La semana política podría sintetizarse a través de cuatro hechos que sucedieron a la confirmación de la Corte Suprema de la sentencia sobre Cristina Kirchner.
Fueron casi simultáneos: a) la decisión de Myriam Bregman de ir a la casa de la expresidenta a mostrar su solidaridad ante lo que consideró como una resolución injusta; b) el cierre de la intervención de José Luis Espert en la UCA con insultos no solo para CFK, sino también para su hija; c) y quizá el más relevante: el reportaje que le dio Elisa Lilita Carrió al periodista Joaquín Morales Solá, que constituyó una suerte de lección de civismo y empatía (https://www.youtube.com/watch?v=enST-xidudw); d) la clase que dio el periodista Esteban Trebucq sobre cómo debiera usar la tobillera la expresidenta. Si la anterior fue una lección, ésta constituye algo así como un símbolo. La sociedad debiera anotar la novedad de algunas reacciones (que trascienden lo ideológico, y éste es el punto) y la continuidad y exacerbación de otras, que curiosamente son más afines al Gobierno.
2. Obviamente, las reacciones mencionadas no fueron las únicas: Pablo Avelluto hizo un hilo de tuit en el que usaba la misma idea de Carrió: lo que pasó, entre muchas otras cosas, es triste. También, desde el lado del kirchnerismo, sorprendió (¿sorprendió?) la insinuación de la senadora Anabel Fernández Sagasti de que la sentencia se debió al desdoblamiento de las elecciones en la Provincia de Buenos Aires, entre otras reacciones de los sectores más intensos del peronismo que fueron opacados por el gesto de unidad que siguió en los días siguientes.
3. Aún así, de un lado y del otro de la polarización, quedan cuestiones para tomar nota. Por un lado, en todo el procedimiento la Justicia mostró su debilidad institucional, su carácter de “familia” y, sobre todo, la emergencia de una doble vara. No siempre se actuó como en este caso y no parecería que fuera la misma actitud la actual del Poder Judicial en las causas cercanas a Mauricio Macri. Del otro lado, también debiera anotarse al menos dos cosas: Cristina no terminó nunca de explicar su vínculo con Lázaro Báez (un vínculo que era aún más intenso mientras gobernó Néstor Kirchner) y, sobre todo: no estamos frente a un 1945.
4. En el 45, la detención de Juan Perón motivó una reacción popular inédita, histórica: un movimiento de abajo hacia arriba que tuvo mucho de volcánico. Alguien tan sensible al movimiento electoral como Jaime Duran Barba señaló que los hechos de la semana pueden terminar unificando al peronismo y, sobre todo, dañando a la construcción electoral de La Libertad Avanza y Milei. Y, si bien aún falta ver qué pasará a partir del miércoles 18, no cabe duda de que la reacción a la condena, y la polémica inhabilitación de por vida, es posible detectar al menos dos síntomas.
5. El primero lo señaló el periodista Marcelo Falak: el peronismo aún padece el síndrome postraumático de la derrota ante las ideas extremas de Javier Milei (y su consiguiente crisis de representación de los sectores populares de la sociedad). El segundo síntoma fue detectado por el sociólogo Enzo Traverso, alguien que estudió en profundidad el devenir de las ultraderechas y su consiguiente eco en los progresismos. Su libro más emblemático es Melancolía de izquierda. Es difícil catalogar al kirchnerismo como “de izquierda” El progresismo y la oposición vive una suerte de melancolía crónica: el dolor de lo que es y el de lo que no pudo serlo. Mientras Espert avanza, mientras la ira prolifera, la respuesta de cierto sector de la sociedad es la tristeza, la melancolía.
6. En otro de sus textos, hablando de las ultraderechas, Traverso dice que una oposición posible sería lo que podría definirse como un populismo inclusivo. Dice: “Lo que sin duda podría hacer retroceder al posfascismo sería un populismo de izquierda, ni xenófobo ni regresivo; un populismo que defendiera el bien común contra los privilegios de una élite voraz que ha remodelado el mundo a su imagen; un populismo capaz de defender las culturas nacionales para integrarlas al vasto mundo en vez de levantar muros”.
7. Quizás el peronismo debiera encontrar sus claves en ese camino y su reflejo en el Lula león herbívoro (si se nos permite la imagen peronista) que hizo un frente amplísimo cuando salió de prisión.
8. La tristeza es un dato. La pasión es otro. Ernesto Laclau, el teórico del peronismo, repasó mucho el carácter libidinal del vínculo del líder, la líder en este caso, del vínculo de amor, en su libro La Razón Populista. Allí estudió mucho de ese amor del que habló Sigmund Freud en la política. Aquí puede haber un punto de partida transideológico.
9. El filósofo Eugenio Trías escribió el libro Tratado de la Pasión. Allí dice que “Quizá sea Spinoza quien, de forma más consciente y manifiesta, evidencia esa ideología espontánea del filósofo y le da la forma racional más prístina, acabada y perfecta. En su Ética se intenta reconvertir el orden pasional en el orden, obviamente superior, de la actividad, en nexo intrínseco con el orden racional de las “ideas adecuadas”. Y el amor queda sublimado, en su forma más pura y perfecta, de la rémora de padecimiento que posee todavía a nivel del Modo Finito, hasta mostrarse como algo intelectual y racional”.
10. Hay otro libro que describe no solo a la Argentina sino a la época que vivimos. Se trata de La época de las pasiones tristes, de François Dubet. Dubet también vuelve a Spinoza. Y sostiene que la ira es el símbolo de los tiempos, potenciada por las redes. Dubet cree que romper la lógica de las pantallas y volver a la de los vínculos, la conversación, el diálogo, es un camino. El peronismo parece haber conseguido avanzar en la unidad o, al menos, postergar la división o la fractura. La tarea pendiente de toda la oposición es dar un paso más: salir del shock y la melancolía. Encontrar no solo sus Lulas, sino también su Geraldo Alckmin.