a Carlos Corach, por ejemplo, o al sindicalismo vía Luis Barrionuevo: postularse para presidente en 2023. Si esa alternativa no prospera y el oficialismo pierde como hace quince días, volverá a gobernar a su provincia. 

El tucumano tiene varios planes según sean los resultados de noviembre

También está en la vidriera por si alguna feroz crisis obligara a repetir la Gran Duhalde: una asamblea legislativa que deba elegir sucesores en el Ejecutivo a partir del segundo año de gobierno. Sus planes son frágiles, pero al menos ya los acomodó en la cabeza. 

Al revés de Alberto y Cristina, quienes persisten en un limbo sobre sus destinos a partir del 15 de noviembre: ella ya no escribe cartas ni tuits, se encierra ofuscada mientras el mandatario debe pensar que una vida sin sobresaltos para su futuro vástago sería en otra tierra más agradecida con sus esfuerzos. Casi no advirtió lo afortunado de su sino: pudo concebir un bebé con Fabiola antes de que Cristina lo castrara epistolarmente, lo convirtiese en un eunuco temporario de la política.

Manzur piensa en un maquillaje nacional con mínimas tentaciones a ofrecer en apenas 50 días. Igual que en Buenos Aires, donde se vive un fenómeno de cambio parecido, con un Axel Kicillof que tropezó en una zanja con estruendo semejante al de Alberto. Y con otro interventor artificial, un Manzur bonaerense: Martín Insaurralde, otro jefe de Gabinete que domina el segundo distrito más importante de la provincia, Lomas de Zamora.  

Nadie sabe si le dará la talla, pero encabeza hoy a varios intendentes y se sostiene en la sombra de Máximo Kirchner, en una sociedad que progresó a medida que criticaban al gobernador y su cerrado entorno. Otra limpieza ambiental. Tanto Manzur como Insaurralde coinciden en un punto: disponen de territorio, la esencia de la vigencia en política. No lo tiene Alberto, tampoco Kiciloff, quienes han navegado sin poder refugiarse en un puerto propio, apenas si pudieron acceder a uno por alquiler. Y esos contratos vencen.